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Estar a la altura

Entre lo que se sabe y lo que no, hay bulos, hay miedo, hay histeria, hay comportamientos irracionales, hay contradicciones y hay decisiones políticas que o se adoptan de forma coordinada y se explican bien a la ciudadanía o contribuirán, sin duda, a propagar más el pánico que el virus. Keep calm.

La situación desatada como consecuencia de la expansión del coronavirus es de alarma sanitaria y para que no mute a tragedia habrá que estar a la altura de las circunstancias. Todos. Políticos, periodistas, analistas, médicos, empresarios, sindicatos, asociaciones profesionales y ciudadanos. La responsabilidad es individual y es colectiva. Lo contrario, solo contribuirá más al caos, al colapso sanitario y a que el agujero económico sea más profundo del que ya auguran todos los expertos.

Los primeros síntomas no invitan al optimismo. De hecho, no todas las decisiones adoptadas en las últimas horas han sido compartidas. Algunas incluso han sido contradictorias. Por ejemplo en Madrid, el Ministerio de Sanidad no estaba de acuerdo con que la Comunidad echase el cierre a las aulas de colegios y universidades e intentó pararlo. Isabel Díaz Ayuso tenía datos demoledores de epidemiología. Si no decretaba medidas drásticas, la proyección del contagio podía sobrepasar los 15.000 infectados, aseguran fuentes autonómicas. Así que cuando el Gobierno vasco anunció el lunes por la tarde que cerraba la red educativa de Vitoria- Gasteiz durante dos semanas, Madrid trasladó al gobierno de Sánchez que, con su apoyo o sin él, clausuraría igualmente los centros escolares y recomendaría que, en la medida de los posible, los madrileños permanecieran en sus casas.

El consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, se lo trasladó tal cual por videoconferencia al ministro Salvador Illa, y quedaron en que la presidenta lo anunciaría en rueda de prensa. No llegaron a ningún acuerdo sobre el cierre de los recintos cerrados de ocio o deportivos y quedaron en que la decisión fuera cual fuese la anunciaría el Gobierno de España, tras el Consejo de Ministros del martes. Mera cuestión de celo. Pero la alarma ya estaba desatada y los madrileños ya se habían echado literalmente sobre las estanterías de los supermercados para hacer acopio de comida como si no hubiera un mañana.

Antes de este episodio, por la mañana Pablo Casado había acusado de inacción a Sánchez y exigido que pusiera en marcha algunas medidas económicas. Casi todas del programa electoral con que se presentó a las elecciones y ninguna de carácter sanitario. Para entonces los servicios de emergencia ya estaban colapsados y en los teléfonos de información sobre el virus la espera superaba los 60 minutos.

Ni la comparecencia de Ayuso ni la del ministro Illa -que se produjeron de forma simultánea- sirvieron para frenar los bulos propagados por las redes ni para mitigar la alarma desatada por los padres de los alumnos a través de los grupos WhatsApp. Tampoco ayudaron algunas portadas de la mañana siguiente ni el anuncio del Gobierno de que preparaba un plan de choque sin dar un solo detalle, más allá de recomendar el teletrabajo y evitar reuniones presenciales en Madrid, Vitoria y Labastida. La refriega política se trasladó a los medios. Unos, para poner a caldo al Gobierno por ir a rebufo de los acontecimientos y no tomar la iniciativa. Y otros, para defender al Ejecutivo a capa y espada, pese a la evidencia de que algo empezaba a fallar en la coordinación con las Comunidades Autónomas y que el domingo se hizo la vista gorda ante la propagación del virus para no suspender la manifestación feminista del 8M.

El Parlamento ha aplazado, que no suspendido, el pleno de esta semana, pero defiende que no lo ha hecho por razones sanitarias, sino por una cuestión de legitimidad democrática ante la ausencia de los 52 diputados de Vox, en cuarentena voluntaria, tras la confirmación de que Ortega Smith estaba infectado. Al mismo tiempo, el alcalde de la capital suspendía los plenos de todas las Juntas de Distrito para evitar el aumento en el número de contagios y la Comunidad anunciaba la desinfección diaria del transporte público y el cierre de algunos hoteles de la región.

Hay motivos para la preocupación. España está ante una emergencia nacional que requeriría de la colaboración de todos los partidos y de un compromiso inquebrantable para no dirimir diferencias partidistas en el tablero de la crisis sanitaria. Sin embargo, en el Congreso, el PP ya se ha desmarcado del resto de grupos parlamentarios, ha puesto objeciones al aplazamiento de las sesiones plenarias y se ha negado a que todos los portavoces comparecieran junto a la presidenta Batet para transmitir un mensaje de serenidad a funcionarios y ciudadanos. Mal vamos. Esto no ha hecho más que empezar y lo mínimo exigible es que nuestros representantes públicos se olviden de protagonismos y publirreportajes y demuestren por una vez que están a la altura de las circunstancias, que son graves y de consecuencias aún incalculables. El patriotismo también es esto. ¿Sabrán hacerlo? ¿O tendremos que seguir sumando muertos y contagios entre señal y señal de la irresponsabilidad política?