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Apuntes de una feminista sobre el amor

Amor.

Carmen G. de la Cueva

1. ¿Qué es el amor?

La primera pregunta que me surge cuando pienso en el amor –el amor así en general, sin vaguedades, el amor como concepto absoluto– es si se puede ser feminista y no caer en los mitos del amor romántico. La segunda pregunta que me hago es qué es exactamente el amor porque hasta ahora he tenido una idea aproximada de lo que era –sobre todo, por acumulación de hitos amorosos en mi vida–, pero nunca me había atrevido a buscar su significado en el diccionario: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. La primera acepción que la RAE da para «amor» señala, según entiendo, que amamos porque somos incompletos.

Para mí, ser feminista implica cuestionarse todo el tiempo, pero también contradecirse. Y aquí me surge la primera gran contradicción: ¿cada vez que me he enamorado, cada relación que he tenido ha sido porque una parte de mí se sentía incompleta y necesitaba buscar en otro lo que a mí me faltaba? ¿Cuántas veces he sentido que me desdibujaba intentando aproximarme a la idea de mujer que mi pareja tenía en la cabeza? A mis 31 años, todavía me pregunto si el eje de esta contradicción es el amor o el hecho de que como mujer me han educado para poner el amor en el centro de mi vida y que mi autoestima dependa de que me quieran.

2. He sido una yonqui

El pasado viernes asistí emocionada al espectáculo de las XL en los Teatros Luchana. Allí, en una sala llena de un público dispuesto a vencer el pudor, Nía Cortijo y Marta Sitjà interpretaron el papel de yonquis de amor moviéndose entre las gradas para pedir besos, abrazos y cariño. Fue justo en ese momento, mientras carcajeaba, cuando me di cuenta de algo esencial: esa era yo. ¿Cuántas veces a lo largo de mi vida había interpretado ese papel? ¿Cuántas veces había suplicado un poco de atención y me había dejado llevar buscando el amor? Es decir, lo que pensaba que era el amor: un deber, un requisito para ser una mujer completa.

Cada mensaje que he recibido a propósito del amor –películas, anuncios publicitarios, canciones, relatos, consejos de mi abuela– me decía que era algo ajeno a mi voluntad, una especie de marca de nacimiento: las mujeres hemos nacido para amar y amar implica sufrir. Cualquier penuria será poca con tal de tener amor. Hasta hace unos años no he sido del todo consciente de los peligros de algunas canciones que en mi adolescencia folclórica me sabía de memoria:

Llévame por calles de hiel y amargura,

ponme ligaduras y hasta escúpeme,

échame en los ojos un puñao de arena,

mátame de pena, pero quiéreme

(“Te lo juro yo” de Rafael de León y Manuel Quiroga)

3. La biografía amorosa de las mujeres

Hace un par de meses, justo después de la primera presentación de mi libro en Elche, una mujer que asistió como público me dijo que por lo que conté, parecía que siempre había tenido novio, que para ser tan “joven”, había pasado poco tiempo sola. Aquella noche me fui a casa dándole vueltas a la cabeza. Era curioso porque esos días yo estaba dejando mi última relación, de casi siete años, y mi cuerpo ya buscaba un sustituto. En el tren de vuelta a Madrid, hice las cuentas y era verdad: tenía 30 años y había pasado casi catorce años de mi vida con pareja. La mitad de mi vida. ¿Qué clase de feminista era si desde los quince años no había estado más de un año completamente sola, cuidando de mí?

Aun así, mi cuerpo iba por otro lado y cuando llegué a casa, sentí un enorme deseo de estar con alguien, con un hombre. ¿Es que acaso era incapaz de estar sola? ¿Tanto miedo me daba? Aquel comentario en apariencia inocente, había desencadenado en mí un torrente de culpa. Como feminista, no podía permitirme no saber estar sola. Tenía que aprender a estar conmigo misma y no dejar que los acontecimientos amorosos marcaran mi vida. Al menos, no a partir de entonces. Por primera vez, intenté hacerme algunas preguntas esenciales: ¿qué deseaba? ¿qué quería?

4. Mis amigas y yo no pasamos el Test de Bechdel

En mi enorme esfuerzo por no seguir cayendo en las oscuras trampas del amor romántico, me vi preguntando a todas mis amigas sobre sus relaciones. Después de tomar café, las agarraba del brazo y las distraía paseando de Lavapiés al centro escudriñando sus vidas y sus relaciones pasadas, presentes y futuras. Aquellos meses, nuestros encuentros nunca superaban el Test de Bechdel:

— Éramos dos o más amigas con nombre propio

— Nos hablábamos las unas a las otras

— Pero las conversaciones casi siempre trataban sobre un hombre o varios: los novios, los exnovios, lo difícil que era encontrar un buen ligue en Tinder o el poliamor. El Poliamor era el tema central alguna de aquellas tardes. Mi yo más provinciano seguía sin encajar del todo el concepto. Y siempre me preguntaba si el hecho de ser poliamorosa me haría sufrir menos en el amor. Si era así, tenía que intentarlo.

