Aunque mencionar a la clase política y los partidos como un todo es arriesgado porque las generalizaciones nunca fueron demasiado acertadas, contamos con evidencias que, como veremos, sí deberían hacer reflexionar, como mínimo, a un buen número de ellos. Si atendemos a los medios de comunicación, un simple gesto de búsqueda en hemerotecas de periódicos digitales durante la última semana de la palabra “político”, “partidos” o “clase política”, siempre o casi siempre aparecen asociados a corrupción, clientelismo, nepotismo, enchufismo, soborno, abuso, superficialidad, incumplimiento, ambición, imputado, tramas.
Los resultados demoscópicos relacionados con la política estimulan la indignación ciudadana y, de nuevo, deberían hacer reaccionar a quienes nos representan. La clase política y los partidos han alcanzado los primeros puestos del ranking de los problemas para los españoles y podrían estar de enhorabuena. No han cesado en su empeño hasta conseguir que el 31,4% de la población española considere que son el principal problema de España (27 puntos porcentuales más que en 1985). Además, es inédito que la corrupción y el fraude (44,5%) adelante a los problemas económicos y sea, en la actualidad, considerado el segundo problema en España (véase Gráfico). Resulta del todo obvio que sean superados por el paro que ya inquieta al 81,6% de los españoles (Barómetro de marzo y series del CIS). Estas cifras se complementan con un estado de opinión pública jartible con la situación económica y unos datos de desempleo por las nubes (5.965.400 personas) que pueden valorarse sin miedo a exagerar como alarmantes. En la actualidad, la valoración de los españoles de la situación económica como mala o muy mala se mantiene en máximos históricos (91%).
Lo anterior desemboca en una constante pérdida de apoyo a los dos principales partidos políticos, tanto de la población general como de sus votantes (lo que se conoce como fidelidad). Los dos, PP-PSOE, tanto monta monta tanto, lo cual es un síntoma claro de la desafección de la ciudadanía con la política profesional. Las últimas encuestas publicadas en nuestro país muestran un evidente deterioro del bipartidismo. Según el barómetro del CIS de enero de 2013, PP y PSOE representan el 65% en estimación de voto, 19 puntos porcentuales menos que en 2008. El sondeo de Metroscopia para El País publicado hace una semana confirmaba una caída incluso mayor (la suma de intención de voto de PP y PSOE era del 47,5% del electorado). Respecto al grado de fidelidad, valga como botón de muestra el dato del PSOE: si en enero de 2012, al inicio de la legislatura, el PSOE contaba con un porcentaje de fidelidad de sus votantes del 78,9%, en enero de 2013 ese porcentaje se había reducido al 56,7% (22 puntos porcentuales menos) (Lluís Orriols, 27-03-13: eldiario.es).
De la evidencia empírica presentada se derivan un conjunto de metáforas que rigen la política durante largo tiempo y que, coherentemente, empujan a la creación de una auténtica red social de indignación y malestar social que puede reventar en cualquier momento. Tiene que ver con el acceso al poder de los políticos y su interés creciente por conseguir situarse en la cima del 'picking order', el lugar del pollo que pica a todos los demás y no es picado por ninguno. Alcanzar ese primer puesto de mayor importancia supone ejercitar todo tipo de triquiñuelas. No es fácil y lo es menos en política. Tienen que enfrentarse a toda clase de fieras y de animales salvajes, desde los reptiles venenosos hasta los más nobles leones. Unos son blandos, sinuosos y amorfos como la amiba. Otros son arrastrados, peligrosos y venenosos como los reptiles; otros son cálidos y valientes como los gallos de pelea, o se levantan a grandes alturas como las águilas; otros son astutos y traicioneros como los felinos; otros son poderosos e inteligentes como el león (Abad, 1996[1]).
Uno de los espacios neurálgicos que facilita esa lucha por el poder se lo debemos a la propia organización interna de los partidos, muy poco democrática por lo general y rígida en su funcionamiento interno y basada, la mayoría de las veces, en adhesiones personales más que en diferencias ideológicas. Adhesiones, además, que cambian cada cierto tiempo en función de los intereses particulares, no generales, no de la ciudadanía, lo cual les aleja cada vez más de ella. Dan la sensación de ser empresas de reparto de cargos sin ideología donde lo que prevalece para hacer carrera es la fidelidad al líder, nacional o local. La conexión del diputado con sus votantes es entre reducida y nula. Los rebeldes son expulsados de las listas electorales. Los puestos intermedios en la Administración son utilizados para alimentar una amplia red clientelar. En algunas Comunidades Autónomas, hasta los empleos de conserje se conceden a las personas conectadas con el partido, aunque sea sólo vía familiar (Saénz de Ugarte, 2013: 12)[2].
Insisto en ser prudentes porque es delicado y arriesgado hablar de la clase política como un todo. Pido disculpas a todos los alcaldes, consejeros, directores generales o incluso ministros que cumplen honradamente con sus obligaciones y son buenas personas. Pero también les pido que sean críticos con aquellos que no son transparentes y avanzan en una dirección contraria a las exigencias de la ciudadanía, todos esos que se dirigen hacia la dirección opuesta a la franqueza y la honestidad.
Aunque parezca que todo el mundo está capacitado para dar consejos y recomendaciones, muchas seguramente cuestionables por imprecisas, mejor tomen nota y hagan caso de la evidencia empírica que día tras día visualiza una inaguantable insatisfacción ciudadana y el nivel cero o próximo a cero de paciencia. Escuchen el corazón cansado de los españoles porque hasta la satisfacción con su vida en 2012 (16%) era de las más bajas de los últimos quince años (77,9%) y, respecto a 2007, aumenta 22 puntos porcentuales el porcentaje de hogares que manifiesta vivir peor que hace diez años[3]. Aunque la indignación todavía no ha llegado a convertirse en revuelta, los últimos acontecimientos de 'escrache' demuestran el cabreo de la sociedad con los políticos. Es un ejemplo de que la indignación está a punto del desbordamiento. Lo advertimos.
[1] Abad Gómez, H. 1996, Manual de tolerancia, Medellín: Universidad de Antioquia.
[2] Saénz de Ugarte, I. 2013, “España. Estado de Zombi”. Cuadernos El Fin de la España de la Transición. Madrid: eldiario.es
[3] El grado de satisfacción con la vida es el porcentaje de personas que manifiestan estar muy satisfechas y bastante satisfechas. Se compara con quince años (desde 1996) porque es el primer dato disponible en las series del CIS publicadas en su Web (www.cis.es). El dato de hogares que manifiesta vivir peor que hace diez años procede de la mencionada fuente de información.