Algún genio del PP se ha sacado de la chistera un nuevo eslogan que oiremos sin parar en las próximas semanas o meses: el “pacto encapuchado”. Así ha bautizado la derecha el acuerdo entre el PSOE y EH Bildu para remover a la alcaldesa de Pamplona, Cristina Ibarrola, mediante una moción de censura. Ya saben cómo funcionan estas cosas: a alguien se le ocurre la consigna, el alto mando de Génova la difunde en entrevistas, ruedas de prensa y manifestaciones callejeras, la artillería mediática da la tralla con el invento y, por el método de la cascada tan estudiado en las facultades de comunicación, la frase se expande por bares, ascensores y cenas familiares en las que el cuñao de turno, informado por medios que sí cuentan las cosas como son, no como los vendidos a Perro Sanxe, pregunta desafiante al marido progre de su hermana o a la esposa rojeras de su hermano: “¿Y qué opinas del pacto encapuchado, eh?”, con ganas de pullar con el dedo índice el abdomen de su interlocutor para enfatizar sus palabras.
Lo del “pacto encapuchado” no es más que una nueva versión del “que te vote Txapote”. Todo forma parte de una estrategia deleznable para mantener con vida artificial a ETA y utilizarla como arma política contra Pedro Sánchez y su Gobierno. Poco importa que la banda terrorista abandonara la lucha armada hace 12 años sin obtener del Estado nada a cambio, en lo que constituye uno de los mayores éxitos de nuestra democracia. Y poco o nada importa falsear o tergiversar sin el menor pudor la realidad para engordar el relato de que Sánchez es no solo un presidente ilegítimo, sino un peligro para democracia.
Para empezar, el PP miente sobre la naturaleza de Bildu. Dejemos que hablen los que conocen bien la realidad de Euskadi: “Que todo sea ETA no es cierto. El futuro de la sociedad vasca, guste o no en determinados sitios, se tiene que construir también con Bildu”, “Hay mucha gente en Bildu que ha pretendido la paz desde el principio. En esta coalición hay mucha gente que le ha votado que no son ETA, ni pertenecen a ETA, ni le quieren a ETA”. La primera de las frases es de Borja Sémper: la dijo en una entrevista en 2013, siendo presidente del Partido Popular de Guipúzcoa. La segunda la pronunció Javier Maroto en 2011, cuando era alcalde de Vitoria. El País Vasco y España comenzaban una esperanzadora etapa tras el anuncio de ETA de que abandonaba las armas. Aún faltaban siete años para que la banda anunciara formalmente su disolución, pero eso no fue óbice para que Sémper y Maroto se expresaran con optimismo y apostaran por un nuevo clima político constructivo y “sin exclusiones” en su comunidad. Otra cosa es que la lejanía de Euskadi y el ascenso de ambos en el engranaje nacional del PP –el primero es portavoz nacional del partido; el segundo, vicepresidente primero del Senado– les hagan ver hoy las cosas de manera bien distinta, pese a que los años transcurridos no han hecho más que corroborar sus intuiciones sobre las bondades de la normalización política en su tierra.
EH Bildu no es ETA, por mucho que se empeñe el PP. Tal como señalaba Ignacio Escolar, el candidato de EH Bildu que asumirá como alcalde de Pamplona si prospera la moción de censura, Joseba Asiron, firmaba en 1998 manifiestos condenando los asesinatos de ETA. Por cierto, ese mismo año, José María Aznar, empeñado en sacar adelante su proceso de paz, se convirtió en el primer –y hasta ahora único– gobernante español en referirse a la banda terrorista como “movimiento vasco de liberación”. Lo dijo cuando aún estaba fresca la sangre de la última víctima de la banda, el concejal de Rentería Manuel Francisco Zamarreño. Hay que recordar que la inmensa mayoría de los españoles, al igual que los partidos políticos, apoyaron aquel esfuerzo de paz, que desafortunadamente fracasó. Cuando el presidente Zapatero hizo un nuevo intento por negociar, como lo habían hecho todos sus predecesores, el PP puso el grito en el cielo y, con las formas hiperbólicas que le son características, acusó al presidente de “traicionar a los muertos” y otras cosas por el estilo. Pero la paz, por fin, llegó. Y solo desde la mala fe se puede desconocer el cambio que el final de ETA ha supuesto para Euskadi y España.
Ahora la furia va dirigida contra Sánchez por el acuerdo con EH Bildu para la moción de censura en Pamplona. España en manos de los terroristas. No es nuevo. Lo mismo se dijo cuando Sánchez llegó a la Moncloa en 2018 mediante una moción de censura y cuando sacó adelante la investidura en noviembre pasado. El paso que da ahora el presidente es osado y puede ser objeto de polémica, sin duda, pero aquí no estamos hablando de un debate legítimo de ideas, sino de una campaña feroz de desestabilización contra el Gobierno por cada cosa que haga o deje de hacer, que diga o deje de decir. Sánchez lo sabe, y quizá por ello ya ni se toma el trabajo de meter de tanto en tanto el freno para evitar la iracundia de la derecha. “Sánchez quiere indignidad y olvido, y el PP dignidad y memoria”, proclamó con grandilocuencia Feijóo en Pamplona el domingo durante la manifestación –hay que ver cómo les gusta la calle cuando están en la oposicion– contra el acuerdo para desbancar a la alcaldesa de UPN. Así, sin el mínimo pudor, habla de memoria el líder de un partido surgido de las entrañas del franquismo, que nunca ha condenado la dictadura, que se ha opuesto a las leyes de memoria, que ha suprimido cuando ha podido la ayuda estatal para la exhumación de las víctimas de Franco. Y que en este momento está gobernando en comunidades y ayuntamientos con Vox, partido de extrema derecha que promueve protestas en las que ondean banderas preconstitucionales y se hacen saludos facistas y cuyo líder afirma, entre otras lindezas, que el presidente de su país puede terminar colgado de los pies por el pueblo.
Memoria, dice Feijóo, sin que se le mueva un músculo de la cara.