Apuntes del natural

26 de agosto de 2020 20:54 h

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“Incluso en las épocas más trágicas, la mayor parte de la vida la ocupa lo cotidiano”

J. F. Revel

Suena el teléfono mientras estudio las últimas declaraciones de los presidentes autonómicos tras la constatación de que, de momento, el marrón no se lo pueden echar al Gobierno central o, al menos, no sin pringarse un poco ellos mismos. Es alguien conocido que ha tenido un contacto con un positivo pero que no sabe bien si los mutualistas que han optado por recibir las prestaciones de forma privada tienen que acudir a hacerse las prueba a través de su compañía o en el centro de salud público. Buena pregunta, pero no sé qué contestar.

Cuelgo y escucho a Urkullu y a Torra abominar de pedirle al Gobierno que les lleve al Congreso un estado de alarma. Obviamente, tampoco harán uso de los dos mil rastreadores del Ejército que se han ofrecido. En su mercado político es absolutamente imprescindible no utilizar instrumentos que supongan reconocer que ellos no disponen de la posibilidad constitucional de restringir ciertos derechos y libertades. Eso lo sabemos nosotros y lo sabe Sánchez, que con su loa a la cogobernanza y su respeto a las competencias autonómicas les ha devuelto las presiones y los rejones que durante las prórrogas del imprescindible estado de alarma de la primavera le pasaron factura política sólo a él.

Suena el teléfono y es alguien que me pregunta si sé cómo hace uno cuando está confinado para pasear al perro, porque toda la familia está en cuarentena pero al animal no se lo han explicado. Están desplazados, no tienen familia y, por otra parte, a ver quién se arriesga a ir tres veces al día a casa de unos infectados para recogerles el perro. Tampoco puedo sacarle del embrollo.

Cuelgo y escucho al Partido Popular acusar de dejación de funciones a Sánchez por dejar de ser “el César presidencialista” que, según ellos, fue durante todo el estado de alarma. Aquel Gobierno que fastidiaba a sus comunidades por decirles que no tenían rastreadores, aquel malvado Gobierno que quería quitarles la libertad de gestionar con mucha liberalidad la maldita pandemia, se convierte en el Gobierno escapista en cuanto hace justo lo que le pidieron, pero lo hace ahora que se les está yendo de las manos el control de los contagios. 

Suena el teléfono. Me consultan si puedo acercarle a alguien unas cosas de la farmacia porque están esperando los resultados de las PCR pero deben estar recluidos. No sé cómo hacerlo. ¿Voy a coger la tarjeta sanitaria de manos de alguien que puede estar contagiado? No, así no puede ser. Soy grupo de mucho riesgo. ¿Está previsto algo para los que no tienen conocidos cerca? Pues creo que tampoco. Cuelgo.

Aquel Gobierno que fastidiaba a sus comunidades por decirles que no tenían rastreadores, aquel malvado Gobierno que quería quitarles la libertad de gestionar la maldita pandemia, se convierte en el Gobierno escapista en cuanto hace justo lo que le pidieron

Oigo a Feijóo decir que no puede haber 17 soluciones distintas y que el estado de alarma no es la solución, porque además hay que andar pasando por el Congreso. Me pregunto de dónde viene este temor a la soberanía popular. Así que le va a enviar al Gobierno una propuesta de reformas legislativas para que no haga falta decretar el estado de alarma. En esto calca a Casado. Lo malo de todo esto es que pretender reformar algo que la Constitución ya deja claro, sin tocar la Constitución, sólo se les puede ocurrir a los constitucionalistas.

La Carta Magna deja claro que determinado nivel de afectación de los derechos fundamentales sólo puede llegar decretando unos estados que pasan por el refrendo de la Cámara y esto lo hace como altísima protección de tales derechos de los ciudadanos. El desarrollo mediante ley orgánica de los mismos consagra su idoneidad para gestionar epidemias y emergencias sanitarias. Todo está inventado pero ellos siguen en que no, en que ellos gestionan pero las bofetadas, cuando toque encerrar a la gente, que sean para Sánchez. Es más, Casado, en la más pura tradición pepera de estirar como chicle las normas y darles interpretaciones creativas, sobre todo para recortar derechos, anda por ahí diciendo que lo que hay que hacer es legislar para que “restringir temporalmente derechos” no sea lo mismo que “limitar derechos” y que así puedan las autonomías hacer lo que desean sin control ni judicial ni parlamentario. Me dan ganas de decirles que a un tipo que mandas cinco años a prisión también le limitas “temporalmente” su derecho a ser libre, no vaya a ser que pretendan hacerlo desde cualquier administración un día de estos.

No les respondo porque me entra un DM en Twitter. Un autónomo me cuenta sus cuitas porque debería quedarse 14 días en cuarentena, a pesar de haber dado negativo, pero no puede permitirse el lujo de no ganar pasta. Me pregunta si puede obtener alguna ayuda durante esos días. Creo que no pero no le contesto, a veces es el mejor camino cuando no lo tienes nada claro. A fin de cuentas no soy la Elena Francis pandémica.

Me pongo a escribir sobre la estrategia de Sánchez. No me gusta porque, ¿a quién le gusta saber que los designios sobre su futuro y su salud están en manos de Ayuso? No obstante, desde un punto de vista político la entiendo, puesto que no es de recibo tener una pléyade de gobernantes autonómicos que pretenden mantener el poder pero eludir la responsabilidad. Le han echado tanta cara durante las prórrogas, han sido tan cínicos y tan tacticistas, y se han mostrado tan poco leales en algunos casos, que puede que no quedara más remedio que buscar una forma de ponerles ante sus propias contradicciones y defenderse de su forma descarada de buscar beneficio electoral mientras la gente sufría y moría.

Suena el teléfono, a los de la mutualidad les han estado tocando las narices en el centro de salud con el problema de cómo facturarle el coste de las pruebas a la compañía. Al final parece que han claudicado y les han metido la torunda. Ellos mismos han comenzado a alertar a las personas con las que han estado en contacto para que acudan a hacerse pruebas a su vez. Autorrastreo. 

De la pantalla siguen saliendo dimes y diretes, que se me juntan en el cerebro con todas estas dudas y dificultades de la gente de a pie, con todas esas llamadas y preguntas que ustedes mismos se hacen: sobre el colegio, sobre dónde llamar cuando no les coge el centro de salud, sobre cómo actuar si su asistenta vuelve de vacaciones y ha de entrar en su casa sin testar, sobre esos salarios vitales que no llegan, sobre… ¡Sobre la vida! Me doy cuenta de que unos no están por la labor de dejar al lado su pasión por el poder para hacer algo por nosotros y que otros, que sí lo están, no terminan de dar con la tecla real para gestionar los pasos más básicos de la ciudadanía. 

Suena el teléfono y los que debían contestarnos, no están.