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El asalto en Brasil alienta al golpismo español

Cientos de opositores bolsonaristas invadiendo el domingo la sede del Tribunal Supremo Federal de Brasil, en Brasilia (Brasil). EFE/Andre Borges

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Más de 1.500 detenidos y la condena internacional prácticamente unánime no amilanan a la derecha española y sus portavoces mediáticos. Que sepamos el nuestro es el único país en el mundo en donde el principal partido de la oposición ha usado el golpe en Brasil, de corte fascista, para atacar a su propio gobierno: el Ejecutivo progresista salido de las urnas. Un hecho inaudito y un espectáculo denigrante para cualquiera con un mínimo de sensatez que sin embargo puede calar en las víctimas voluntarias de su maquinaria propagandística. Y lo esencial: un aviso claro del peligro que corremos.  

El asalto al Capitolio de los EEUU supuso una cierta sorpresa, aunque vimos los llamamientos de Trump a sus seguidores. En Brasil, la toma de los bolsonaristas del Congreso, el Palacio presidencial y el Tribunal Supremo, ninguna: era previsible. Acciones similares en España tienen muchos números para llevarse a cabo. Los síntomas son tan claros y alarmantes que no se comprende que todo siga igual dejando crecer la embestida.

El fascismo es un problema que se extiende por el mundo, sí. Ha aprendido a hacerlo confiando en la desmemoria que olvide su papel desencadenante de la II Guerra Mundial y todas las desgracias que trajo. España añadió su franquismo propio y lo dejó por completo impune, manteniendo en centros de poder a sus herederos. Debe haber una acción global, y cada país afrontarlo por su cuenta también.  

En el nuestro, los hilos se ven con toda nitidez. Es un trabajo conjunto de la extrema derecha política y mediática encabezada por el Partido Popular. Vox anda algo más contenido sabiéndose correligionario exacto de Bolsonaro en momentos inoportunos. La noche del golpe en Brasil salió en avanzadilla la portavoz del PP Cuca Gamarra y por su cuenta Cayetana Álvarez de Toledo; luego han seguido diferentes prebostes del partido. Arreciando hasta comparecer en la delirante campaña las principales cabezas del PP con el mismo rosario de manipulaciones.

Tratan de culpar al presidente y a todo el Gobierno español. De equiparar un golpe de Estado -en el que una turba allana violentamente las sedes de los tres grandes poderes de la democracia- con el referéndum en Catalunya de hace cinco años. Con poner las urnas a los ciudadanos que voluntariamente acudieron para ser reprimidos por el Gobierno de Rajoy. De Rajoy, un tal M. Rajoy del PP. Con una violencia que dio la vuelta al mundo. No al revés, no de los votantes.

Todos han usado la falacia de llamar a aquello golpe de Estado, incluida la ultraderecha mediática a su servicio. Ni la justicia española, que ya es decir, lo tipificó como tal, ni tampoco como rebelión. Las voces del PP sí, retomándolo ahora, a ver si cuela. La indignidad es máxima. Especialmente cuando los demócratas del mundo –en donde demuestran no estar- se muestran sobrecogidos con el asalto en Brasil. Es la segunda vez que se intenta, tras EEUU. Se ha abierto la veda para que todo lo más sucio de cada país pisotee la voluntad popular expresada en las urnas e intente un golpe de Estado, de manual o blando. Hay muchas formas de desestabilizar que encajan en ese segmento.

El PP no ha dejado de considerar ilegítimo al Gobierno democrático de España por la misma regla que los golpistas estadounidenses y brasileños: no le gusta. Solo se gustan ellos y sus correligionarios. Descalifican al Gobierno de Pedro Sánchez con una virulencia y osadía inadmisibles. Ahora evidencian un paso más, escalofriante. La derecha española de ámbito estatal une a su corrupción demostrada una falta de escrúpulos repugnante al usar temas tan esenciales para hacerse con el poder. El PP se ha lanzado al abismo.

Y la pregunta esencial es: ¿cuál es el objetivo de esta campaña? ¿Minimizar lo ocurrido en Brasil y justificar un golpe en España? Porque el otro bulo que utilizan es el que pretende equiparar también una manifestación pacífica y autorizada con un asalto violento a los poderes del Estado en Brasil. El periodista Daniel Bernabé lo desmontaba con precisión, fue algo radicalmente distinto en formas y motivaciones. Sin contar las múltiples veces en las que las manifestaciones han acabado en el Congreso, por ejemplo las de policías y guardia civiles en 2020, que incluso rompieron el cordón de seguridad. 

No es que esta derecha española no avisara. El secuestro del poder judicial es un hecho palmario que ninguna democracia que se tenga por tal consentiría. Lo pasmoso es que han logrado dar la vuelta a las responsabilidades y hasta las encuestas aventuran, según nos dicen, que “la crisis institucional” beneficia al PP y amplía su ventaja con el PSOE. De ser así, ¿quién ha podido manipular de tal forma a la sociedad para que considere que los causantes de la crisis son las víctimas a rescatar? Es increíble, pero demuestra un trabajo de propaganda mediática que merecería un Guinness a la eficacia de la trampa. Y lo mismo ocurre con las corrupciones manifiestas, con el destrozo de la sanidad y tantos descalabros que perpetra el PP en loor mediático.

