Apoteosis cuñada

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Lo peor del triunfo de la derecha en Madrid está siendo la exuberancia irracional del cuñadismo que se ha extendido como una pandemia por todo el país. Es otra diferencia estándar. La izquierda gana unas elecciones generales, repite victoria en la repetición electoral que ella misma provocó y se pasa toda la legislatura preguntándose qué hizo mal. La derecha gana unas elecciones regionales y comienza un cambio de ciclo, supone el fin de la historia, ya no hay nada que hacer y el destino está escrito.

La apoteosis de cuñadismo político que empezó un ya lejano día de marzo con una moción de censura mal puesta en Murcia se ha transformado en una apoteosis de cuñadismo social que ha terminado abarrotando playas, terrazas, estaciones de tren, rotondas y autovías como si no fueran a estar ahí mañana. La lógica científica ha caído derribada por la misma lógica del cubata que tumbó la lógica política. Hemos decidido actuar como si ya estuviéramos todos vacunados, igual que en Madrid decidieron votar como si el problema con la pandemia lo tuviéramos todos los demás.

Nada ejemplifica mejor esta apoteosis cuñada que la conmemoración del décimo aniversario del 15M. No lo digo únicamente por la legión de cuñados que ahora consideran del máximo interés informativo recordarnos que ellos ya lo dijeron desde el primer momento. Estamos ante el multiorgasmo de lógica reaccionaria que tan agudamente sintetizó Alfred O. Hirschman (The Rethoric of Reaction: Jeorpardy, Futility, Perversity; Cambridge, 1991).

El 15M ha sido, por supuesto, peligroso, inútil y perverso. No solo puso en peligro de manera frívola e irresponsable los muchos y grandes avances que la política y el Gobierno bien entendidos de antes habían logrado, sino que, además, no sirvió para nada porque todo sigue como estaba e incluso ha conseguido que los jóvenes de hoy se encuentren peor que hace diez años, paguen más por su vivienda, les paguen menos por su trabajo y vean aún más reducidas sus esperanzas de futuro. La culpa fue suya, por intentarlo.

Uno no puede dejar de preguntarse por qué dedican esas buenas gentes de orden tanto tiempo a volver a matar algo que, según ellos mismos, ya nació o está muerto. Y solo puede llegar a una conclusión verosímil: lo que les reconcome y les hace sentir la necesidad de rematar al cadáver reside en el firme convencimiento, la absoluta certeza de que, si no hubiera pasado el 15M, los nuestros seguirían en el Gobierno, España sería como Dios manda y todos estaríamos ya camino de la playa.

La próxima vez que alguien le pregunte para qué sirvió el 15M, ahí tiene una respuesta. Solo por eso ha merecido la pena.