Andan fuera de sí los curas, obispos y cardenales (la banda de la maxifalda, los llamaba yo en mis columnas cuando las censuras no empujaban a las autocensuras, y el otro día un lector, fiel y cómplice, me recordó esa expresión en un comentario por aquí). Imbuidos de un autoritarismo que les inspira el Concordato franquista aún vigente en los acuerdos del 79, los de la sotana están dispuestos a ser el azote del legítimo Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos. Como si tuvieran, a su vez, legitimidad para azotar nada, aunque en el azote sean expertos.
Tanto el presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, como su vicepresidente, Antonio Cañizares, empezaron el año pidiendo estar “muy alerta” ante una “situación crítica”. Como en un crowfunding a la desesperada, Cañizares, el más colérico en el azote, pidió elevar por doquier “oraciones especiales por España”. Broncos y plañideros a la vez, muy pedigüeños, los de la banda aquella que yo decía siempre han sido muy de colecta, de cuestación, de hucha del Domund, de exención fiscal. Lo mismo piden sueldos al Estado de todos que oraciones a sus propios fans.
Ahora Cañizares está que echa humo desde el púlpito valenciano (humo que se extiende por las redacciones nacionales como el de un incendio australiano) y clama contra la llegada del “marxismo-comunismo”, llegada que él ve como una plaga bíblica y a la que compara con un infierno venezolano. “He percibido un intento de que España deje de ser España: los principios y valores que le han hecho ser lo que es, desde la época visigótica, portadora y realizadora de grandes empresas, como América, ya no están, ni cuentan y su unidad se pretende fragmentarla y romperla”. El ciudadano Cañizares tiene nostalgia de señores feudales y frailes conquistadores. “A todos digo: ¡Ánimo! ¡Adelante! Peores momentos hemos vivido. Y salimos. Ahora también. ¡Seguro!”, arenga en su última carta pastoral.
En general, una perorata así resulta bastante chistosa: nadie en su sano juicio se imagina a Alberto Garzón como un jinete del Apocalipsis. Pero en la coyuntura actual, la arenga se vuelve aún más absurda. Porque ni siquiera en los acuerdos del Gobierno de coalición se menciona la revisión de los otros acuerdos, los de la Santa Sede, los de los privilegios de Cañizares, Blázquez y el resto de los aterrados en su avaricia. En realidad, son los únicos ciudadanos que debieran otorgar tal hecho con su silencio, mientras que los demás nos desgañitáramos haciendo comprender al nuevo Gobierno que ha llegado la hora de decirles basta y de hacer efectiva la separación entre Iglesia y el Estado.
Para empezar, mientras tanto, habría que dejar de cubrir sus apariciones, declaraciones y monsergas. Que digan misa. Lo que no tiene sentido es que esa misa se convierta en titular y ocupe portadas. Son declaraciones contrarias a la democracia, que buscan una mayor crispación de la ultraderecha y de la derecha ultra, y que legitiman una autoridad que está basada en la moral oscura y represora del nacional catolicismo, tal y como recuerda Antonio Gómez Movellán, presidente de Europa Laica: “Existe una responsabilidad histórica de la Iglesia católica por el daño que produjo en la sociedad”. Esa responsabilidad histórica es la que ha llegado la hora de cumplir. Porque, efectivamente, ciudadano Cañizares, hemos vivido momentos peores. Y salimos. Solo falta que salgan ustedes del todo: de nuestras escuelas, de nuestros presupuestos, de nuestros titulares, de nuestras casas.