Es a todas las bandas. Con una agresividad desbordante y acusaciones gravísimas sin base, como denuncia en alarma el profesor Ignacio Sánchez Cuenca. Es la derecha política llamando a luchas y rebeliones y son sus columnistas de cabecera. Algo huele muy podrido en la Villa y Corte.

Los periodistas que nos tomamos en serio esta profesión, y más aún la democracia, nos hemos convertido en una especie de Casandra condenados a que no se nos escuche hasta que el incendio fascista nos arrase. No estoy por la labor, ni para mí, ni para nadie.

Son muchas semanas, meses, años de avisar y el asalto final está a la vuelta de la esquina, si no se actúa con rotundidad. A este ritmo de ir haciéndose con todo el poder por parcelas a la brava, sin pausa y sin escrúpulo alguno. No es posible que esa ciudadanía española que no se molesta en informarse de verdad se nutra solo de lo que le sueltan por todos los canales de sonido e imagen a diario de la mañana a la noche. Es indispensable tomar medidas. No son libertad de expresión sino un atentado contra la democracia las políticas de la mentira y la tergiversación continuada. Pero sobre todo lo que no puede seguir –aunque sea inútil reiterarlo tantas veces sin éxito- es la desinformación de la televisión pública. Con excepciones, por supuesto, que apenas pueden aliviar la tónica general.

En el golpe de Brasil se ha manifestado una vez más. Como muchos de sus colegas, han forzado los conceptos de polarización, país dividido y sobre todo derecha e izquierda cargando las tintas. No, es entre la democracia y el fascismo, es entre unas actitudes punibles y otras dentro y en defensa de la legalidad. No se pueden cotejar en el mismo nivel. No podemos dejar de recordar que “si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado opresor”, tal como definió el obispo Desmond Tutu. Sin olvidar la advertencia sobre los tibios de Martin Luther King, víctima mortal de la intolerancia que no se combate: “Me preocupa el silencio de ”las buenas personas“. Las que así se consideran sin serlo realmente.

Es una involución programada, en la que nada más empezar el año cuatro hombres asesinan a cuatro mujeres que eran o fueron sus parejas –uno de ellos de un solo encuentro sexual- y le echan la culpa al Ministerio de Igualdad. Cada día. Cuando se sabe, por ejemplo, de cuatro lobbies antifeministas ultra católicos dirigidos por españoles que operan en Bruselas con mucho dinero para la Cruzada y ni se nombra.

Repasen la lista de los intensamente odiados de este país y de los bendecidos y verán volar a los demonios por los cielos mediáticos e intentar cortar las alas a muchos de quienes luchan por los demás.

Se ha conducido a la sociedad a un delirio plagado de falsedades. La confusión que reina en muchas cabezas entre ideologías, hechos, culpabilidades, muestra a multitud de seres poseídos por conceptos verdaderamente erráticos. Inoculados y que no han sabido digerir. Ocurre en España, en Estado Unidos, en muchos otros lugares, en Brasil sin duda. Allí se responde al programa para erradicar el hambre de Lula en muchos casos confiando en que así sea, pero otros creen que el hambre se sacia acudiendo a los oficios de las Iglesias Evangelistas. Aquí que en Madrid la sanidad publica se imparte en las terrazas tomándose una caña. Y claro que hay conciudadanos culpables de lo que nos ocurre a todos. Desde los exaltados atacantes de Brasil a los que se emplean en el insulto allí donde encuentran altavoz para gritar y una presa a la que asir entre las fauces. Tienen maestros ejemplares en tantos portavoces políticos.

Con sus declaraciones tras el golpe en Brasil, el PP demuestra que se ha quitado la careta. Ha obstaculizado la renovación del poder judicial cuanto ha podido, es ostensible su uso de los medios plegados a sus intereses y falta el poder político total que busca allanar trámites con excusas falsas para auto justificarse. Es pavoroso. Y ni Casandra puede dejar de repetirse.

Hay que renovar la justicia acorde con la Constitución. RTVE ha de informar con rigor y profesionalidad. Ya. No se admiten más tibiezas. En ningún medio, dado que todos son servicio público, se puede seguir amparando y promocionado el fascismo. Han de salir de las acreditaciones de prensa del Congreso quienes no ejercen el periodismo sino el activismo de ultraderecha. Hay que vigilar el respeto constitucional de las fuerzas de Seguridad, eslabón esencial en todos los procesos que hemos visto.

El Gobierno no puede continuar mirando a un lado y a otro en estos puntos críticos. Ninguno de los miembros de la coalición. Ni los socios de investidura. No va a mejorar, va a peor y al galope según estamos viendo. No es derecha e izquierda lo que dilucida, se nos están llevando la democracia por un boquete provocado por claros traumatismos.  

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