Charles Dickens es el novelista de los desvalidos, de los niños huérfanos. En su universo literario los personajes son gente de clase media que trabaja y transcurre por lo cotidiano. Son relativamente felices con su familia y su trabajo. Sin embargo, Dickens siente predilección por los pobres, los ignorados. De ahí que los huérfanos sean los protagonistas del paradigma dickensiano, y los ricos, los aristócratas, sean los antagonistas. Dickens es el escritor de la gente necesitada de afecto.
En política también hay personas necesitadas de afecto, y cada vez son más en España. Son hombres y mujeres que se consideran de izquierdas pero han sido capaces de votar, no sólo al PSOE, sino también a Podemos, a Izquierda Unida o a Ciudadanos. Los que sienten que tienen ideología pero en su voto actúan con la emoción. El PSOE ya no es su partido y ahora ya no volverían a votar a Ciudadanos. Podemos, en ausencia de emoción electoral, ya no les convence. Es más, les resulta una apuesta arriesgada porque, sin grandes puestas en escena, a Podemos lo ven como un partido ineficaz. Para estos votantes las soluciones son la clave.
Todo ese grupo de votantes son los ignorados de la política, los pobres políticos, y no hay ningún partido para los necesitados de afecto. Ellos son los huérfanos de la política. Están a la espera del milagro, de que aparezca un padre referente, de poder afiliarse o votar con emoción y razón, de no tener que taparse la nariz. Son carne de abstención si no se produce el milagro.
Los huérfanos políticos son solidarios y activos socialmente. Están formados y tienen trabajo. Aspiran a triunfar en lo económico, son consumistas sin prejuicios, pero les mueven las causas sociales, incluso las buscan y escogen participar. Prefieren hablar de política a despreciarla y no se van a radicalizar, con lo cual los populismos no son su oferta electoral.
Su voto no es ideológico sino más bien aspiracional. Los huérfanos alguna vez se sintieron partícipes de un proyecto político y muchos de estos ignorados incluso estuvieron afiliados o se presentaron a elecciones. Por eso, para esos votantes los programas y los debates son importantes. Les influyen las campañas y los liderazgos.
El PSOE ya no es su partido porque no lo consideran lo suficientemente de izquierdas y porque no reconocen la existencia de un líder. Ciudadanos era una buena opción para los menos ideologizados, de hecho, era la mejor opción por ser un partido liberal en lo económico y socialdemócrata en lo social. Ahora lo perciben como socio de la derecha, bien es cierto que a fuerza de campañas de los rivales para minar su espacio. Y Podemos no acaba de demostrar una identidad suficiente y firme, sus propuestas no encajan con los huérfanos que, seguramente, escogerían a Íñigo Errejón. El PP, hoy, no es una opción para los huérfanos porque nunca lo ha sido.
En 2017 pueden pasar cosas importantes a partir de los congresos de febrero en el PP, Ciudadanos y Podemos. Pero el PSOE no acaba de comprender que necesitan ya un candidato o candidata que se posicione en el liderazgo de la izquierda y lo que hacen es retrasar el momento de la contienda interna. El tiempo es valioso y no es aliado ni siquiera de Susana Díaz. Entretanto, los huérfanos políticos empiezan a pensar que los partidos, como estructura piramidal, en su sectarismo, en su empeño en mirar hacia adentro, en la imposición de los intereses personales sobre los proyectos colectivos, ya no sirven. La nueva política se anunciaba, pero no llegó.
¿Y por qué no un partido que se adapte a lo que demanda este grupo de huérfanos de la izquierda? No necesariamente tiene que ser un partido nuevo, podrían ser los partidos existentes los que cambiasen su orientación hacia el elector, si es que su objetivo es ser la oferta adecuada a la demanda. Esta visión mercantilista de la política no goza de muchos adeptos, pero eso sería un triunfo de la política porque cambiaría el foco y lo pondría en los ciudadanos, los auténticos beneficiarios. La orientación al cliente, eso que la empresa ya supo hacer, es el reto que tiene la política. Considerar al ciudadano (votante/consumidor) como el auténtico objetivo de cada acción política (programa/producto) y no sólo para obtener la aprobación cada cuatro años (voto/venta), sino para fidelizar al votante mediante la firme convicción de que el partido entiende sus necesidades y responde con soluciones a ellas (afiliado/cliente). Esa sería la misión de la demoscopia: localizar esas necesidades y darles la información a los partidos, para que estos generasen el producto más idóneo.
Los huérfanos políticos son un nicho de mercado sin satisfacer, los ignorados, los necesitados de afecto y de producto al que serle fiel. El Dickens de la política debería escribir sobre ellos.