David Oubel asesinó a sus dos hijas, de cuatro y nueve años de edad, la víspera de entregarlas a su madre, de la que estaba separado.
Cuando se agotaba el plazo de estancia con el padre, Oubel se compró una radial en una ferretería, preguntó si funcionaba bien y con ella asesinó a sus dos hijas un caluroso 31 de Julio de 2015. Después del doble crimen, cruzó su coche en la puerta de la casa, selló las cerraduras con silicona y se encerró en el baño. A la policía le dijo que estaba en 'situación límite' y que por eso lo del doble crimen de sus hijas. Vete a saber qué es eso de situación límite como presunto eximente y justificación.
Oubel fue el primer condenado en España a prisión permanente revisable. Con su corte de pelo modernuki y vestido a la última, el criminal narcisista, perdón por la redundancia, no mostró ni un signo de arrepentimiento a lo largo del juicio.
Violencia vicaria se llama este crimen. Hacer el mayor daño posible a la que ha sido tu mujer, asesinando a sus hijos. Digo 'sus' porque el asesino machista no siente que sean suyos, son de ella. Antes lo hizo José Bretón, que también asesinó a sus dos hijos después de que su mujer se separara de él. Hasta hace bien poco estas mujeres, víctimas de violencia vicaria, no eran consideradas víctimas de la violencia machista.
Los de a caballo sostienen que en España no existe violencia machista. Que aquí hay violencia de todos los tipos. Cuando un asesino machista asesinó a su mujer y luego se suicidó, consiguieron que se dijera: dos muertos. Empate. La violencia de género es un invento, 'no tiene género', es violencia intrafamiliar, dicen; vamos, como la de 'hermano mayor'.
La ofensiva está clara. Puro negacionismo ultra. Que hay 52 mujeres asesinadas por 52 hombres en lo que va de año, más una mujer, ayer, con el cincuenta por ciento de su cuerpo quemado por su pareja, hombre, no importa. Se busca el empate. Así se niega el conflicto.
En Andalucía han logrado modificar el discurso consensuado contra la violencia machista empezando por el uso perverso de las palabras.
He citado mil veces a Klemperer, el filólogo alemán que estudió el lenguaje del nazismo, que sostiene que las palabras contienen dosis ínfimas de arsénico, las consumimos, sin darnos cuenta y pasado un tiempo, ejercen su efecto letal. El nazismo no creó un lenguaje, dio un significado diferente a palabras preexistentes.
Así circulan ya palabras como 'feminazi', que no deberíamos reproducir y que están consagradas por el uso en el discurso machista de los de a caballo; o, ahora, 'violencia intrafamiliar', con la que se quiere desventrar el carácter estructural, de posesión y dominio de los hombres sobre las mujeres que sí refleja el sintagma 'violencia machista'. Todo menos llamar a las cosas por su nombre. La realidad empieza y termina con las palabras.
Cuando a una de los de a caballo se le pregunta sobre los maltratadores dice que para todos prisión permanente revisable. Se le repregunta: igual para los que han asesinado que para los que no, y contesta: prisión permanente revisable. Bien, esa prisión ya está en vigor, de hecho, el primer condenado bajo ese tipo es un asesino machista.
Se trata ahora de establecer lo obvio, esa tarea siempre compleja y que requiere de tenacidad: existe la violencia machista, 52 mujeres han sido asesinadas por 52 hombres en lo que va de año; 1.028 mujeres han sido asesinadas por 1.028 hombres desde 2003, que es cuando empezamos a tener datos. Muchas más antes de que existieran las estadísticas que dan visibilidad a los problemas.
No se trata sólo de datos exactos que tanto irritan a los de las coces, se trata de no volver al pasado, cuando el asesinato machista se nombraba como 'crimen pasional', palabras en las que la víctima, mujer, desaparecía y emergía un sujeto fogoso, al parecer lleno de amor; pura pasión, propia del que mataba a 'lo que mas quería'.
Los de a caballo van a la propaganda por el hecho. Un minuto de silencio por el asesinato de una mujer en Madrid, se convierte en una algarabía en la que se alzan con el trofeo del titular: la violencia no tiene género, sentencian. Un acto consensuado, una declaración institucional arraigada durante años contra la violencia machista, queda aparcada por el triunfo propagandístico de los de a horcajadas.
Pero la propaganda tiene también sus inconvenientes. Te puedes cruzar con una mujer que reúne todos los requisitos para ser sospechosa a ojos de los que se duchan en gomina: mujer, inmigrante, mora, víctima de la violencia machista, hermana de víctima, que se te planta en la cara, te dice lo que no quieres oír y te revienta tu anuncio propagandístico. Como no la miras, no existe, crees, pero te ha chafado el anuncio. La ultraderecha es cobarde, así queda la foto.
Ha costado años establecer que existe una violencia machista y analizar cuál es su etiología. Se trata ahora de mantener esos logros, de no dar por consolidados los episodios y el discurso de lucha contra la violencia machista y de evitar la vuelta atrás, a los tiempos del nacionalcatolicismo, cuando 'amar era soportar', al marido, claro; cuando la mujer era 'el descanso del guerrero' y cuando una bofetada del marido era síntoma excelso de amor. Mi marido me pega lo normal.
Recomiendo a los de a caballo, y a todos los de a pie, claro, la lectura de “Ahora feminismo. Cuestiones candentes y frentes abiertos”, de Amelia Valcárcel. Su lectura fortalece el espíritu democrático y refuerza la urgencia en luchar por lo obvio.