Cada año el mismo rito, el mismo cúmulo de tópicos. Depositar esperanzas en un cambio del calendario y fijarse una serie de propósitos a abordar y metas a conseguir. Llegar a convencerse de que el Año Nuevo, por serlo, cumplirá nuestros deseos. Lo que puede suceder o no, según nos dicta la experiencia de haber recorrido ese tránsito una y otra vez. En realidad, para alcanzar los sueños, hay que fabricar escaleras y afianzarlas en el suelo. O hacerse con unas alas –y un motor preferiblemente- si los sueños son muy altos. Cualquier instrumento que haya probado su efectividad en estas lides, antes que fiar la consecución de los anhelos a un billete de lotería, la ropa interior roja o 12 uvas.
Esta vez, el año a estrenar nos encuentra a los españoles digiriendo las elecciones recientes y esperando se forme gobierno. Empujando para que el voto que otorgamos en conciencia –o como fuera- se abra paso para resolver los problemas que nos aquejan como sociedad. En el plano teórico, por supuesto. Las elecciones de diciembre nos han demostrado que hay, al menos, 7.200.000 personas contentas con lo que ha llevado a cabo el PP y dispuestas a que siga así. A saber, un desgarrador aumento de la desigualdad que se muestra en carencias tangibles de muchas personas, una legislación reformada para darle tintes autoritarios o una corrupción escandalosa que se salda con notable impunidad. Están cómodos con ese paquete, aunque algunos de ellos sean los únicos que creen que la corrupción del PP se limita a unos cuantos cestos, sí, quizás, el contenedor de un tráiler, de manzanas podridas. Lo mismo, por cierto, que quienes mantienen al partido que en Catalunya alumbró, gestó y engordó a los Pujol, y su amplia familia y allegados. Todos ellos han colocado los travesaños adecuados para que todo continúe como estaba.
No suficientes. De ahí, que con diferentes voluntades y dispares niveles de errores y autoengaños, unos cuantos millones más de españoles hayan apostado por pequeños cambios. En algunos casos se nota que no han reparado demasiado en la idea de que se trataba de encontrar un gobierno que gestione problemas muy serios –el aumento de la Deuda y el agujero de la hucha de las pensiones a añadir al paquete esencial-. Un gobierno, no el vencedor de un concurso de entretenimiento.
La verdad es que si todo sigue igual o parecido, si sale adelante la Gran Coalición decretada porque quienes ni pisan las mismas calles que el común de los ciudadanos, hay propósitos que no van a cumplirse. Cualquiera en edad de votar debería saber relacionar conceptos y hechos concatenados. Y tejer los cimientos de sus empeños. Y distinguir si buscan el bien común o solo el propio. Y hasta qué punto la basura, la trampa y el saqueo de lo público les suponen un obstáculo a sus fines.
Una persona adulta y con criterio recelaría al menos de la insistencia de políticos, periodistas y medios -y hasta algún iracundo Premio Nobel de Literatura- en que se acuerde un gobierno con PP, PSOE y Ciudadanos. Dicen que es la solución más democrática y moderna, y que satisface a los mercados. A ésos a los que entregaron PSOE y PP la cobertura de nuestras necesidades en la reforma exprés de la Constitución a cambio del rescate bancario en el que no tuvimos ni culpa, ni voz. A una persona formal le alarmaría que para los valedores de estos pactos no sean “líneas rojas”, ni dignas de ser mencionadas, la corrupción, el autoritarismo y las desigualdades. En esta brecha entre ricos y pobres estamos batiendo récords según todos los índices, hasta propiciar una regresión insostenible. La crisis, dicen, cuando –fundamentalmente- deberían decir las políticas del PP de Rajoy, esta legislatura. Pero desde las poltronas no parece preocupar lo más mínimo, si hay “estabilidad”.
Se puede firmar lo que 2016 no traerá por este camino. Ya pueden encender velas de todos los colores que esos propósitos no se cumplirán. Pongamos algunos ejemplos. El 80% de los jóvenes españoles viven aún con sus padres porque no tiene medios para emanciparse. No los van a lograr. Con las mismas o similares políticas no se crean empleos que lo permitan.
3.000 médicos han tramitado marcharse de España en 2015. La mayoría no volverá de inmediato. La sanidad pública no hace sino empeorar con las privatizaciones y el concepto salud/beneficio. Ni vendrán los más de 10.000 investigadores que ya no realizan su trabajo en España, el idílico tripartito no pondría tampoco los medios para que lo hicieran, dado el dominio neoliberal en su composición. Y veremos cuántos más, de todas las edades y profesiones, han de hacer las maletas.
El gobierno del PP acaba de subir el salario medio en 6,48 euros al mes hasta dejarlo en 655 euros. Todos los países de nuestro nivel macroeconómico lo duplican como mínimo y hasta en la Eslovaquia salida del Este cobran más que los españoles. Pero uno no puede vivir a la sopa boba o creer en cuentos y a la vez tener los derechos que le corresponden. El eurito y medio incrementado a los pensionistas se sitúa en el mismo saco. Pues no nos pagarán más, no con PP y Ciudadanos. Y depende de quién sobreviva en la guerra del PSOE.
Algunos de los daños causados en esta legislatura son irreparables o de muy ardua solución. Los jóvenes que no han podido ir a la universidad por la elevación de tasas, tienen muy difícil reenganche y menos en este panorama laboral. Ha condicionado sus vidas, como las de tantos otros.
Si queremos conseguir nuestros sueños, los sueños para la colectividad también -si entra en nuestras preocupaciones-, lo primero es no andar en sentido contrario. Y construir las bases para alcanzar lo que nos hemos propuesto.
“La desigualdad ha sido una opción, no un resultado económico inesperado”, insiste el Nobel de Economía Joseph Stiglitz en su último libro. Cabe revertirlo, por tanto. Engullir que no se puede es cerrar los ojos a la evidencia de la cantidad de fortunas que ha fabricado esta crisis y en concreto, en España, la política de Rajoy. Sistemáticamente, sin resquicio. Pero el resultado electoral también da oportunidades de cambio. Si se quiere. Lo básico sería priorizar los objetivos. Pensar en las personas. Si se dejan.
Este país precisa educación, sobre todo en ética y dignidad, en democracia, y sin cambios sustanciales no llegará. Es irrenunciable regenerar la justicia, poniendo todos los mecanismos jurídicos y democráticos al servicio de la separación real de poderes. Dotarla de medios para luchar realmente contra la corrupción. Y acabar con la impunidad de los delincuentes de cuello blanco. Anular inexcusablemente las leyes represivas. O lograr canales públicos de información independiente al servicio de los ciudadanos. Una RTVE, limpia de inmundicias, que compita por la audiencia sin estar sujeta a estrategias comerciales y, por tanto, al gancho del espectáculo en detrimento de la información.
Escaleras, ascensores, para subir. Taladros, si se trata de poner cimientos, sembrar semillas y alimentar raíces. Piernas, ruedas. Remos, barcos. Aviones, cohetes, lanzaderas. Motores, alas. Planificados, medidos, bien ensamblados, engrasados, con soportes que les sujeten si se balancean. Que nos lleven al destino propuesto. Porque, si se empeñan en hacer inalcanzable la justicia social, la decencia, el bien común, los mismos mecanismos sirven para volar a numeroso sueños personales, incluso por descubrir, que hagan cierta esa felicidad que hoy nos deseamos. Y cada cual que aguante su vela. En particular, si es de las que dirige y zarandea el viento.