Fue un privilegio conocerla, conocerla de verdad, fuera de tópicos. La biografía de Àngels Martínez Castells es mucho más amplia y profunda de los cuatro datos que aporta la noticia de su muerte. Me quedo con el titular de La Vanguardia: activista por los derechos sociales. Era Doctora en Ciencias Económicas y fue profesora de la Universidad de Barcelona durante tres décadas. Una mujer de izquierdas auténtica, antifascista radical, feminista, republicana, pero, sobre todo, libre, coherente, luchadora infatigable, valiente como pocos, ingeniosa. Hablaba y escribía en seis idiomas: catalán, español, portugués, inglés, francés y alemán. Enciclopedia viviente, sabía de todo y cómo contarlo.
La llamé, sin conocerla personalmente, para el libro Reacciona que coordiné en 2011, el ensayo español más vendido ese año, de gran influencia en el 15M: el primer capítulo lo escribía José Luis Sampedro. Ella habló de economía, de la humana. De las privatizaciones, de esa sensación errónea que asegura —para manipularlo— que el dinero público no es de nadie. De la importancia de los cuidados, pocas personas lo hacían entonces.
Nuestro cuarto libro conjunto fue Derribar los muros y ahí demostró más aun lo que era: alguien volcado en destruir barreras y construir puentes. Citando a Kavafis, el poeta griego que enseñaba a vivir en el Viaje a Ítaca y a estar alerta ante los enemigos. Cómo no oímos a los albañiles que ponen piedra sobre piedra hasta elevar las murallas de la intolerancia cerrando horizontes. El ruido lo apagó seguramente.
Así era Àngels. Un volcán de ideas, de luchas por los derechos. No casaban con ella la rigidez de los partidos y, siendo inequívocamente de izquierdas e involucrándose en ello, no se amoldaba a las normas. Fugaz diputada de Podem en Catalunya, votó no en el referéndum de autodeterminación pero defendió, como siempre, el derecho a elegir, a rebelarse, a ser libre. Y desde entonces pasó a criticar las arbitrariedades que rodearon la represión del procés. Unas banderas colocadas en los escaños del Parlament —que ella retiró— la definen en el gesto, básicamente de su propia independencia de criterio. Sin más.
La salud la vapuleó duramente durante su vida. Ha sobrevivido a cardiopatías graves, cáncer, inmunodeficiencias, a perder gran parte de la movilidad. Siempre con una entereza y una fuerza absolutamente ejemplar. Había que seguir insistiendo, decía. Hasta este primero de septiembre que se agotó la resistencia.
Leo cuánta gente la quería, valoraba su lucha por la sanidad pública en particular, ese servicio vital que se va agostando sin remedio, atacado por la codicia, porque faltan muchas Àngels que se batan por él. Muchos veo que saben de su empatía, su generosidad, su ternura.
Nos leíamos a menudo los textos de nuestros artículos antes de publicarlos. Siempre tenia ella una genialidad que aportar, un matiz que mejorar. A las buenas gentes, a las gentes sabias, les hubiera gustado mucho conocerla a fondo.
La vida sí le regaló una preciosa historia de amor y vida que parte de aquel 25 de abril de 1974 cuando Portugal venció con claveles a la dictadura. El capitán José Alberto Meneses Moreira da Silva se convertiría en su compañero por varias décadas. Cuando él murió hace tres años, hundida, me dijo que tenía que seguir adelante por él, por ambos. Y una vez más, remontó.
Es verdad como dicen que las personas de luz la dejan prendida aunque se vayan. Tanto que seguir aprendiendo de su fuerza y valor. Tanto por añorar las largas charlas, su ingenio, su calidez.
“Solo los poetas pueden ofrecer al mundo la imagen de murallas que nos reconcilien con la idea de alzarlas. Son las murallas, imposibles y amables, que van del monte hasta la playa y que agrandan el horizonte de paisajes interiores. Abiertas a la amiga, el mirto y la hierbabuena, se cierran al alacrán y al sable del coronel. Son murallas sin argamasa racista, hechas por blancas manos y negras manos de todos los géneros, transiciones e indefiniciones, que ponen en primer plano las personas unidas a lo mejor y lo peor de los muros”. Así empezaba su capítulo lleno de historia, razonamientos, erudición. Porque la belleza no está reñida, precisamente, con el compromiso por un mundo mejor.