Aitana baila sexy en un concierto. Aitana mueve la pelvis. Aitana se sube encima de un bailarín. Aitana da golpes de cadera contra el suelo. Aitana canta. Hay quien titula “escandaloso baile” o “polémica actuación” o “baile subido de tono”. Hay familias que ponen el grito en el cielo por una actuación que, dicen, es inapropiada para niñas y niños, por unos gestos que, aseguran, “hipersexualizan” a las niñas. Una mujer de 24 años acaba dando explicaciones por hacer el show que quería hacer. Una mujer de 24 años termina señalada en nombre de la decencia y de la protección a la infancia por actuar sexy.
Aitana podría autocensurarse. Pensar que quizá hay una niña de siete o diez años, o muchas, que la admiran y que la verán hacer esos movimientos. Pero, ¿hay algo intrínsecamente malo en ello?, ¿es la niña la que se sentirá incómoda o será su padre o su madre o las personas adultas que la acompañen quienes sientan la incomodidad?, ¿son los bailes de Aitana lo que molesta o lo que perturba es asumir que hay que hablar con niñas y niños de sexo, de deseo, de sentimientos o sensaciones?
Las películas, las canciones, los libros, los cómic, los videojuegos, Instragram, TikTok, las parejas que se besan por la calle o que retozan en un parque, están ahí, existen. Podemos, y seguro debemos, poner un filtro a los contenidos que consumen los menores para tratar de adaptarlos a lo que su cabeza puede asumir mejor en cada edad. Lo que no deberíamos es esconder la sexualidad, hacer del sexo esa zona oscura en la que es mejor no mirar, hacer pasar a niñas y niños como seres asexuados a quienes apenas hay que hablar del asunto o hacerlo solo cuando, en realidad, ya es demasiado tarde.
Lo que no podemos es pedir a artistas mayores de edad que censuren sus canciones, sus bailes o sus shows 'por si acaso' niñas y niños están mirando. Si pensamos que el problema está solo en el contenido, y no en las conversaciones que acompañen -o no- a esos contenidos estamos reproduciendo la vieja idea de educación sexual que se ha demostrado insuficiente. La educación sexual no es una o dos conversaciones puntuales que hay que tener en la vida -a ser posibles centradas en lo biológico, lo mecánico y lo reproductivo-, sino más bien abrir un canal de comunicación en el que poder hablar de lo que vemos y escuchamos, de lo que sentimos, de lo que pasa en sus vidas y en las nuestras.
La idea de que niñas y niños son demasiado pequeños para tener 'determinadas' conversaciones termina por robarles su derecho a tener explicaciones básicas sobre su cuerpo y sus procesos, pero también sobre escenas que pueden presenciar, en su día a día o en una pantalla. Aferrarse a la creencia de que asistir a un baile sugerente va a pervertirles o hipersexualizarse es participar de alguna manera de esa corriente conservadora que defiende que hablar de sexo o hacer la sexualidad explícita hará de nuestros hijos maníacos sexuales o desviados.
Me pregunto si quienes muestran tanta preocupación por el efecto que los bailes de Aitana tienen sobre niñas y niños (aunque parece que la preocupación se centre especialmente en las primeras) muestran la misma inquietud por los pintalabios, los bolsos, las lacas de uñas, los zapatos con pequeños tacones o el maquillaje que se comercializa para las menores. Están en las tiendas de ropa, o hasta en las de juguetes, y son productos que, en este caso sí, actúan directamente sobre la percepción y la imagen que las niñas tienen de sí mismas y de lo que deben ser como mujeres desde que son bien pequeñas.
Si no te incomoda que una niña se pinte los labios o lleve los mismos complementos que una adulta con siete años o que le insten a ponerse la parte de arriba del bikini cuando ni siquiera tiene pecho, pero los bailes de Aitana te parecen completamente inapropiados para su edad, entonces, quizás, lo que te preocupe no sea la hipersexualización de las menores, sino la sexualidad que una mujer decide expresar libremente, en este caso sobre un escenario, y su capacidad de interpelarte.