Siempre he detestado esa expresión que tanto se usa de que una relación ha “fracasado”. También esa otra que habla de “rehacer” la vida. Como si quererse o gustarse o las dos cosas estuviera sujeto a una lógica que implicara ganar, perder, cumplir objetivos, aguantar, no decepcionar, no romper una unidad, no cuestionarla, pase lo que pase. Como si quererse o gustarse o las dos cosas tuviera que seguir una escalera (conocerse, escribirse, escribirse aún más, quedar, quedar más aún, irse a vivir juntos, tener hijos, pasar la vida entera siempre juntos) que si no se cumple con exactitud y siempre hacia arriba arrojara un resultado negativo o desalentador, como si supusiera un fracaso. Como si rehacer la vida solo fuera volver a encontrar una persona con la que hacer exactamente lo mismo que hiciste con la anterior.
No veo por qué una relación que termina tiene que definirse como fracaso si es que las personas que intervienen en ella deciden que no son felices o que no lo son como antes o que no lo son como quieren serlo o que no es eso lo que quieren y punto. Podríamos pensar que una relación en la que has sido feliz es algo bonito que guardarás en tu hoja de vida. Podríamos reconocer que la importancia de una persona con la que has construido una familia va más allá de que la pareja continúe o no. Podríamos entrenarnos para saber que quizá nuestras relaciones no duren para siempre o no lo hagan de la misma manera o rompan las normas que nos contaron y que eso no nos convierte en personas fracasadas.
Me hubiera gustado que alguien me enseñara a hacer relaciones y también a romperlas o a transformarlas. Que en lugar de meterme en vena dosis ingentes de “si encuentras una persona y os enamoráis debería ser para toda la vida y si alguien te atrae o te gusta es que tienes un problema” me enseñaran a reconocer la diversidad de sentimientos y aportaciones que personas diferentes en momentos distintos o simultáneos pueden traer a mi vida. Sin culpas o remordimientos.
Podríamos pensar, por contra, que el fracaso es no conocer a quien tenemos al lado en la cama, seguir tan a pies juntillas todos los peldaños de la escalera que renuncies a pensar, a conversar, a compartir con quien está a tu lado las dudas, los cambios, los deseos, las incertidumbres sobre la propia relación que vives.
Porque te quieres pero conforme te vas queriendo más y conforme subes los peldaños de las escaleras, los tabúes se mudan a la habitación de al lado y acaban metiéndose en la cama contigo. Callamos tanto en nuestras parejas por miedo a hacer daño, a retar el modelo establecido, por miedo a dar un salto al vacío, que alimentamos un daño mayor, el de crear una vida con alguien que al final no nos conozca y no conozcamos, una existencia en la que nos quedemos en el filo de una piscina en la que deseamos zambullirnos.
Me pregunto si mi generación, bajo una capa superficial de modernidad, no sigue sosteniendo modelos de relaciones y de familias que reproducen formas, valores y creencias muy similares a las que quizá un día les criticamos a nuestros padres. Podemos follar mucho y con mucha gente a los veinte, viajar en vuelos de bajo coste a lugares que nuestros abuelos nunca pisaron, pensar en si queremos hacer un plan de parto y leer sobre crianza respetuosa para nuestro hijos, pero cuando se trata de cuestionar en voz alta eso del sí para toda la vida, la fidelidad, o de poner en entredicho ese axioma de que no es posible querer a dos personas a la vez, todo sigue sospechosamente igual.
Quizá deberíamos repensar el lenguaje que utilizamos cuando hablamos de amor y relaciones. Quizá el fracaso no sea romper, sino aguantar porque sí o no atreverse a vivir el tipo de relación que desearías. Quizá la vida se hace y deshace gracias a muchas personas que pasan por ella, a muchos eventos, grandes y pequeños, que suceden. Quizá lo liberador sería que el amor, en lugar de un terreno unidireccional, en el que solo caben dos y en el que las reglas nos asfixien a veces o nos hagan librar guerras internas y acallar voces, fuera un espacio que nos ensanche y nos anime a explorar y a compartir, a cuidarnos a nosotras y a las personas con las que amamos y follamos. Que el amor fuera libre.