Ahora, ¿qué? No me refiero exclusivamente a qué les cuento después de las dos columnas anteriores sobre las corruptelas judiciales. Me planteo en realidad qué posibilidades nos quedan para impedir que el sistema colapse y nos lleve a un futuro de consecuencias imprevisibles.
No escribo ni para partidistas ni para hooligans, lo hago solo para aquellos que son capaces de darse cuenta de que nos hundimos en una ciénaga y de que rescatar un país digno es más importante incluso que decidir si gobiernan las derechas, las izquierdas, los transversales o los que sea que cada uno desee. Yo no me escondo. Prefiero un gobierno progresista pero por eso insisto en que no es ese el problema. Se que hay gente que tiene otras opciones y que es tan consciente como yo de la peligrosa encrucijada en la que nos hallamos.Digan lo que digan unos y otros la realidad es contumaz y al final acabará por mostrarnos por qué era tan importante crear controles y contrapesos y mantenerlos.
Aquí estamos. Con un ministro de Justicia reprobado por el Congreso por, entre otras cosas, haber jugado a dar ventajas a los corruptos. Hemos levantado el velo sobre la podredumbre del sistema jurídico. Tenemos bajo sospecha al Ministerio Fiscal. Los escándalos de corrupción del Partido Popular se multiplican y todos sabemos que no se acaban con lo que conocemos. Las elecciones se ganaron con dopaje electoral. Hay una guerra sucia dentro de la Policía. Van a comenzar una guerra sucia entre y contra los fiscales de casos de corrupción. Me dejo todo lo que ustedes ya saben. Mientras hay mandados que repiten una y otra vez: pero da igual, no pasará nada, les seguirán votando. Insisto, sí, pasará. Los cimientos están horadados y ninguna construcción, ni física ni intelectual, se mantiene en tales circunstancias.
Nos movemos en los parámetros de una Constitución que fue redactada para evitar la inestabilidad. Ese era el miedo del momento. Así que la reprobación de un ministro por el Parlamento no tiene sanción jurídica como sí ocurría en la Constitución Republicana de 1931, que obligaba a presentar la dimisión. Vemos como el fiscal general poco menos que se cachondea de tal reprobación y observamos cómo el poder del corazón de un sistema democrático, la cámara de representantes del pueblo, aparece cada vez más como una institución inoperante en la que la oposición no consigue hacer sino aprobar resoluciones sin fuerza fáctica.
Las posturas meramente estratégicas de todos los partidos que no gobiernan -unas más aceptables y lógicas que otras- bloquean la posibilidad de una oposición real que contrapese una situación insostenible. Lo que no se puede obviar es que los números de escaños proclaman a las claras que hay más españoles contrarios a la pervivencia de este lodazal que votantes que antepongan su bienestar personal y su seguridad al bien común. Y es que, la mayoría de los votantes del PP hace exactamente eso, valorar su comodidad con un statu quo y asegurarse de mantenerlo en las urnas. Lo demás, evidentemente, son estructuras mentales para perdonarse tal decisión.
Entonces, ahora, ¿qué?
Es imposible que los actuales gobernantes procedan a levantar las alfombras que tendieron y a abrir las ventanas que lacraron ellos mismos o los que les promocionaron al poder. Es una quimera que ellos mismos vayan a devolverle al sistema los filtros y controles que han ido adulterando.
Tenemos en marcha una moción de censura. Esa que molesta a casi todos. Una que no va a conseguir su objetivo. Pero ¿cabe otra opción ahora? La Constitución que buscó blindar la estabilidad de un país que podía explotar por veinte costuras no previó un escenario como el actual. No pensaba que su corsé de hierro contra las reformas se iba a ver violentado por violadores legales que se iban así a permitir magrearla y sobetearla conservando la apariencia de esa honestidad que se publica en el BOE. No acomodó entre sus artículos otras modalidades de reprobación de gobiernos o presidentes más que aquella que aseguraba otra fórmula con respaldo para gobernar. Horror vacui. Ese vacío ahora está lleno de mierda y hay que busca salida.
España no está fuera de la galaxia. El aislamiento franquista nos creó una tendencia visceral a analizar nuestro presente y nuestro futuro sin incardinarlo en el mundo que nos rodea. Sólo las democracias fuertes podrán hacer frente al formidable enemigo que todas tienen enfrente. El fascismo vuelve a restregarse como un gato cariñoso por las piernas de los votantes que gritan su rabia en las urnas. Necesitamos hacerle frente. Un Estado de Derecho socavado y un Parlamento que produce risión a los gobernantes no es la mejor trinchera.
La realidad es testaruda. Ni siquiera Rajoy puede apacentarla con su desidia. Por un lado veo que es inevitable pasar a la acción -y la moción de censura es una forma de hacerlo- y por otro considero que un nuevo episodio que proyecte la irrelevancia del debate parlamentario a la hora de cambiar las cosas es descubrir más el flanco.
Apenas queda sino instar a las voces sensatas, cultas y consecuentes de la derecha a que abandonen sus espacios de comodidad y convengan en que así no vamos a ningún buen lugar. Esa mandanga de que una mejora de la economía es todo lo que hace falta para conjurar los peligros es una estupidez peligrosa y ellos también lo saben.
La inacción frente al desastre es seguro la peor salida y, no se por qué, estoy convencida de que será la que marque nuestro mutis.