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Asombrosamente, se creen superiores

1 de octubre de 2024 22:14 h

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Por si fuera poca tensión la que nos circunda, en la tarde de este martes se añadía un nuevo elemento de temibles consecuencias: la respuesta de Irán a Israel por sus bombardeos e invasión de Líbano, lanzando unos 200 misiles contra Tel Aviv y Jerusalem, al que ha seguido un intercambio de amenazas. Se sumaba a otros tres hechos impactantes que han coincidido estos días con una estrecha relación entre ellos aunque no lo parezca a simple vista: el triunfo de los neonazis en las elecciones austríacas, las nuevas matanzas indiscriminadas de Israel sobre Líbano y Palestina y un naufragio de africanos de Mali en la isla canaria de El Hierro que ha dejado sepultadas en el agua a medio centenar de personas. El ser humano es el único que tropieza dos veces en la misma piedra, se dice. Y hay un fuerte componente de soberbia en todos estos conflictos.

La ultraderecha, los nazis y fascistas, desencadenaron la II Guerra Mundial con un descomunal balance de daños: entre 40 y 50 millones de muertos (civiles en su mayoría, por supuesto), no menos de 100 millones de heridos, 50 millones de desplazados y una destrucción material y de valores éticos incalculable. Y aquí están otra vez como si la sociedad mundial lo hubiera olvidado.

De los reinos medievales en donde todo lo decidía el monarca, la Humanidad pasó -no sin algunos trompicones- a las Naciones-Estado que en sus diversas formas nos han guiado hasta hoy. En su organización interna, se fueron enfrentando dos posturas: una cree que los países han de adaptarse a las sociedades que los forman, a lo que los ciudadanos deciden; la otra afirma -y a menudo con violencia autoritaria- que son las personas quienes han de adaptarse a los países, a una idiosincrasia que unos pocos imponen como óptima. Una especie de continuación del absolutismo monárquico. Pongamos por caso a quienes piensan que la tauromaquia es marca definitoria de su patria y a los que entienden que es mucho más patriota pagar impuestos para prestar servicios a toda la comunidad.

Está clara la ideología que organizó la gran guerra destructora. Es la misma a la que se ha permitido regresar por un agujero torpe de la democracia en la que no cree y pretende destruir. Los fascismos son profundamente nacionalistas. Y es verdaderamente increíble que, con su historial, con su vulneración de derechos humanos esenciales, se autorice su concurrencia a las urnas…. para que imbéciles sin alma les puedan elegir como sus representantes.

El nacionalismo se basa, según la pensadora Hanna Arendt, en la correlación que se estableció entre ciudadanía y nacionalidad excluyendo al que no es igual. “El Estado es una sociedad abierta que gobierna sobre un territorio donde sus poderes protegen y dictan las leyes; el Estado sólo conoce ciudadanos, sin importar la nacionalidad a la que pertenecen”, decía Arendt.

La tragedia de El Hierro tiene detrás, como germen, a los racistas que se creen superiores a quienes tienen la piel de otro color y poco dinero en el bolsillo. Y cuyas vidas no encuentran relevantes. A los que piensan que son propietarios del país en el que accidentalmente nacieron y no admiten a extranjeros pobres. Cuando no son sus propietarios. Habría muchos matices que aclarar en ese punto.

Arde ahora al máximo la tensión en Oriente Próximo. El horror que cada día y cada noche nos sirven medios y redes con el genocidio que Israel practica sobre palestinos y libaneses muestra con mayor evidencia si cabe el desprecio absoluto por la vida de sus víctimas, sean hombre, mujeres o niños. Unos asesinos natos se creen mejores que aquellos a quienes matan. Ay, el pueblo elegido. Paradójicamente, durante el nazismo, se desposeyó a los judíos alemanes de la ciudadanía y fueron considerados un cuerpo ajeno a la nación alemana. Y así llegamos al momento crítico de hoy mismo. La megalomanía de Netanyahu se empeñó en buscar un conflicto de grandes proporciones en el polvorín de la zona e incluso más allá. A última hora de este martes, Irán ha lanzado dos centenares de misiles sobre Jerusalem y Tel Aviv, tal como avisó ayer, en respuesta a los ataque israelí a Líbano. Y nadie frena a Netanyahu, todo lo contrario, sigue el apoyo real de EEUU y Europa por muchas palabras huecas que se le pongan encima. Con las condenas a Irán, las llamadas a detener la escalada. El presidente estadounidense Joe Biden calificó el otro día de “acto de justicia” que Israel asesinara al líder de Hizbulá, Hasán Nasrala, sin mencionar a las otras víctimas que “pasaban por allí”. También ahí se marcan diferencias.

