En algún momento habrá que matarlos

“Una mierda”, “asquerosa”, “muy machista”, “el personaje es lo peor”, “violenta”, “malísima”, “…pero”, “…aunque”, “…lo cierto es que la vi hasta el final”. Quien esté enganchado a las novedades de Netflix sabrá que esos comentarios se refieren al último éxito de la plataforma, You, una serie que puede resumirse en un thriller sobre la adicción a las redes sociales y a las nuevas tecnologías como tema de fondo. Para muchos medios You tiene algo de Gossip Girl y de Pretty Little Liars, y no sólo porque dos de sus personajes más importantes lo fueran también en las series fundacionales del melodrama millennial, sino porque, como ellas, también se basa en el trabajo de una escritora, y quizá por eso contenga personajes que retratan la vida del mundo editorial neoyorkino.

Para resumirlo sin hacer demasiado spoiler, You cuenta la relación enfermiza entre un sociópata que espía a las chicas en redes sociales y entre una mujer que está buscando su camino en un mundo complejo. Él es librero y ella es escritora, por lo que la relación podría parecer perfecta. Él es escéptico con las vidas convencionales y falsas que pueden crearse en la ciudad de Nueva York, y ella es una feminista bastante combativa, capaz de enfrentarse a los hombres que intentan acosarla. Él es mono, y ella es mona. Ambos inventan palabras y hasta se comparan con los Fitzgerald, ¿qué podría salir mal? Pues que para que todo sea tan supuestamente perfecto él tiene que manipularla, alejarla de todo lo que le importa y justificar constantemente las acciones que nos llevan una y otra vez a disculpar su monstruosidad. Tan disculpado queda el “psicópata” que hasta el actor que le da vida se pasa el día reaccionando en Twitter e Instagram en contra de las usuarias adolescentes que le piden que “las secuestre”, que las “maltrate”, que “las haga suyas”.

You no es la única serie de Netflix a la que se ha culpado de repercutir de un modo negativo en las vidas de los jóvenes que las ven y que se creen que pueden replicar en casa lo que sus héroes hacen en el plató, ahí están Élite y 13 Reasons Why, en las que si por un lado se habla por primera vez de temas importantes que son tabú —cuestiones de género, depresión, maltrato, pedofilia, VIH…—, por el otro se hace desde un morbo que, mal entendido, puede llevar a su romantización. You tampoco es el único producto cultural que nos quiera hacer entender al monstruo. En la propia serie el personaje de Paco discute con Joe sobre el sentido de Frankenstein y la necesidad de que la sociedad comprenda a quienes actúan de manera horrible. El problema es que entender al monstruo no significa justificarlo ni empatizar con él.

La narración de Joe durante toda la serie no está lejos de la voluntad de Humbert Humbert en Lolita, o de la de Florent-Claude en Serotonina, la última novela de Michel Houellebecq, donde los comentarios machistas, racistas y homófobos están a la orden del día. Con todas sus diferencias, los tres son narradores de sus miserias, de sus masculinidades tóxicas y de sus propias mentiras con las que intentan que el lector, o en este caso el espectador, se deje llevar. Esto es altamente peligroso, aunque desde luego no es responsabilidad de sus creadores, sino la de quienes les miramos sin hacer una lectura crítica.

Sobre esto último, creo que lo que genera tantos sentimientos encontrados a los que vemos You o a muchos de los que han aparcado a la mitad la lectura Serotonina es la pregunta sobre la necesidad hoy de este tipo de personajes. Aunque la novela sea fabulosa y la serie se quede en un pasatiempo que engancha, también nos hace levantar un poco la ceja la idea de que en el año 2019 sean ese tipo de versiones y de retratos los que predominen y no los de quienes están desde el otro lado. ¿Por qué nos empeñamos más en buscar la voz del abusador y no del abusado? ¿Por qué queremos escuchar una y otra vez la voces de Joe y Florent-Claude y no las de las personas que sufren las consecuencias de sus actos? Si digo esto es porque, además, hay un mínimo momento de You en el que lo que escuchamos por fin es la voz de ella, y quizá sea uno de los mejores puntos de giro de la serie. Lo que pasa es que en seguida el narrador masculino viene para inundarlo todo. Para asfixiar a su compañera no sólo desde las acciones, sino también desde el fluir de su conciencia. Y eso es algo, claro, que repetido hasta la saciedad cansa.