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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Artículo escrito durante un apagón

11 de diciembre de 2022 21:43 h

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Me acababa de sentar ante el ordenador para escribir este artículo, cuando de pronto se fue la luz. En nuestro piso, sin que hubiese nada raro en el cuadro eléctrico que revisé con la linterna del móvil. En el edificio entero, sin luz en la escalera. En toda la calle, comprobé por la ventana. La tormenta, pensé, pues en efecto llovía con fuerza, viento y truenos incluidos.

Un apagón es un fastidio, pero mis hijas se lo tomaron con humor, encontraron una linterna, dejaron de hacer los deberes, contaron historias de miedo. La olla con la comida del día siguiente se quedó a medio guisar sobre la vitrocerámica apagada. Paciencia, la luz siempre vuelve. Mientras, usé el móvil para leer prensa y seguir pensando mi artículo, que siempre podría escribir en el teléfono.

Dos horas después habíamos agotado las historias de miedo, la batería de mi móvil y la paciencia. Mis hijas celebraron librarse de la ducha, empezamos a pensar una cena fría. La casa se estaba quedando helada. Encontramos unas velas decorativas, nos sentamos alrededor de ellas como si fuese una chimenea, envueltos en mantas. Busqué un cuaderno para tomar notas, el artículo seguía pendiente.

Después de tres horas de apagón en el piso, el edificio y la calle entera, se nos consumían las velas y yo empezaba a preocuparme por el congelador. Pensé en los vecinos de arriba, muy mayores, con problemas de salud ella, brasero-dependientes en invierno. Las niñas se fueron temprano a la cama para quitarse el frío y el aburrimiento, sin poder leer o ver la tele, sin wifi. Y yo me quedé con una vela y un cuaderno, en plan poeta decimonónico, insistiendo en mi artículo pese a que tal vez no podría enviarlo. Me imaginé dictándolo por el teléfono fijo a alguien en la redacción, a la antigua.

Pero mira, por lo menos el apagón me sirvió de inspiración: a oscuras me acordé de que este fin de semana, por el Día de los Derechos Humanos, se habían manifestado en mi ciudad, Sevilla, varios colectivos bajo el lema “Por una vida digna, derechos para tod@s”. A la cabeza, la plataforma vecinal Barrios Hartos, que lleva años denunciando los cortes de luz en al menos media docena de barrios sevillanos: Su Eminencia, Padre Pío, Las Candelarias, Los Pajaritos, Polígono Sur y Torreblanca, aunque el problema también alcanza puntualmente a otras zonas de la ciudad como el Polígono Norte y San Jerónimo. Barrios obreros todos. No por casualidad los barrios históricamente más desfavorecidos y más desatendidos, donde la luz es solo uno de sus problemas, después de décadas de carencias, planes de actuación y promesas políticas. Una ciudad donde conviven la Agencia Espacial y los barrios más pobres de España.

A oscuras me acordé de que en esos barrios llevan años viviendo cada pocos días lo descrito en los cuatro primeros párrafos, pero agravado por la reiteración, y a menudo en casas peor preparadas. En verano, castigados por las altas temperaturas, sin ventilador ni nevera durante días enteros. En invierno, incapaces de calentar sus casas, aparte de la situación de personas con problemas de salud o necesidades especiales. Miles de familias y pequeños negocios que llevan años sin solución. No solo sin solución: además estigmatizados, pues la compañía eléctrica, Endesa, se desentiende de sus obligaciones de invertir, mantener y modernizar la red, culpando a cambio a los enganches ilegales y las plantaciones de marihuana, criminalizando así a barrios enteros. Tampoco las administraciones están a la altura de un problema que tiene su complejidad, por supuesto, pero esa complejidad no puede justificar la falta de respuesta. Eso sí: en las calles tienen luces navideñas.

A oscuras me acordé de que son las mismas excusas -enganches ilegales y marihuana- que reciben los vecinos de los barrios granadinos del Polígono Norte. Barrios obreros todos. No por casualidad los barrios históricamente más desfavorecidos y etc. Enganches y droga. Es decir, culpa de los 25.000 vecinos afectados, delincuentes todos. Incluidos los alumnos de un colegio. Claro que hay enganches y droga, en medio de una realidad social difícil. Pero sobre todo hay miles de familias trabajadoras que pagan sus recibos de la luz y no reciben un servicio digno. En Granada, además de manifestarse, han llevado a juicio a Endesa, por incumplimiento. Las administraciones, ídem. Y las calles, con luces navideñas, sí.

A oscuras me acordé, claro, de la Cañada Real de Madrid, donde no viven apagones frecuentes, sino un apagón permanente, un vergonzoso y criminal apagón eléctrico, humanitario, político y ético de más de dos años ya para 4.000 personas, casi la mitad menores. Sin que ninguna administración se haga cargo, pese a llegar incluso a Bruselas con su denuncia. Y aquí ni luces navideñas les han puesto en las calles, pues les niegan la existencia.

Pensaba escribir sobre cómo debe de ser vivir con apagones frecuentes, cómo te condiciona la vida, lo más cotidiano, el bienestar de tu familia, tu salud, tu trabajo, tus estudios, y agrava tu propia situación socio-económica desfavorecida. Pero se me acaba la vela y me cuesta escribir con los dedos fríos. Voy a echarles una manta más a mis hijas, y me meto yo también en la cama, que así no hay quien haga nada. Ya escribiré el artículo cuando vuelva la luz. Mañana, que aquí siempre vuelve.