Lo del ganador de las elecciones del domingo en Austria es todavía más gráfico. El líder del Partido de la Libertad de Austria, FPÖ, Herbert Kickl. tiene 55 años y no figura con otra ocupación previa que la dedicada a su partido desde hace al menos 29 años. Quiere eliminar cualquier derecho a los extranjeros y deportar a los refugiados. El FPÖ fue fundado por el nazi Anton Reinthaller, miembro de las SS, y sigue contando entre sus miembros con antiguos funcionarios nazis y oficiales de la temible organización policial y de seguridad de Hitler. Y ha sido votado por el 29% de los electores, sobre todo los jóvenes y mediana edad, faltos de memoria social.

Lo asombroso es que este individuo también cree, como su compatriota Hitler en su día, que su “raza” es superior a otras. Uno de sus eslóganes famosos es: “Sangre vienesa: demasiados extranjeros no hacen ningún bien”. Siendo tan oscuro y poco agraciado como su inspirador Adolf Hitler, hace falta poseer una autoestima desbocada. Parece que tampoco tiene “el carisma del fundador del partido”, dice El Mundo. Que cita otra evidencia: Austria ha normalizado esta ideología. Ése es el problema general.

Otros países también lo han normalizado, con ayudas. Es incomprensible, insisto porque es clave, que la democracia permita anidar en su seno a quien la destruye, y que no se rechace su concurrencia a las urnas. Resulta, además, bastante irritante que nos inviten a comprender a esos pobrecillos a los que, como los gobiernos habituales no les dan lo que necesitan -leo-, pretenden arreglarlo con el desastre general. Con el lanzamiento de toda la sociedad a una fosa de leones hambrientos.

Por supuesto que cuando la política tradicional no cumple produce descontento. Pero también haber hecho imperceptible la línea divisoria entre los partidos conservadores de siempre y la ultraderecha racista ha abocado a esta situación indeseable.

Desde luego mil veces superiores a esta masa de ultras sin ética son los africanos naufragados que intentaban una vida mejor, no peor para todos como los obtusos fascistas. Mil veces mejores cualesquiera de los despreciados por los nazis austríacos embutidos en su bunker supremacista. E infinitamente superiores, a los sionistas que asesinan sin piedad a niños y adultos creyéndose como todos los citados el patrón oro de la especie humana. Necesitaríamos unos cuantos párrafos más para siquiera citar las numerosas ficticias superioridades de unos sobre otros que llevan a dar un muy diferente trato a los saharauis de Barajas frente otros refugiados, por ejemplo. Y es que la sensación fascista de superioridad lleva al desprecio de otros seres humanos que considera prescindibles, sin importar ni cómo los destruye.

Esta horrible etapa de descivilización ha de pasar necesariamente, pero habrá que ponerse a ello, rechazando a cuantos hieren vidas y haciendas montados sobre el burro de una Libertad prostituida y de una superioridad inexistente. Desde los nazis austríacos, a los racistas que cierran fronteras, a los genocidas israelíes, a los locales que dejaron morir con la misma crueldad, sin siquiera cuidados paliativos, a unos pobres ancianos a los que nadie defendió de la usura y la codicia ultraliberal en momentos críticos de salud mundial.

Solo los humanos tropiezan dos veces con la misma piedra y volvemos, en un paulatino avance, a aquellos años 30 del siglo pasado, cuando también una crisis económica provocada usó la peste parda del nazismo para intentar su hegemonía pasando sobre miles de muertos. Fracasaron, fueron vencidos, pero me queda la duda de si entonces había tal cantidad de tontos útiles como ahora actuando como cómplices. Cretinos que encima se consideran superiores a la media.