Abrazar negros es un arte político sumamente complejo. Para empezar, y a deferencia de lo que se podría suponer, no vale cualquier negro. Debe buscarse uno ni muy pobre ni muy rico, ni muy inmigrante ni muy adaptado. Un negro neutro, cuya principal característica estética sea precisamente su negritud (inevitablemente realzada por la blancura del representante electo).
La importancia democrática de este tierno gesto no debe ser subestimada. La historia ha demostrado su capacidad para movilizar una gran cantidad de voto. De qué, si no, iban a andar los políticos abrazando a nadie. Recordemos, por ejemplo, la entrega con que González, Zapatero y hasta el propio Aznar, tan poco dado al amor, estrechaban al primero que se les cruzaba en periodo electoral. Bien es cierto que negros no había muchos, pero esto no se debe tanto a un prejuicio racial como al hecho de que, hasta hace bien poco, los africanos eran una rareza demográfica.
Dicho esto. En ningún caso debe interpretarse el abrazo de negros como un acto racista, tal y como sostienen algunos colectivos. Baste señalar, como prueba, que no hay documentado un solo episodio en nuestra democracia en que un negro fuese abrazado contra su voluntad.
Claro que tampoco sería justo limitar el rol político de nuestros negros al de meros receptores de cariño. También tienen su peso, y muy destacado, en los mítines y demás eventos de agitación y propaganda. En ellos, el negro o negra es siempre ubicado detrás del candidato, evitando ser tapado por la cabeza del líder, ya que esto podría generar un efecto metafórico opuesto al que se busca.
Es frecuente encontrar, junto al negro, a otros representantes de lo que la mercadotecnia política denomina “segmentos electorales”: una ejecutiva joven y dinámica, un ama de casa, un joven con pendientes en la nariz y un jubilado. El repertorio puede completarse, si así se desea, con algún toque exótico adicional, como una mujer sudamericana (el país concreto es irrelevante, salvo que sea de uno de esos países donde no parecen sudamericanos) y un rubio (que denotará el carácter europeísta de la formación).
Todo esto lo saben bien los grandes partidos. Hace unos días, sin ir más lejos, vimos a Esperanza Aguirre abrazando a una mujer negra con arrebatada ternura. Se apresuró el PP a tomar la foto, importarla en Photoshop, subirle el contraste y añadirle una capa con el texto: “Hay una gran ilusión que nos une”. Hicieron bien, por supuesto. Cualquier esfuerzo es poco con tal de evitar que el peligroso populismo triunfe en nuestro país.