El amor después de la nieve
Si en una misma temporada llegan a nuestras manos dos libros con el mismo título y ese título es “El fin del amor” y está nevando, a lo mejor hay que tomarse un poco en serio el mensaje. A lo mejor hay que preocuparse. A lo mejor sí que es el fin. Pero a lo mejor solo es el fin de la pareja. O del mundo. O a lo mejor solo es el fin de Fito Páez. A lo mejor un adolescente de 14 años agámico y que prefiere los porros tiene más razón que un santo. A lo mejor no solo es el fin del amor, a lo mejor también es el fin del sexo. A lo mejor es el comienzo de algo mejor. A lo mejor hay algo mejor. Pero no lo creo.
Decía que hay dos libros en las librerías que declaran algo tan pomposo como el fin de algo tan pomposo como el amor. Uno es un ensayo sociológico de la estudiosa marroquí Eva Illouz, publicado por Katz editores, sobre todo lo que subyace al desamor, es decir, las condiciones sociales y culturales que nos llevan a abandonar un amor o siquiera a intentar el amor. Es, en gran parte, la crítica a todo lo que ha hecho el capitalismo y la sociedad de consumo con la etiqueta de libertad que en realidad es esclavitud: dinámicas horrorosas, amorosas y sexuales, determinadas por movimientos bursátiles en el mercado de las relaciones y de los cuerpos, todos intercambiables o desechables. Esto ya lo habíamos oído antes en una okupa, pero hay que seguir oyéndolo: si el amor termina, es porque necesitan venderte otro. Primero se acaba el amor y después se acaba el capitalismo. Está claro. Le banco a Illouz la tesis antiliberal porque me banco todas las tesis antiliberales posibles y porque sí, porque veo a mis iguales y a mis diferentes más solas y más vacías que cuando no estaban felizmente solas.
Illouz hace una durísima crítica –que es lo que le interesa en realidad– a las “industrias piscológicas”, a su “imperialismo epistémico” en la vida emocional de las personas. A cambio, propone la sociología como un campo mucho más idóneo para tratar de entender la subjetividad moderna y sus experiencias. El divorcio como “relación negativa”, el “sexo confuso”, la “devaluación sexual” o la libertad limitada son algunos de los conceptos que lanza para aclarar preguntas que llevamos tiempo haciéndonos: por qué ya no queremos ni intentarlo o por qué nos rompemos si lo intentamos.
A lo mejor es el fin de la terapia.
El otro libro con título apocalíptico, editado por Seix Barral en España, es un ensayo autobiográfico de la escritora y periodista argentina Tamara Tenenbaum, que afronta la idea del final del amor pero del amor tal como lo conocíamos, para dejarse llevar por la esperanza, por otras vías posibles, por caminos insospechados en los que, por ejemplo, crecer colectivamente, con el trasfondo del feminismo y los vínculos en permanente metamorfosis hacia un “buen amar”. Tenenbaum ha leído a Illouz, la cita en el libro y comparte con ella el cuestionamiento a ese amor-objeto de consumo. Por eso las quiero (bien) a las dos.
El fin del amor de Tenenbaum tiene un punto de partida privilegiado y envidiable (sobre todo si no tienes que vivirlo tú) para el análisis: haberse criado en una comunidad judía “ortodoxa moderna” en el Once, una zona del barrio de Balvanera en Buenos Aires, que llevó muy pronto a la escritora a la indagación casi antropológica del mundo de afuera. “La religión de las chicas laicas que conocí en el colegio era el amor”, escribe. En dicho recorrido en el que ella misma se convierte a esa religión pero no pasivamente, más bien revuelta y despendolada, la autora nos guía con la frescura y agudeza con la que te hablaría tu amiga más inteligente por lo que lleva un tiempo poniéndonos al borde de la chifladura, desde la huida de los mandatos de la femineidad, pasando por los tipos de vínculos posibles, hasta las (falsas) claves del poliamor. Y se hace la pregunta que nos hemos hecho alguna vez todes: cómo hacer que converjan el domingo de peli en pareja y el deseo de pasar de mano en mano en una fiesta llena de suculentes desconocides. Así se resiste a elegir entre “estructuras heredadas e individualismo salvaje” para tentar algo que brota de la experiencia personal de haber abandonado un día su comunidad ortodoxa: las ganas de construir una comunidad propia y elegida de afectos libres.
A lo mejor es el fin de los talleres sobre deconstrucción del amor romántico.
Illouz aclara que su propósito no es dar principios normativos sobre las relaciones estables o el sexo por el sexo, sino buscar las ambigüedades y contradicciones que entrañan las prácticas del amor y del desamor. Tenenbaum admite que, con el paso de los años, tampoco es que las cosas estén mucho más claras para ella. Es decir, no tienen ni puñetera idea de cómo hacerlo. Y eso que cuando se escribieron estos libros aún no habían llegado ni la pandemia ni la nieve. Imaginemos a partir de ahora el amor. “Ninguna de mis amigas diría que hoy entiende algo sobre el amor y sobre el sexo o sobre todo lo que hay en el medio y a los costados –leemos en el de Tenenbaum–. Las más sabias ya no aspiran a entender nada”. Así estamos muchas.
A lo mejor es el fin de todo. Ojalá.
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