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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Alerta roja cultural y ciudadana

2 de octubre de 2020 22:36 h

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Cada vez que me publican un libro y lo presento, me siento obligada a dar las gracias a tanta gente y a la vez temo que suene tan condescendiente, que siempre acabo haciéndome la pregunta: ¿Quién aplaude todos los trabajos que no se ven? ¿Por qué se aplaude con entusiasmo a las caras visibles de los proyectos culturales y artísticos sin entender que son un trabajo hecho, siempre, en comunidad? ¿Por qué en el teatro saludan siempre al responsable de luz y sonido, y a veces también en algún concierto, pero nunca se entiende que el de la música y las artes escénicas son trabajos en equipo?

Hemos tenido que pasar una pandemia mundial para aplaudir a una mujer que barre diariamente nuestras calles en un vídeo que se hizo viral y emocionó del mismo modo que desconcertó. ¿Cuándo volveremos a aplaudirla? ¿Por qué hemos tardado tanto, tantísimo, en agradecer infinitamente a las enfermeras que han cuidado a nuestras enfermas y enfermos? ¿En cuántas ocasiones pensamos cómo están los enterradores, las personas que hacen más horas que nunca para cubrir y solucionar seguros de vida? Ahora hemos recordado el personal de mantenimiento de los hospitales, por ejemplo, pero ¿cuántas veces hemos vivido sin verlas, sin verlos? Siempre. Porque se nos olvida a menudo que solas, solos, no bastamos. Lo resume la escritora mexicana Cristina Rivera Garza diciendo que escribir es, en sí mismo, un acto de comunidad. Y me lo contó una alumna que hace parodia política en la televisión cuando comenzó el encierro: deja tú la luz y el audio, sin la gente de peluquería y maquillaje no somos, ni de cerca, quienes intentamos ser. Y es cierto: la pandemia ha sido una prueba de que la televisión con puros actrices, actores o periodistas, no basta. Que sin sus cientos de trabajadoras y trabajadores que no salen en pantalla, se desinfla absolutamente el globo de la ilusión visual. 

Hace muchos años me pidieron una auca para las escuelas. Las aucas son una forma tradicional narrativa propia de la Catalunya del siglo XIX, que tiene su origen en un juego de azar del siglo XVII, una mezcla de mural y rimas muy básicas. Me pedían que contara el proceso que tiene que hacer una novela que está en un documento de texto para convertirse en un libro. Esta es la mía, pensé: y pude dar las gracias en un mural ilustrado por Pilarin Bayés que se difundió en diversas escuelas catalanas: grafistas, ilustradores, la gente de prensa, de impresión, de distribución, editoras, personal de limpieza de las editoriales, mantenimiento, librerías, correctoras de mesa, etc. Entiendo que se priorice la figura de quien crea, porque parece la menos sustituible, pero un equipo de profesionales es imprescindible para que la creación se convierta en la comunión (de comunidad) que es.

Y aquí es donde quería llegar. Mi amigo David, director de Producciones Vikingas, lleva, como él mismo dice, 25 años al servicio de la música. Y es cierto. Él, como tantas otras personas a las que no vemos, son quienes lo hacen posible. Todo. Los libros, los espectáculos, las exposiciones… Sin gente como el Vikingo, como se conoce a David en el mundillo musical, nos hubiéramos perdido muchas cosas y no nos hubiéramos encontrado tantas, tantas veces. A las productoras les debemos no sólo el trabajo de montar, sino el entusiasmo para buscar, la pasión para contagiar y el empeño para promocionar. ¿Parece poco en comparación con el trabajo de un creador? Pregúntenle a cualquiera que haya trabajado con el Vikingo qué hubiera hecho sin él. Pregúntennos a las escritoras y los escritores qué hubiéramos hecho no sólo sin nuestras editoras, sino sin todas las personas que trabajan con una emoción tal que asumen los proyectos como propios. Pregunten a mi amiga actriz cómo puede hacer parodia política ella sola. O a mi prima Tai como puede comisariar una exposición a pesar de la precariedad laboral que esto comporta muchas veces. Son las semillas en las que germina la cultura. Y si seguimos priorizando lo que destaca por encima de quien lo trabaja, seguiremos aplaudiendo una sola vez en nuestras vidas a una mujer que limpia la calle, nunca sabremos el estrés postraumático que sienten los enterradores en estos tiempos de pandemia y no podremos ni imaginar lo que significa que se ofrezcan ayudas para creadoras y creadores y no para las cientos, miles de personas, que hacen nuestro arte posible. Hoy, de nuevo, me parece condescendiente y necesario agradecerles su trabajo. Siento el mismo dilema. Y entiendo que la situación se ha complicado para muchas, muchas profesiones. Pero sin las personas que la hacen posible el suelo fértil que es la cultura, donde germina todo lo que nos permite respirar, verdaderamente respirar juntas, juntos, y sentirnos estos seres humanos que somos, corre el peligro de desertificarse. Podría pasar que el Vikingo no pueda aguantar su negocio hasta el final de la pandemia, que mi prima Tai deje de comisariar para buscarse un trabajo que cobre o que gente talentosísima como mi amiga Blanca Sotos que es capaz de crear proyectos y viveros de arte imponentes, se vayan silenciando. Como hemos silenciado el campo, la educación y tantas, tantas otras materias primas y básicas. La cultura se la debemos a quienes la hacen posible. Así que gracias y aquí estoy, aquí estamos. Os lo debemos todo.