¿Creen que en Alemania alguien se atrevería a subastar la ropa de un prisionero de un campo de concentración nazi que su abuelo, miembro de las SS, se llevó de Polonia como “recuerdo”? Contesten ustedes mientras yo les cuento lo que he encontrado en una conocida web española de venta de objetos para coleccionistas.
El anuncio incluye cuatro fotografías en las que se muestra un abrigo de pequeñas dimensiones bastante deteriorado. En la principal se ve la prenda perfectamente enmarcada. Quien se tomó las molestias de colocarla con un fondo blanco, un marco de madera y un cristal protector, completó el bodegón situando algunos billetes viejos y varios documentos asomando de sus bolsillos. Las otras tres fotografías ofrecen detalles para que el posible comprador sea consciente de que se trata de una prenda antigua y muy desgastada.
El texto del anuncio aporta la información que nos falta: “Excepcional documento histórico. Rebeca y chaqueta procedente de campos de concentración Nazi en Polonia. No poseo ningún documento que verifique su procedencia y/o autenticidad. Sólo información por parte de mi abuelo que participó como voluntario en la División Azul y afirmaba que perteneció a un niño gitano de 4 años procedente de Italia recluido junto a su madre en un campo de concentración en Polonia durante 1942 o 1943. Las piezas están en un marco acristalado y decorado con 2 billetes originales de 5 pesetas, una partida de nacimiento y el libro de familia original de mi abuelo que participó como voluntario en la División Azul. Medidas del cuadro: 75x55 cm”.
Desde que ando metido en temas relacionados con la Historia y la Memoria he visto de casi todo, pero esta vez se me heló especialmente el corazón. En la web en que se está realizando la subasta, y en muchas otras, hay numerosos objetos relacionados con la II Guerra Mundial. Se venden incluso chaquetas rayadas de hombres y de mujeres que pasaron por los campos de concentración del III Reich. Sin embargo, en ninguna de esas subastas se presume, aun sin ser consciente de la gravedad que ello supone, de que la prenda hubiera sido “conseguida”, in situ, por un miembro del Ejército comandado por Adolf Hitler. Por si no fuera poco, estamos hablando de una víctima del Holocausto que solo tenía cuatro años y que fue deportada con su madre... ¿Cómo conoció ese soldado de la División Azul tantos detalles sobre el dueño de la chaquetita? ¿Cómo la consiguió...? Escalofríos.
Mi primer impulso fue escribir al autor del anuncio para afearle su conducta. “Menudo nazi indecente”, recuerdo que pensé. Enseguida me percaté de mi error. Si algo rezuma el texto del anuncio es ignorancia y, si me apuran, hasta una cierta inocencia. Aunque pueda parecer paradójico, fue entonces cuando decidí escribir este artículo porque fui consciente de que no estaba ante una triste anécdota. No se trataba de una muestra más de ese neofascismo que recorre Europa ni del resultado de una mente perturbada. Era otra prueba, muy amarga como todas, de lo enfermo que está nuestro país.
El anuncio es el fruto de esa España que, con la supuesta excusa de no “reabrir heridas”, decidió no afrontar su pasado y dejar las cosas como estaban, es decir como las escribieron los franquistas. El resultado es este: generaciones de españoles que no aprendimos nuestra Historia. Generaciones de españoles que confundimos a víctimas con verdugos, a demócratas con fascistas, a resistentes antinazis con aquella División Azul que luchó a las órdenes de Hitler y bajo la bandera de la esvástica. El autor del anuncio es, como casi todos nosotros, hijo de ese Alfonso Guerra al que dediqué un artículo por reprocharnos que siguiéramos boxeando con el fantasma de Franco.
Aunque suene más fuerte, lo que se dice en el texto del anuncio no es diferente a lo que trasciende de muchas frases que escuchamos cada día en los bares, las calles o la televisión. Me refiero, obviamente, a las que se verbalizan desde la ignorancia y no desde una militancia franquista encubierta: “A mí no me importa que mi calle se llame Queipo de Llano, no sé ni quién era ese hombre”; “¿A quién molesta que el colegio se siga llamando José Antonio? Ese nombre solo me trae buenos recuerdos de mi infancia”; “¿No hay maneras mejores de gastar el dinero que desenterrar a Franco?”; “A mí me importa el presente y no lo que pasó hace 80 años”; “Todos fueron iguales, todos fueron unos criminales”.
Equidistancia entre asesinos y víctimas, entre democracia y dictadura, entre verdad y mentira. No es un anuncio, es un espejo.