¿Hay que asustarse por Vox?

Sólo si Vox termina haciéndose con el PP, provocando una ruptura interna de ese partido o imponiéndole sin matices su política, cabría temer la peor suerte para este país. Sin ser imposible, esa perspectiva parece lejana en estos momentos. Vox es un peligro real porque ya tiene fuerza suficiente para condicionar la dinámica política. Pero no es ni mucho menos el principal actor de la escena, contrariamente a lo que parecen entender algunos medios, y no todos de derechas, más interesados en dar espectáculo que en proporcionar información. Y no está ni mucho menos claro que el futuro del partido de Abascal vaya a ser tan risueño como su fulgurante ascenso del último año.

Para empezar, Vox carece de una estructura sólida y articulada como para rentabilizar políticamente su peso parlamentario. No es tanto un problema de afiliados, que por ahí puede crecer sin problemas, sino de cuadros. La mayoría de los que se han dado a conocer en los últimos tiempos son personas de muy poca solvencia política. Está claro que Santiago Abascal es el más sólido de ellos, pero le falta aún mucho recorrido para ser un líder potente. Las carencias de Javier Ortega Smith son evidentes: es un facha de los de siempre, pero hasta el momento no ha dado una sola prueba de tener algo más que ese “coraje guerrero” que tan bien visto está entre los suyos. En la pareja Espinosa de los Monteros, ella parece tener algo más que su marido, pero ambos están metidos en un lío judicial que antes o después puede terminar mal.

Luego están los generales, retirados, que forman parte de su grupo parlamentario, todos ellos únicamente conocidos por su indeleble historial de fidelidad a Franco y el franquismo, lo cual no es un gran capital político en los tiempos que corren. Y el inefable Francisco José Alcaraz, expresidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, que debe tener sus ideas muy claras pero que no las expresa nada bien. Y el juez andaluz Francisco Serrano Castro, que pareció llegar al Parlamento Andaluz con el principal afán de vengar la afrenta que había sufrido cuando le inhabilitaron por prevaricación en un caso de separación.

También han aparecido puntualmente algunos personajes de segunda fila, más jóvenes y casi todos procedentes del ámbito del derecho, pero ninguno se ha distinguido por otra cosa que por su adscripción ultraderechista.

Con esos mimbres tan endebles y con algún apoyo no despreciable como el de los sectores más antediluvianos del catolicismo español, Vox ha cosechado un éxito electoral formidable y en un tiempo récord. Eso sólo puede explicarse porque Abascal y los suyos han tenido la virtud de estar en el sitio adecuado en el momento que les hacía falta. Es decir, han sabido ofrecerse como refugio a una corriente de opinión surgida recientemente, o al menos en los últimos dos o tres años.

Y la crisis catalana explica prácticamente por sí sola el nacimiento imprevisto de ese fenómeno. No porque esa gente descubriera de repente su rechazo al independentismo, que otros millones de españoles, y no sólo de derechas, comparten. Sino porque entendieron, con rabia en la mayoría de los casos, que el partido al que la mayoría de ellos había votado siempre, el PP, no había estado a la altura de las circunstancias, que Rajoy no se había atrevido a golpear al independentismo con la fuerza que ellos requerían y había terminado por contemporizar con un 155 aguado e ineficaz. “Traición”, gritaron las huestes de Abascal en las teles recónditas que entonces les acogían. Y ese grito caló.

El racismo y la fobia contra los inmigrantes es otro de los componentes del ideario de los votantes corrientes de Vox que hemos podido escuchar directamente. Pero salvo en algunas zonas de fuerte presencia de trabajadores extranjeros, pesa bastante menos el anticatalanismo. Porque los problemas que plantea la inmigración son mucho menos graves en España que en otros países del entorno europeo. Y porque aparte de episodios de tensión la cuestión no arde en la calle aunque exista.

La animosidad de Vox contra las políticas de género tiene tal vez más consistencia que lo anterior. Porque refleja otro rechazo. El de la España machista, en la que tantas mujeres se inscriben, al crecimiento del feminismo y a los relativos éxitos políticos obtenidos por este en los últimos años. Esa sí que es una bandera que motiva a buena parte de los votantes de Vox. El que muchos de ellos militen en el catolicismo más reaccionario, no precisamente tolerante en este punto, ayuda no poco. El punto débil de esta línea son los asesinatos de mujeres, que por mucha trampa que hagan Abascal y los suyos, no se pueden negar.

Partiendo de la base de que el antieuropeísmo de Vox y su propuesta de acabar con el Estado de las Autonomías son tan genéricos y demagógicos que no añaden mucho y de que su programa económico es un recorta y pega del del PP, ¿se puede construir un proyecto político que aspire a hacer con el poder únicamente sobre la base de esos argumentos?

En principio se diría que no. Pero la respuesta a esa pregunta depende del PP. Si el partido de Casado logra definir tanto un espacio propio como una línea autónoma pondrá las cosas difíciles a Vox. Si no lo consigue, el partido de Abascal condicionará hasta tal punto la política del PP que terminará por ahogarlo.

Y Cataluña será de nuevo el terreno en el que se dirimirá esa querella. Porque si Pedro Sánchez y Pablo Iglesias logran formar gobierno con la abstención de ERC y el apoyo del PNV y de casi todo el arco nacionalista y regionalista, el nuevo gabinete dará un giro a la política territorial que se ha aplicado en la última década. Y una actitud distinta hacia la crisis catalana será una de las claves del mismo.

¿Competirá el PP con Vox por ver quién se opone con más dureza a esa nueva línea? ¿O entenderá que ese nuevo rumbo es lo que habrá, si Pedro Sánchez no falla, que ese gobierno Frankenstein tendrá serias opciones de durar y que no tendrá más remedio que adaptarse a los nuevos tiempos, sin renunciar a sus esencias? El futuro de Vox depende en buena medida del camino que escoja el PP. Y de que unos y otros, en el futuro gobierno y en la oposición hagan las cosas mínimamente bien. Si no aciertan tendremos que empezar a asustarnos.