Me desayuné con una entrevista en la que Ana Rosa Quintana expresaba sus querencias políticas y afirmaba que ella ha votado muchas veces a la izquierda pero lo que nunca ha hecho es votar comunista porque ella tiene cultura. El espanto, de alguien que ha compartido programa con ella, y ha asistido a sus conversaciones extremocentristas en las publicidades además de sufrir en propias carnes lo que ella considera aceptable en el ámbito de la opinión pública y la libertad de expresión lo pueden ustedes imaginar. Ana Rosa ha votado izquierdas pero se ha quitado el vicio. Un tópico reaccionario.
Ana Rosa es Ana 'Roja', pero además culta y lista, por eso repudia el comunismo y ahora se ha tenido que hacer ayusista por convencimiento y agradecida por los suntuosos contratos para la productora en Telemadrid. Partamos de la base de que no podemos afirmar con rotundidad si la cultura parte de la roja Ana o del negro clandestino. Cuidado, que lo mismo es anarquista por la vía estética. Para un obrero de la pluma es difícil acostumbrarse a que entrara en plató con una estilista sujetándole el outfit y colocándole el cuello, la solapa o cualquier otra parte de la vestimenta que ni siquiera sé nombrar. Es roja con servicio, por eso su concepción de la izquierda pasa por considerar extremo a Page o Lambán y aceptables, pero un poco excesivos, a Joaquín Leguina o la versión extremocentrista de Felipe González.
La concepción de pluralidad del espectro político de Ana Roja es considerar izquierda a Antonio Caño, centro a Jorge Bustos y derecha moderada a Eduardo Inda, por eso no tenía problema en entrevistar en plató a Santiago Abascal y cogerme la silla sin decírmelo para ponerla detrás de las cámaras para que fuera el único que no pudiera preguntarle. No tenía necesidad de hacer ese ejercicio de disciplinamiento a un simple colaborador, como directora tiene la potestad para decir quién puede participar en la entrevista o no, pero ella decidió ejercer una dirección despótica en la que quedara claro que puede actuar intentando humillar. No le salía demasiado bien porque no era capaz de llevarme al redil y seguía siendo respondón.
No estaba acostumbrada a que le respondieran. Me llamó para su programa porque quería espectáculo, pero no le salió como ella quería, buscaba un rojo folclórico que no tuviera miedo a Eduardo Inda y sus formas de chulo de cortijo y creía que teniéndolo a su vera se moderaría. Salió mal. Ana Roja haría cualquier cosa por el share y suponía que alguien como yo sería un buen aditivo a sus mesas de debate y por eso me llegó a ofrecer un cara a cara semanal con el interfecto, que rechacé por mucho que supusiera unos ingresos muy por encima de la media de lo que nunca he ganado, ni gano, porque una cosa es no rehuir el conflicto con fascistas cuando coincides y otra muy diferente convertirse en carne de un show que no serviría para rebatir su propaganda sino para alimentarla en un bucle sin sentido.
La cultura de la que presume Ana Roja para repudiar el comunismo nunca fui capaz de advertirla. Su nivel cultural me pareció siempre por debajo de la media de la profesión con carencias severas en asuntos de actualidad no demasiado complicados. El día que reventó todo en plató fue cuando Alberto Garzón tomó posesión de su cartera de ministro y lo hizo con el pin del triangulo rojo invertido que rememora el símbolo con el que los presos políticos fueron marcados. Era un buen momento para mostrar esa cultura sobre el comunismo de la que presume, pero falló de forma estrepitosa.
En la mesa desconocían que no fue el primer ministro en llevar un triángulo rojo invertido, les recordé, les informé, que Jorge Semprún fue el primer ministro en hacerlo aunque no con un pin, sino con un recorte de tela rojo en el campo de concentración nazi de Buchenwald y de ahí el símbolo que los marxistas de este país llevamos para honrar la memoria de todos los comunistas, socialistas y rojos que fueron marcados de esa manera en los campos de la ignominia. Hasta lo más básico de nuestro hilo rojo les es ajeno y quieren hacer creer que rechazan el comunismo porque lo conocen. Para Ana Rosa no hay diferencia entre el comunismo y el socialismo y su percepción de comunismo es lo que le dicen en las fiestas de la burguesía madrileña la gusanera caprilista que hace Nicolás Maduro. Ana Roja no podría explicar qué es la NEP o la diferencia entre la revolución permanente y el socialismo de un solo país pero nos quiere convencer de que no vota comunismo por un profundo conocimiento de su ingente doctrina.
Los marxistas conocemos el descrédito de nuestras ideas por décadas de propaganda muy bien dirigidas y por esa razón no despreciamos el poder que una campaña de desinformación puede hacer por la degeneración de unos valores, es precisamente por eso que nunca minusvaloramos el poder de un enemigo con una vasta cultura y una inteligencia superior, pero Ana Roja no es un agente activo de ese descrédito, es una víctima de la desinformación por muy lista que se crea, porque su conocimiento de la historia del marxismo y el comunismo se ha fraguado en los memes de internet, los 100 millones de muertos y la obras de Jiménez Losantos. Ana Rosa no ha votado nunca comunismo porque sea culta, sino porque lo poco que sabe le alcanza para saber que es una ideología enemiga de los privilegios burgueses, el acaparamiento de capital y la desigualdad social. Nunca lo ha votado porque el marxismo es enemigo de las Anas Rosas. No pasa nada, Ana Roja, al marxismo tampoco le gustas.