Entonces, volvía a sentirme una malafeminista. Hablar con ellas no me ayudaba a resolver mis contradicciones porque ellas estaban tan perdidas como yo. O al menos, yo las veía muy perdidas porque su discurso también era contradictorio: presumían de soltería o estabilidad, pero sus estados sentimentales cambiaban con la frecuencia de los estados de Facebook. Todas seguíamos sufriendo de alguna manera por amor.

5. Amor lampedusiano

En una crisis amorosa anterior, una amiga me había recomendado un ensayo de la socióloga Eva Illouz, ¿Por qué duele el amor? Una explicación sociológica (Katz, 2012) y no dejaba de compararme con Emma Bovary y Catherine Earnshaw, protagonistas de Madame Bovary y Cumbres borrascosas, respectivamente. Pero yo no era como ellas. La posibilidad de morir, suicidarme o fugarme a un monasterio por amor, como explica Illouz, ya no está en nuestro repertorio cultural. Por suerte. Si Emma Bovary hubiera nacido en 1986 y sido una mujer de 31 años en 2017, hubiera hecho como yo: compartir el secreto de su amor con sus amigas íntimas y atenuar así la soledad. Illouz me hablaba a mí directamente: “El equivalente actual de Catherine o Emma sería una mujer que pasa muchísimo tiempo cavilando y hablando sobre ese sufrimiento”. ¿Por qué emplear tanto tiempo en sufrir por un amor tóxico, por un amor no correspondido, por un amor que, según mis amigas, “no te quiere bien”?

Coral Herrera, mi gurú en cuestiones de desmitificar el amor romántico, lo dice bien claro: “El problema del amor romántico es que lo tratamos como si fuera un tema personal: si te enamoras y sufres, si pierdes al amado o amada, si no te llena tu relación, si eres infeliz, si te aburres, si aguantas desprecios y humillaciones por amor, es tu problema”.

Herrera sigue dando en el clavo a propósito del amor –el romántico, el patriarcal, ese que nos retrata como mujeres incompletas–: sirve para que todo siga igual, para que unos sigan disfrutando de sus privilegios de género y otras sometiéndonos en lugar de celebrarnos a nosotras mismas.

6. La hermandad de mujeres

Muchas veces me pregunto por qué en los relatos culturales está tan poco representada la amistad femenina. ¿Por qué se han ignorado y suprimido de la historia oficial? Es difícil crecer en una sociedad que carece de modelos de amistad femenina en los que las niñas y mujeres podamos vernos reflejadas. Nosotras nos unimos desde pequeñas, en la clase, en el recreo, en el barrio y en la intimidad de nuestros dormitorios –compartimos confidencias, cartas, abrazos y un amor que llega a definirnos mucho más que cualquier relación con un hombre–, pero en la ficción las mujeres son, casi siempre, rivales, compiten por el amor de un hombre. ¿Cómo vamos a conseguir que las niñas se vean como compañeras y aliadas si se sigue perpetuando el mito de que las mujeres son más malas y envidiosas? Esto es otra trampa más del patriarcado: divide y vencerás.

A lo largo de la historia de España ha habido varios ejemplos de mujeres escritoras que han sido amigas, grandes amigas, que han creado una afinidad capaz de provocar un entusiasmo amoroso parecido al enamoramiento. Cuando no había redes sociales ni WhatsApp, la mejor manera de tejer una red era la correspondencia. Estas últimas semanas las he pasado dejándome enredar por dos mujeres que considero prácticamente amigas: Elena Fortún y Carmen Laforet. En De corazón y alma (FBS, 2017), las cartas que ambas se escribieron durante los últimos años de vida de Fortún, las dos escritoras demostraron que el mejor amor al que se puede aspirar en esta vida, es al de una buena amiga: “Querida Elena mía, te envío muchos, muchísimos besos. No pienses nunca que estás sola. Piensa alguna vez en mí, como yo hacía de chiquilla, cuando te hablaba sin haberte visto nunca y te contaba mis pequeñas cosas. ¿No es extraño esto? Nosotras estábamos destinadas a conocernos”.

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La fotografía de este artículo es de r2hox CC.

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