Corría 2014 y David Gistau escribió sobre la similitud entre los paneles de corcho de las películas policiales en los que el FBI pincha con chinchetas los rostros de los criminales y marca con una X roja los que van cayendo y los que él imaginaba que había en La Moncloa con las fotografías de los periodistas críticos. De frente y de perfil. Recordaba que durante aquella legislatura, la primera de Mariano Rajoy, muchos plumillas habían pasado ya por el rotulador rojo y que a él le costaba pensar en ellos sin verlos con una X estampada en la cara e, incluso, vestidos de naranja y con los grilletes en los tobillos.
Escribió de todo ello en un medio conservador donde se le hizo saber que aquella columna no gustaba. Pero él no sucumbía a presiones ni consignas y denunció que jamás vio un periodismo tan brutalmente “agredido por el poder político”, “más obsesivamente vigilado, no ya en el nivel de los grandes directores y editores y de los movimientos empresariales urdidos para desactivar una voz, sino en el de la opinión expresada por el más humilde tertuliano”.
Aún duele pensar en aquella su temprana y jodida muerte, en su pasión por la escritura, en sus maravillosas crónicas, en sus vibrantes columnas, en su mirada pícara, en su rebeldía y en sus bromas de adolescente. Tanto como indigna que quienes pontifican hoy sobre una inminente “ley de censura” sean aquellos que, por acción u omisión, colaboraron con aquél gobierno en perseguir al periodismo crítico o escribían al dictado de las SS de la época y del ideólogo de la mal llamada policía patriótica.
Pedro Sánchez desgranará este miércoles en el Congreso de los Diputados las líneas generales de su plan de regeneración democrática, incluida una reforma de la ley de publicidad institucional para limitar el porcentaje de financiación pública que reciben los medios de comunicación. Su propósito es desenmascarar a aquellos gobiernos que inyectan dinero en digitales creados sobre todo para el autobombo de sus financiadores y para la difusión de bulos. Nada que no esté en el Reglamento Europeo de Libertad de los Medios de Comunicación aprobado en marzo por el Consejo Europeo como consecuencia de la creciente preocupación en la UE por la politización de los medios y la falta de transparencia respecto a su propiedad y la asignación de fondos de publicidad estatal.
El objetivo no es otro, reza en el Reglamento, que “establecer salvaguardas para combatir las injerencias políticas en las decisiones editoriales de los prestadores de servicios de medios de comunicación tanto públicos como privados, proteger a los periodistas y a sus fuentes y garantizar la libertad y el pluralismo de los medios de comunicación”. Pero, las derechas ya han puesto el grito en el cielo y han acusado a Pedro Sánchez de “perseguir” a los periodistas, “amordazar” a la prensa“ y preparar una ”ley de censura“ para controlar la información y silenciar críticas.
Los pseudoperiodistas que viven de la ayudas públicas, los medios que se alimentan sobre todo de los presupuestos regionales y algunos de los plumillas que se nutren cada mañana de los argumentarios que reciben de la calle Génova braman contra las medidas antes incluso de conocerlas.
Es irrefutable que no hay partido de gobierno ni que aspire a tenerlo dispuesto a pagar el precio de una prensa libre; que la defensa de la libertad de expresión en boca de según quienes la mencionan es pura retórica; que hay pocos dirigentes permeables a la crítica y que la política nunca se llevó bien con las opiniones discrepantes. Es cierto que hay ejemplos en un lado y en el otro del tablero. Pero de ahí a que sean ellos, los que en las televisiones autonómicas tienen auténticos comisarios políticos y los que pidieron las cabezas de periodistas con pensamiento crítico resulta tan insultante como hilarante.
Pues nada, de los creadores de Sánchez rompe España llega ahora el gobernante autoritario con vicios incompatibles con la democracia. Curiosamente son los mismos a quienes no se les ha escuchado levantar la voz contra un gobierno -el último del PP- que creó la mal llamada policía patriótica financiada con fondos públicos para espiar a los adversarios, redactar informes falsos e incriminarlos en delitos nunca cometidos. Pero la dictadura, ya saben, es la que hoy tenemos. ¡Qué frágil es la memoria y qué peligroso el olvido!