Ayuso provinciana
Existe una pulsión clasista en Madrid que tiende a creer que los provincianos eran los catetos que llegaban con una cesta de pollos a Atocha con un papelico en la mano preguntando a un guardia por una dirección. Que no se puede ser provinciano siendo madrileño. Una fatuidad que emana de la capital, que se acrecienta con la clase cuando ese madrileño es de derechas y representa el privilegio del rico y que se vuelve inconmensurable cuando se le añade la soberbia que otorga el poder. Ayuso lo representa todo: capitalidad, clase y poder. Es toda una provinciana. De Madrid, pero provinciana. Representante mayor de un supremacismo con ínfulas que no tiene entidad para conformarse como un nacionalismo de primera clase porque siempre está subyugado al español.
Ayuso desconocía lo poco que se habla de Madrid en Nueva York y Washington. Ha tenido que irse a hacerse un book de fotos por la Quinta Avenida para saber que en EEUU ni ella ni Madrid importan a nadie. La visita guiada al Capitolio ha servido como epítome de una road movie chusca que hubiera firmado Ed Wood. No todo ha sido un fracaso vergonzante. El álbum propagandístico financiado con dinero público más caro de nuestra historia ha servido para su cometido: que en la convención de Pablo Casado se hable de indigenismo y se cuestione el liderazgo de su jefe, así que ella y MAR lo dan por amortizado.
Ayuso ha tenido la epifanía americana, como la tuvo Fernández Díaz en Las Vegas, y vuelve a Madrid a iluminarnos para que en Hollywood se guionicen glosas sobre el milagro madrileño. La pobre aún no sabía -y ha tenido que sentirlo en propia piel porque leerlo no le proporcionaba un viaje con gastos pagados- que en la gran metrópoli Madrid no se sabe poner en el mapa y que el español es solo la lengua de los pobres, de los que les sirven hot dogs y limpian las enormes unifamiliares a los americanos blanquitos. Nos ha costado buenas perras que la señora se entere de lo que todo el mundo ya conocía.
El provincianismo de Ayuso, acostumbrada a dar lecciones engreídas a las demás regiones, ha quedado desnudo al salir allende Aranjuez llegando con la soberbia propia de su nacionalismo chulesco a un lugar donde no es nadie. Tampoco es demasiado donde cree serlo. Ayuso solo es un producto de marketing bien teledirigido en una coyuntura histórica dramática ayudada por la propaganda de medios bien regados de dinero y promesas futuras. Verla haciéndose fotos en Nueva York ayuda a comprenderlo, pero el personaje es igual de patético con la Cibeles de fondo.
Ayuso vive en una ensoñación creada por el oráculo que tiene a su lado. Es normal que creyera que al llegar a Nueva York iban a estar esperándola con flores y banderas, se le abrirían los salones de Wall Street y los medios de comunicación acudirían en masa a recibirla al aeropuerto. La imagen de la rueda de prensa frente a una planta con seis micrófonos patrios de los que acostumbran a ocultar sus miserias y engrandecer sus migajas era la evidencia de que el viaje era solo un plató muy caro para su propaganda.
La admiración de estos espectáculos bochornosos a los que nos acostumbran las performances de MAR con su Sarah Palin de saldillo no tiene que hacernos perder la perspectiva. El síndrome de hybris que emerge en la presidenta unido a su megalomanía y la querencia nacionalpopulista son una fórmula ganadora. Asistir con los ojos como platos a estos ridículos trumpianos de la musa anarcoliberal no significa que la perjudiquen. La ausencia de pensamiento crítico de los ayulievers hace que solo opere el pensamiento zombi. Viva mi dueña, que solo por ser algo soy madrileño. No importa qué haga ni cómo, la adoran y la usan como instrumento delirante de una política sociópata que ve en ella la oportunidad para demoler las ruinas del Estado del bienestar. Mientras, ella favorece las cuentas corrientes y los privilegios de los ricos y fondos de inversión, de los que toda la vida han mandado, que son siempre los mismos, en Madrid y en Nueva York.
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