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Los aplausos al discurso del rey

Felipe VI, durante su discurso.

José María Calleja

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Hay en los aplausos al discurso del Rey en el Congreso de los Diputados este lunes un punto polisémico.

De un lado, las palabras de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, que al ¡Viva la Constitución! consuetudinario, añadió un emotivo y poco frecuente ¡Viva el Rey! Expresión que no se empleaba desde los tiempos en que Gregorio Peces Barba era presidente del Congreso, cuando se podían fumar puros en el hemiciclo y aquellas vaharadas a todos parecían normales. Podemos decir que fue un viva para cubrir los flancos por los que esta atacando ya la derecha. España se rompe, felones…, y esas cosas.

La noticia estuvo en los aplausos de Unidas Podemos, del líder de Izquierda Unida, que en capítulos anteriores eran más partidarios de mandar a los borbones a los tiburones, guillotinarlos o denominarlos “ciudadano Felipe”, con el chándal de la DDR. Había un punto de ternura postconciliar, pasada por la moqueta recién estrenada, en los aplausos de Pablo Iglesias, de Irene Montero y de Garzón. Debemos ahorrarnos aquí los comentarios que ellos mismos hubieran hecho de haber sido otras gentes de su ideario los que hubieran ovacionado al Borbón de haber estado los ahora aplaudidores en la oposición. La Monarquía no es el problema si se está en el Gobierno, ese parece el mensaje. La autocrítica, ya si eso.

Luego estuvo el aplauso del PP, Vox y Ciudadanos, que a mí me sonó a aplauso preventivo de la URSS. Esa canción ochentera de Polansky y el Ardor, que se preguntaban: “qué harías tú, en un ataque preventivo de la URSS”, para responderse casi en la misma estrofa: no sé, no sé. Bien, hubo aquí un aplauso eterno, más de cuatro minutos de aplausos es como de comité central soviético en los tiempos sin dudas, cuando el partido se fortalecía depurándose, cuando nadie quería ser el primero en dejar de aplaudir y el ardor en la frecuencia e intensidad del aplauso subrayaban la corrección de la correcta vía.

Los aplaudidores incansables parece que querían emitir un mensaje privatizador de la Monarquía; un por si acaso, que por nosotros no quede, que se fije claramente nuestro apoyo a la institución ante quienes quieren cargársela. El propio Rey debió pensar: estos son más papistas que el Papa. (¡Qué tiempos!, cuando Aznar ninguneaba al Rey hoy Emérito, y sus turiferarios le insuflaban como posible presidente de la República frente a la Monarquía que veían de simpatía socialista).

El mensaje del Rey, eso de que España no puede ser de unos contra otros; España debe ser de todos y para todos, tiene también una lectura polisémica. De un lado, tratar de atemperar las pulsiones independentistas, pero también podía aplicárselo el PP de Aznar y Casado, con esa capacidad para clausurar la condición de español a los socialistas, a todos lo que no digan lo mismo que ellos en el momento en que ellos lo dicen, ni antes ni después.

Bueno, es preferible que sus señorías se entreguen al aplauso como forma de actuación política y emisión de mensajes, aunque eso alargue la duración de los plenos, antes que a la proliferación de palabras bélicas, al tremendismo y al fin del mundo cada lunes.

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