La desaparición de ETA ha sido una catástrofe para el PP. Cuando estaba activa, a los dirigentes populares les bastaba con recurrir a la teoría del entorno para identificar al independentismo con el Mal y restarle votos. La teoría del entorno dice que el culpable de un asesinato no es sólo quien aprieta el gatillo, sino todo el que piensa como él y hasta el pensamiento mismo. Ahora, sin terrorismo, ya no basta con recurrir a ella para sacar un buen resultado en las elecciones; ahora hay que argumentar.
Sin el problema vasco enfrente, el nacionalismo español corre el riesgo de convertirse en una fuerza política insignificante. Y a la inversa: nada les ha venido mejor a los abertzales que esa coalición españolista que ha mantenido hasta ahora al lehendakari. PPSOE en Ajuria Enea y Rajoy en la Moncloa han contribuido con generosidad al previsible éxito del independentismo. Lo sabe muy bien Jaime Mayor Oreja, que en una maniobra desesperada por invertir la tendencia está intentando resucitar el miedo a ETA que tan rentable les resultó en tiempos pasados.
Pero ETA está muerta, definitivamente muerta, y los más listos del PP saben que lo sensato es dar por perdido el País Vasco, no gastar más energías allí, e inventar cuanto antes un nuevo enemigo nacional, un nuevo demonio periférico que mantenga unidas las filas del Bien. Pero para eso necesitaban ayuda. Y ahí es donde aparecen Mas y la Diada: el nacionalismo catalán, como otras tantas veces, ha salido al rescate de la derecha española.
Ya casi nadie se acuerda del Artur Mas anterior a la Diada; pero si hacemos memoria, recordaremos que a su lado Rajoy era un simple aprendiz en materia de recortes y de liberalismo económico sin alma. Mas era un killer impasible que iba abriendo camino al andar. Podemos liberarlo de responsabilidad y sostener que la ruina de Cataluña es culpa únicamente de la financiación españolista. En ese caso, no hay nada más que hablar, la columna termina aquí.
Pero si además de reconocer la injusticia de la financiación, añadimos entre las causas de la situación que Mas sea un pésimo gestor aunque un excelente político neoliberal que ha aplicado en su país la misma política de recortes y austeridad que en otros lugares sólo ha provocado sufrimiento a los débiles y beneficios a los poderosos, entonces convendremos en que el president tenía antes de la Diada el mismo problema e idéntica necesidad que Rajoy: escurrir el bulto cuanto antes y hacer olvidar a los electores que esta situación es el resultado de una política económica: la suya. La suya de ellos.
Con la gente en la calle, abandonado hasta por sus propios votantes y sin una ETA a la que recurrir, Rajoy necesitaba para sobrevivir algo parecido a lo que ha venido sucediendo desde la Diada: un nacionalismo resuelto, una voluntad de secesión, un desafío del Mal, algo que le permitiera cuanto antes dejar de hablar de recortes, resucitar el rentable fantasma de la ruptura de España, y ponerse al frente del ejército del Bien.
Por su parte, Mas ha conseguido que desde la multitudinaria manifestación de la Diada no se vuelva hablar de escuelas sin medios, de hospitales cerrados, de impuestos injustos o de desfalcos en fondos públicos. Y si alguien estos días ha tenido la tentación de serenarse, de pararse a pensar, de alejarse del ruido y meditar, ahí estaba el Gobierno de Rajoy, al quite, echando una mano a Mas con esas impagables declaraciones del ministro de Educación.
Todo ha sido muy dramático y visceral estas últimas semanas, muy patriótico. Y yo diría que hasta hermoso: el nacionalismo español, el nacionalismo vasco y el nacionalismo catalán compartiendo intereses estratégicos y ayudándose mutuamente.
Claro que mientras nosotros jugamos a la gallinita ciega, la guerra, la verdadera guerra, se libra sin cuartel en otra parte.