Alberto de Cristal
Hay un cuentecito de Gianni Rodari, de sus deliciosos Cuentos por teléfono, del que siempre me acuerdo cuando hablamos de verdades y mentiras: “Jaime de Cristal”. Trata del pequeño Jaime, que era transparente, se podía ver a través de su cuerpo como del cristal, y también sus pensamientos eran visibles dentro de la cabeza. Sí, hoy tengo el día de metáforas candorosas, dejadme un ratito, que bastante turbia es ya la campaña. El caso, queridos niños, es que nuestro Jaime de Cristal no podía decir mentiras porque estas se volvían visibles a los demás, como una bolita de fuego en la frente, que solo desaparecía al decir la verdad. Tampoco podía guardar secretos ni ocultar lo que pensaba, pues todo se transparentaba.
Igual que a Jaime le está pasando a Alberto Núñez Feijóo en este final de campaña: de pronto se nos ha vuelto de cristal y se le ha llenado la frente con un acné de bolas de fuego que todos vemos, y que no se apagan diciendo que son “inexactitudes”: las mentiras que soltó como una metralleta en el “cara a cara” con Sánchez, tantas y tan descaradas que descolocaron al candidato del PSOE, pero que continuaban brillando en los días posteriores a la vista de cualquiera; y las que ha seguido dejando en mítines y entrevistas en estos últimos días.
Correos y los votos que no iban a llegar, la revalorización de las pensiones, los datos económicos, la excepción ibérica, el caso Pegasus o la negación de sus pactos con Vox; Feijóo cogió carrerilla tras el debate y las siguió repitiendo sin disimulo en entrevistas cómodas, hasta que una periodista de TVE, Silvia Intxaurrondo, le vio la pelotita de fuego en la frente y no lo dejó pasar. “Hágase así, señor Feijóo”, dijo sacudiéndose con la mano en la frente, “hágase así que se le ha quedado ahí una mentira”.
Los gallegos que lo conocieron tantos años ya estaban acostumbrados a verle la frente incendiada, pero no le fue mal así. Recuerdo una cena con amigos en Coruña hace algo más de un año, cuando estaba Feijóo a punto de venirse a Madrid. Yo, ingenuo, todavía creía que, tras el breve y lamentable Pablo Casado, tendríamos al frente del PP al hombre de Estado, el político moderado, el buen gestor, la esperanza de una derecha democrática a la manera europea, tal como era visto entonces en el resto de España; pero mis amigos gallegos se rieron al oírme: “Buen prenda os lleváis, ya lo iréis conociendo”.
Normal que su equipo de campaña intente mantener a Alberto de Cristal a salvo de entrevistas incómodas y debates que no pueda controlar, como el de este miércoles en RTVE, con su silla vacía. Tanto se le ha complicado el final de campaña, que si pudieran lo encerrarían cuatro días para que no viésemos dentro de su cabeza, pues tan nítidas son sus mentiras como su discurso cada vez más ultraderechizado y sus planes de gobierno conjunto con Vox. Pero por mucho que lo escondan, Alberto se ha vuelto tan transparente que, como el Jaime del cuento, si lo encierran acaba volviendo de cristal también las paredes y los muros exteriores, no hay dónde esconderlo.
Al final del cuento de Rodari triunfaba la verdad, que para eso es un cuento infantil: “La verdad es más poderosa que cualquier otra cosa, más luminosa que el día, más terrible que un huracán”. ¿Sucederá así el domingo? ¿Se movilizarán los últimos indecisos contra un candidato mentiroso que prefigura un presidente mentiroso?
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