Debería darnos que pensar el que se recuerde tan poco que la democracia en España se fundó en dos pactos, uno entre franquistas y antifranquistas por un lado y, tras, el regreso del exilio del Honorable Tarradellas y del lehendakari Leizaola, otro pacto con Cataluña y País Vasco para que conviviesen en un marco español. Eso se desdibujó de un modo consciente tras el 23-F impulsando 17 improvisadas autonomías, muchas sin que nadie las pidiese. En las próximas elecciones autonómicas País Vasco y Cataluña con seguridad van a remarcar su carácter de naciones, el caso de Galicia, la otra nacionalidad histórica, es distinto y, quizá, contrario.
La reivindicación nacional gallega comienza a raíz de la centralización del Estado a mediados del XIX, nace de una minoría de ilustrados y artistas como el magnífico Antolín Faraldo, un revolucionario liberal, y aunque en el siglo XX consiguió trascender del mundo de los intelectuales a sectores sociales populares, excepto el breve periodo republicano, no consiguió liderar el país. Galicia plebiscitó su autogobierno en el 36 pero el franquismo fue aquí muy duro, al morir Franco el sueño republicano y galleguista que había costado tanta sangre estaba olvidado en una sociedad debilitada primero por el exilio y luego por la posterior emigración masiva a América y Europa. El Gobierno gallego en el exilio, en Buenos Aires al otro lado del océano, sin conexión con el interior se extinguió en los años cincuenta y ya no retornó; es indicativo de la debilidad histórica de Galicia cuando recupera la autonomía. Y así fue administrada por una derecha que en una primera época gobernaba con tanto nepotismo como paternalismo, que luego con Fraga se mostró más autoritaria y que ahora se hizo tan cínica como sumisa a la sede madrileña del PP.
Crece en todo el Estado la animadversión al Gobierno, tan autoritario que es incapaz de buscar aliados. Rajoy necesita desesperadamente no perder el poder en Galicia y la paradoja es que para que Rajoy lo conserve el candidato Feijóo en estas elecciones tiene que parecer distante de Rajoy. Por lo demás, Feijóo es perfectamente capaz de conseguir eso o lo contrario, es un político hábil y en constante movimiento que no para de mover las cartas en la mesa. El problema es que como gobernante ha sido un completo fracaso: sólo ha creado división donde no la había, en la lengua gallega, la fusión de las dos caixas era un objetivo imposible, aplicó desde el primer día la política de recorte de lo público y privatizaciones de lo recortado y su trabajo fue deshacer una a una las reformas de la anterior Xunta. Encima, suspendió las adjudicaciones que se habían concedido a través de un concurso eólico público y no se crearon los puestos de trabajo que habrían generado, pero además las empresas recurrieron la suspensión y ahora habrá que pagarles una indemnización monstruosa; con dinero nuestro, naturalmente. Por otra parte, ha irrumpido en la política gallega un fenómeno parido en la caverna político-mediático madrileña, Mario Conde. Y como Conde es listo y como es un momento de confusión y hay cabreo en las bases de la derecha, el PP está muy preocupado: es posible que entre en el Parlamento quitándoles la mayoría absoluta y que Feijóo se vea obligado a pedir su mano para gobernar.
Sin embargo, a su favor juega el tener un blindaje informativo enorme, cuenta con la televisión estatal, que ahora controla su partido, con la autonómica y con el apoyo incondicional de la mayor parte de la prensa local, especialmente en la provincia coruñesa. Y a su favor juega el sumario por corrupción que ha abierto una jueza de Lugo y que ha ensuciado bastante la imagen de los dos principales partidos de la oposición, PSdeG y BNG. Es tan llamativa y está siendo tan discutida la actuación judicial que hace de éste un caso digno de estudio, por la interferencia entre un proceso judicial y otro político y por el poder que vienen demostrando en España los jueces para orientar o condicionar las decisiones de la ciudadanía. El caso es que ese proceso judicial puede ser clave para decidir quien gane las elecciones.
El triunfo electoral de Feijóo tendría varias dimensiones, apuntalaría a Rajoy y, de paso, él se convertiría en un hombre fuerte de su partido. Otra consecuencia es que la política económica y social de Rajoy se vería confirmada. Y la consecuencia para Galicia es que, una vez quede claro que Cataluña y Euskadi son naciones y no hay quien lo pueda evitar, verá diluido su autogobierno en un lote de autonomías que van a ser vaciadas por el proyecto neocentralista del Gobierno más rancio desde la llegada de la democracia (Aznar era descaradamente autoritario, éste Gobierno también pero, encima, nos devuelve a la época del NO-DO, la peineta y el puro en los toros).
¿Y si Feijóo pierde? Entonces al candidato socialista, Pachi Vázquez, probablemente no le baste negociar con Francisco Jorquera, el candidato del BNG, sino que tendrá que buscar a Esquerda Unida (IU). Desde hace unos meses los sondeos le daban a EU la entrada en el Parlamento y es probable que ahora lo confirme la “Alternativa Galega de Esquerdas”, tras fusionarse con Beiras, que abandonó el Bloque. De un Parlamento de tres partidos puede que se pase a uno de cinco o seis.
En general el ambiente está marcado por los efectos de la crisis en nuestras vidas, el descrédito de todo: la banca, la judicatura, la policía, los medios de comunicación y, naturalmente, la política; muy en concreto los dos grandes partidos que han gobernado España en las pasadas décadas. La confusión, el cabreo y la desesperanza le dan a una parte de la población ganas de probar cosas nuevas y eso beneficiaría a los partidos pequeños que aspiran a entrar, por otra parte si prevalece la idea de que es una oportunidad para censurar las políticas antisociales del PP quitándole poder, esa perspectiva animaría a la gente a concentrar finalmente su voto en los tres partidos actualmente representados. Pero a estas alturas nadie sabe lo que va a pasar, ni siquiera los estrategas del PP. Ni siquiera las personas que van a votar, o no. Todo está en el aire.