Tras meses de preparar a la opinión pública con todo tipo de análisis y pronósticos catastróficos respecto a qué pasaría si se dejaba quebrar la autopistas privadas que los gobiernos Aznar impulsaron como parte de sus delirios de grandeza imperial, los piratas de lo público se aprestan para hacerse con otro nuevo botín como parte de su saqueo despiadado de las arcas y bienes públicos. Un botín que, además, no deja de multiplicarse como los panes y los peces del milagro. En 2013 eran 3.000 millones, ahora ya son 5.700 millones y calculan los entendidos que acabará rondando los 8.000 millones. Ya saben, estamos en España, ese país donde los millones de euros de las deudas con las grandes empresas se multiplican misteriosamente cuando debemos pagarlas entre todos.
La historia de nuestras autopistas piratas encarna la pesadilla de cualquier buen liberal. Un negocio privado asegurado contra todo riesgo con nuestros impuestos. Autopistas que nadie necesitaba, sostenidas sobre previsiones de utilización de ciencia ficción y construidas con costes inflados que han disparado su coste final hasta el infinito y más allá. Supone la esencia de la famosa fórmula de colaboración público-privada: nosotros asumimos el riesgo y ellos se llevan los beneficios.
Los grandes programas de construcción de infraestructuras públicas han respondido, desde siempre y en buena medida, a las demandas y necesidades de las grandes empresas y corporaciones de nuestro país antes que a la planificación de territorio o la ordenación de las comunicaciones. A cambio de tanta generosidad esas mismas grandes empresas han ido contribuyendo cada vez menos a la financiación de lo público, obteniendo sustanciosos regalos fiscales en el impuesto de sociedades, o recurriendo de manera masiva a la creatividad fiscal y los paraísos fiscales.
Los bancos que ahora se niegan a renegociar la deuda han cotizado a un tipo real medio por debajo del 15% durante los últimos diez años, las constructores por debajo del 11% y los fondos de inversiones por debajo del 4%,… si es que pagaron impuestos.
El programa de construcción de autopistas privadas se debió a las exuberantes expectativas de negocio de las empresas que aspiraban a gestionarlas. La gran recesión ha frustrado tanta proyección milagrosa. El final del drama será un rescate público masivo. Es el crimen perfecto, el sueño más húmedo de cualquier pirata de lo público: facturación millonaria en su construcción, facturación millonaria durante la explotación de la concesión y, si algo falla, rescate gratis total con dinero público. Los viejos piratas, por lo menos, se jugaban la vida y, a veces, hasta su dinero.