Hay una mueca de patética derrota en el gesto inmoral de recibir a individuos que han asesinado a personas a las que no conocían de nada.
Tiene que ser un balance devastador en lo personal pensar que se empezó de joven asesinando y secuestrando y que después de más de veinte años en la cárcel se sale de uno en uno, tras haber cumplido largas penas a pulso y sin haber conseguido ni uno solo de los objetivos por los que se mató.
Varias generaciones de vascos que en un momento de sus vidas pensaron que la forma de lograr su lugar en el mundo era exterminar a otros seres humanos salen ahora de la cárcel, esa pena intransferible, con la memoria de las personas a las que han matado y necesitan que alguien les diga que su vida no ha sido un completo fracaso.
Asesinar a varias personas, tener a uno sometido a la tortura del secuestro durante 532 días, haber estado dispuesto a dejarlo morir, comerse luego 22 o 29 años de talego y no haber conseguido nada. Menudo balance.
Marta Buesa, hija de Fernando Buesa, asesinado junto con su escolta, Jorge Diez, por los conmilitones de los que ahora salen de manera individual, expresaba en este periódico su dolor por la nula empatía con las víctimas de los que organizaban los recibimientos patéticos. Ella, que representa a las víctimas que más han hecho por acercarse a los victimarios, veía en esos homenajes un síntoma de que una parte de la sociedad vasca, la que aplaude a los asesinos, está enferma. Reclamaba una condena de esas prácticas para avanzar en la convivencia. Han pasado los días y se ha encontrado Marta Buesa, y otras como ella, con la declaración chulesca de que a cada preso etarra que salga se le recibirá.
Hay en esta bravuconada el reconocimiento implícito de la derrota; que de amnistía, o acercamiento, nada de nada, que todos saldrán de uno en uno, después de cumplir sus correspondientes penas.
Qué tiempos pasados, los ochenta, en los que se decía: la amnistía no se negocia, se impone. O cuando la banda prohibía que ningún preso se acogiera a beneficios penitenciarios individuales a los que tenían derecho porque se ganaría todo de manera colectiva. Qué decir de aquellos letrados que reclamaban para los presos el 'derecho' a cumplir íntegramente sus penas para no dar facilidades al 'enemigo'.
Se pusieron a pegar tiros de jóvenes y salen ya muy mayores sin haber logrado más que muerte para sus víctimas y cárcel para ellos.
No son capaces de reconocer que asesinar fue injusto, una obviedad que les parece un Himalaya a los que quieren dar una chocolatina de consolación a los que asesinaron y penaron, todo para nada.