Es imposible atisbar el camino que abrirán las próximas elecciones generales. Seguramente porque no existe. Porque no hay una perspectiva real de cambios que acaben con el marasmo en el que la política española se mueve desde hace ya cuatro años. A falta de ideas o de posibilidades claras en esa dirección, la campaña electoral está llena de sinsentidos, de movimientos que no se entienden si no es la luz de que la situación de buena parte de los partidos que compiten es mucho peor de lo que se cree habitualmente.
¿Por qué si no Ciudadanos ha dicho este martes, cuanto falta mes y medio hasta que se conozcan los resultados, que no pactará un gobierno con el PSOE? En un devenir político normal, medianamente sensato, esas cosas no se dicen nunca. Primero, porque pueden perfectamente no ser creídas. Segundo, porque es estúpido comprometer la libertad de movimientos que un partido puede necesitar en un futuro, a muy corto plazo, simplemente para mejorar su imagen ante una parte de su electorado potencial.
A la vista de tan incomprensible decisión, o Albert Rivera es mucho más mediocre de lo que pregonan sus corifeos o las encuestas le van mucho peor de lo que se dice. O ambas cosas a la vez. Su plan de aparecer como el más listo y el único líder que no tiene ataduras de ningún tipo lleva unos cuantos meses haciendo aguas. Sus problemas empezaron cuando los resultados andaluces le jugaron la mala pasada de obligarle a decantarse por la derecha, de pactar con el PP y con Vox, sin ningún beneficio claro, solo para evitar que le llamaran de todo si apoyaba a Susana Díaz.
Ya pocos lo recuerdan, pero al día siguiente de aquellos resultados Rivera proclamó que la intención de Ciudadanos era encabezar el futuro gobierno andaluz. La perplejidad lleva a veces a decir estupideces. Luego procuró, y consiguió, que se olvidara aquel desliz. Y entró, sin mayores inconvenientes, al juego del pacto de las derechas.
Desde entonces no ha hecho otra cosa que denunciar, cada vez con más ardor, pero sin argumento nuevo alguno, la supuesta voluntad del Gobierno socialista de pactar con los independentistas “la ruptura de España”. Repitiendo los mensajes del PP y de Vox, sin ser capaz de introducir un elemento propio, diferencial, en ese grito unánime. Y la manifestación de Colón fue el colofón de esa esa incapacidad de distinguirse. Comentaristas que hasta hace poco confiaban en Rivera vinieron a sugerir entonces que la foto de Casado, Rivera y Abascal juntos sellaba el principio el fin del trayecto de Ciudadanos.
Luego han llegado los últimos sondeos, que hablan de un trasvase de la intención de voto de Ciudadanos a Vox. Según los rumores, los que tiene el propio partido son particularmente alarmantes en ese sentido. Y se deduce que ha sido esa alarma lo que ha llevado a la inaudita declaración de que con el PSOE ni a la esquina.
Hubo un tiempo en el que parecía que Ciudadanos representaba una posibilidad real de cambiar la derecha española, de renovarla, de modernizarla, de europeizarla. De eso ya no queda nada. Es posible que el radicalismo unionista, centralista, de ese partido en la crisis catalana haya contribuido bastante a que esa posibilidad de haya arruinado. Porque ha banalizado, hasta hacerlo desaparecer, todo el resto de su discurso político. Porque día a día ha derechizado su imagen. Sin que, además, haya sabido qué hacer con el éxito que obtuvo en las catalanas de diciembre de 2017. Optando por no hacer nada. Lo cual puede costarle unos cuantos votos en Cataluña.
¿Beneficiarán al PP las tribulaciones de Rivera? Es pronto para decirlo, aunque Pablo Casado ya ha empezado a tirar contra Ciudadanos. Hoy por hoy el que debería sacar ventaja es justamente Vox. Pero también en este apartado es pronto para sacar conclusiones. La prioridad electoral de cada uno de los partidos de la derecha es evitar que los otros dos le coman su terreno. En esas condiciones no tiene sentido esperar que de ellos surja una idea, un proyecto para España. Y la campaña no va sino a empeorar esa dinámica. Habrá soflamas, denuncias y burradas. Pero poco más.
Pedro Sánchez parece estar encantado con ese estado de las cosas. Ha salido bastante bien librado de sus ocho meses de gobierno. En buena medida gracias a su acuerdo con Unidos Podemos, y con los sindicatos, que le han evitado un eventual clima de crispación social contra el que habría podido hacer poco. Porque el PSOE no está por aventuras que enfaden a Bruselas. Además, la ruptura final del diálogo con los independentistas le permite decir que él no ha jugado con la constitución.
Mientras lo que puede ocurrir con Podemos es una incógnita, los socialistas encaran así las elecciones con fundadas posibilidades de crecer en escaños y, por tanto, de que Sánchez consolide su liderazgo. Pero, ¿con qué proyecto? Durante la campaña electoral, sus dirigentes no pararán de hacer promesas sobre las más diversas cuestiones. Pero aún ganando, ¿tendrá el PSOE la fuerza política necesaria para liderar un proceso que saque a la política española del marasmo en que se encuentra? ¿Para afrontar los cambios que exige la crisis catalana, para cambiar a fondo y sin ambages de ese despropósito que es hoy el poder judicial, o para reformar el Estado de las Autonomías, por ejemplo?
Un gobierno de las tres derechas sería un horror. Y es posible, aunque no pocos de sus corifeos lo vean difícil. La alternativa es un gabinete formado con Pedro Sánchez. Pero, ¿con qué apoyos? ¿Los mismos que le auparon a La Moncloa en la moción de censura, para volver al escenario de bloqueo político de los últimos meses, o con Ciudadanos si Rivera se desdice al final de su juramento? ¿Qué cambios sustanciales de las perspectivas generales a medio y largo traerían lo uno o lo otro? No desesperemos. A lo mejor en el último momento, y como quien no quiere la cosa, aparece alguna luz.