El ajedrez blanco de Yoko Ono y el extremo centro

Madrid. Diciembre 2016. Un numeroso grupo de gente esperamos en la acera a que el semáforo se ponga en verde para cruzar la calle. Un hombre va acercándose a unos y otros ofreciendo paquetes de pañuelos:

-No tengo trabajo -dice con la mano extendida que exhibe la mercancía.

-No puedo ayudarle. Yo tampoco -le respondo lacónica, para mi propia sorpresa.

Una señora a mi lado nos mira e interviene, cómplice: -Estamos todos jodidos.

Unos minutos antes, en la cola del supermercado, mientras metía mi compra en las bolsas, había escuchado cómo una clienta habitual se quejaba al cajero que la atendía de los 60 euros que le había cobrado el banco por haber utilizado tan sólo 12 de crédito el último día del mes. Al irme dejé a ambos despotricando por los abusos financieros.

Esto es lo que hay en la calle y sin embargo si se escribe así tal cual en un medio de comunicación o se menciona en un debate enseguida cae como un rayo acusador la palabra populismo, utilizada como sinónimo de radical, cosa que no es correcta. Ser populista es decir lo que la gente quiere escuchar, prometer todo a todo el mundo abusando de sus miedos para sacar ventaja propia. Como afirma Yanis Varoufakis hablar de populismo de izquierda es pura maldad. Denunciar lo que ocurre no es populismo. ¿Por qué esta confusión entonces? No es casual que lo que se consigue con ello sea desactivar cualquier potencial de reacción ante hechos denunciables acusando a quien lo haga de extremismo, porque así es como llegamos al CENTRO, al extremo centro, ese otro término de actualidad.

Encuentro el origen del término “extremo centro” en el título del ensayo del escritor y cineasta pakistaní Tariq Alí, quien observó que la socialdemocracia europea, en su defensa de un “capitalismo con rostro humano” se había convertido en socialiberalismo comenzando un viaje al “extremo centro”: “Son extremos en implementar la austeridad, extremos en iniciar guerras, extremos en defender el sistema y extremos en quitarnos libertades”.

El extremo centro no sería otro que el centro financiero, en definitiva. No hay alternativas para el extremo centro porque todas se descartan como radicales. La paradoja es que el extremismo y la radicalidad la ejercen ellos, desde el centro, eso sí.

Por mi parte fue en un artículo al hilo de la “prosa cipotuda” de ciertos columnistas de nuestro país donde leí por primera vez este término aplicado al debate diario. “El término extremo centro hace referencia al mejunje de sentido común y falsa despolitización”, así lo definía su autor, Íñigo Lomana. Y así es, los defensores de extremo centro juegan a no ser de nadie, a ir por libre, a enfrentarse a todo, a combatir una cosa y la contraria, criticando tanto lo políticamente correcto como lo incorrecto. Todo desde el centrismo, desde la extrema no-ideología.

De manera que el discurso de extremo centro que benefició a la elite política ha calado también en lo cotidiano: uno no puede denunciar porque se radicaliza, ni puede no ser tolerante con ciertos abusos porque es populismo. Para el extremo centro la respuesta natural del cajero del supermercado quizás habría sido contestar: Bueno, señora, los bancos nos roban pero también nos roban los políticos.

Me viene a la mente el ajedrez blanco de Yoko Ono realizado en 1966. Se trata de un tablero sin casillas negras y en el que todas las piezas, de uno y de otro bando, son de color blanco. La idea, obviamente, surgió como un alegato pacifista. Sin embargo después, frente a las muchas versiones y exposiciones que se han hecho, he encontrado una interpretación sutilmente distinta: ocurre que a medida que avanza la partida comienzan a no distinguirse las piezas que corresponden a uno y otro bando, de modo que en plena batalla los contendientes se ven incapaces de diferenciarse entre sí. Yo ahí no veo neutralidad, porque no es que haya una ausencia de conflicto, lo que hay es una negación de verlo. Lo cierto es que ha ganado un color. El blanco. El color único. El extremo centro.

Afortunadamente los buenos jugadores de ajedrez son capaces de jugar a ciegas. Siempre es una buena noticia que haya personas capaces de seguir viendo los colores a pesar de ese blanqueamiento que pretende igualarlo todo. La neutralidad del extremo centro es tan engañosa como el ajedrez blanco de Yoko Ono. Reaccionar ante lo injusto no es populismo de la misma manera que llamar a la moderación no siempre es ser neutral.