Avísame cuando hagas una revolución que nos incluya
Terminé de releer “Tengo miedo torero” una noche de estas de sudor de bolero crepitante en la entrepierna de mi incomprendida soledad y ahora voy por el mundo hablando así en este barroco sicalíptico, tan suyo, y con ganas locas de ayudar a cometer algún magnicidio. En la novela de Pedro Lemebel, una maricona encandilada por uno de los barbudos miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez se ve envuelta como una colaboradora más en los preparativos del atentado que en 1986 pudo acabar con “el chancho” y cambiar la historia. No se pudo. Los que querían matar a Pinochet decían que cuando al pueblo le atacan con balas, el pueblo no puede contestar con consignas. Y la Loca del frente decía: “cuando hagan una revolución que incluya a las locas avísame, ahí voy a estar yo en primera fila”. Y todos tenían razón.
Recordé que un año antes de morir, Pedro me dio una entrevista en la que hablaba de cosas que también están detrás de este libro ahora bellamente reeditado en España por Las Afueras, en el que Lemebel quiso “cruzar la izquierda con la homosexualidad”, como en otras obras imprescindibles, El beso de la mujer araña, la novela de Puig, o en la película de Gutiérrez Alea, Fresa y chocolate. No creía que fuera a publicar la entrevista, ya otras veces había sido embaucado por periodistas, así que me obligó a pedirle a mi editor que le enviara un mail asegurándole que publicaría la entrevista ese domingo, y así lo hice. Cuando le envié el link me dijo, “bien linda quedó la entrevista que hicimos, amiga, se nota que eres poeta más que apestosa periodista” y agregó: “tampoco te pongas soberbia, lobita cronista…”. Así que aquí ando, rememorándolo en mi narciso candor.
Acababa de perder la voz en una laringectomía y de ganar el premio José Donoso. Cuando le preguntaron qué iba a hacer con el dinero, Lemebel dijo que se pondría tetas, cuatro. Yo le pregunté si le parecía simbólico que le dieran un premio llamado José Donoso, que vivió su propia homosexualidad en doloroso silencio, y contestó: “No sé si Donoso vivió su homosexualidad en un 'doloroso silencio' o si solo fue comodidad de closet”.
Recuerdo que le pedí que recreara para mí cómo le contaría a Mistral y a Donoso que le habían dado ese premio: “No voy a ficcionar encuentros –respondió rotundo–, Donoso era un señor carroza de la burguesía que no tenía mucho en común con mis cosas, él nunca opinó mucho sobre la homosexualidad y tampoco sacó la voz en dictadura, fue bastante tímido y cuidadoso. Gabriela se fue a vivir su lesbianismo lejos, fue extranjera también en la catedral de la próstata lírica chilena. Este país fue injusto con ella”. Cuando a Lemebel le preguntaban si leía a Sepúlveda o a Bolaño solía responder que la literatura era una empresa copada por escrituras de hombres y que él prefería leer escritoras como Diamela Eltit.
Pedro siempre defendió la causa comunista, pero no la de machitos marxistas que lo rechazaron, esos toreros que temen al toro. ¿Cómo construimos una nueva izquierda que nos incluya como quería La Loca del frente? Y él: “Luchando, creando poder copular…?”. ¿Y qué te parecen los hombres marxistas? “Demasiado sencillos, las locas proletarias somos más sofisticadas en nuestra miseria. Creamos mundos de papel y fantasías de hilachas tornasol”. La loca de enfrente es la loca proletaria que canta boleros entre bombas lacrimógenas, como ese de Sarita Montiel, para salvarse la vida.
Quise saber también qué había sido lo peor de todos esos años de represión y violencia de la dictadura que cuenta brillantemente Tengo miedo torero y qué lo mejor de los años posteriores al NO. Pedro, que no llegó a ver el gran estallido social, me dijo: “Lo peor fue la falta de verdad y justicia en la violación sistemática a los derechos humanos por parte del Estado, aunque los políticos de la derecha empresarial justifiquen todo con el auge económico, lo mejor sin duda es poder respirar un poco de libertad en esta democracia neoliberal a pesar de las ataduras constitucionales que dejó el tirano.” Y en eso de terminar de matar a Pinochet matando su constitución se encuentra hoy el pueblo chileno. Ojalá hubiera podido verlo.
Pedro puso el cuerpo como pocos y asumió con dignidad ser una isla: nadie escribía como él, nadie vivía como él. Cuando la tentación autoritaria vuelve, cuando el machismo, el racismo y la homofobia aprietan incluso en los movimientos de supuesta liberación, hay que volver a Lemebel y a lo último que me dijo: “Pinochet fue una peste de la crueldad y el horror, pero no lo fue solo, lo acompañó parte de la sociedad civil. Con la memoria herida cuesta volver a soñar un país”, sentenció, “pero se sueña”. Tengo miedo torero habla de esa herida y de ese sueño de un mundo que nos incluya a todas.
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