Han pasado ya casi ochenta años… Mientras el nazismo asesinaba a sus oponentes políticos o les confinaba en cárceles y campos de concentración, los jerarcas del régimen decidieron hacer un regalo muy especial a su Führer. El brutal dictador había puesto sus ojos en una enorme mansión situada en los Alpes, cerca de la localidad de Berchtesgaden, que pertenecía a los descendientes de una reconocida escritora bávara. Hubiera sido sencillo para los generales nazis expropiar la finca sin más, pero Goebbels tuvo una idea mejor: era el pueblo el que debía regalar aquel palacete a su amado líder.
Durante meses, los humildes habitantes de la zona fueron obligados a donar parte de su sueldo “de forma voluntaria”; los terrenos cercanos fueron incautados por la fuerza para incrementar las dimensiones de la finca; los ayuntamientos, regidos por alcaldes nazis, aportaron el dinero restante para consumar la compra. La operación propagandística fue un verdadero éxito; el dictador agradeció el “espontáneo” presente de sus súbditos y lo disfrutó durante toda su vida. El palacete, que sería conocido como Berghof, fue su segunda residencia; era el lugar de reposo en el que ideó las operaciones represivas que sojuzgaron a su pueblo y terminaron con decenas de miles de asesinatos.
Tras la muerte de Hitler y la reinstauración de la democracia en Alemania, los herederos del Führer conservaron la propiedad de Berghof. Fueron pasando los años, sucediéndose los gobiernos socialdemócratas y conservadores, y la mansión seguía siendo utilizada ostentosamente por los hijos y nietos del criminal ante la perplejidad de sus víctimas. Bunte, una de las revistas del corazón de mayor tirada en Alemania, ofrecía de cuando en cuando reportajes fotográficos en los que se veía a la nieta de Hitler pavonearse en los amplios jardines y los lujosos salones de Berghof.
Hace una década, el edificio fue declarado por el Ejecutivo germano Bien de Interés Cultural. Esa medida legal obligaba a los Hitler a abrir el palacete, unos días al mes, para que pudiera ser contemplado por los turistas y por los amantes del arte y de la Historia. Sin embargo, los descendientes del tirano han incumplido sistemáticamente la ley convirtiendo la visita a Berghof en una misión casi imposible. Décadas después de la muerte del creador del III Reich, tanto la canciller Angela Merkel, como el ministro presidente de Baviera Horst Seehofer siguen prefiriendo mirar para otro lado mientras los Hitler se burlan de la democracia alemana. En su penúltimo desafío a las autoridades, la familia del dictador ha delegado en la Fundación Adolf Hitler la gestión, o mejor dicho la obstaculización, de las visitas turísticas a Berghof.
¿Suena increíble? ¿He perdido la cabeza antes de escribir este artículo? A la segunda ya tal y a la primera… Meirás.