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Ayuso, los pueblos y 'Los asquerosos'

Hace poco menos de un mes, me sorprendí a mí misma haciendo complejas operaciones matemáticas con la calculadora del móvil para resolver cuánto tiempo podría vivir en mi pueblo con mis ahorros y sin nada más. Lo importante de aquella estampa no fue el resultado, demasiado exiguo para la proeza de vivir sin un salario. Lo curioso, o al menos así lo recuerdo yo, fue verme, como desde arriba, haciendo cálculos en el comedor de la diminuta casa del pueblo porque una parte de mí tira y tira hacia ese hogar. No el del centro de Madrid, sino en el que mi abuela dio a luz a mi padre y yo me hice una brecha en la frente.

A la división de la subsistencia imposible, le resté gastos como el del agua, la luz y el gas. Cortejaría a mis padres para que ellos siguieran haciéndose cargo de los mismos y conquistaría, poco a poco, el coche de mi madre. Tendría que sumar el coste de la gasolina y quitar el de los productos básicos que esquilmaría del huerto que siguen plantando mis progenitores cuando llega la primavera. Nunca memoricé las fechas en las que hay que plantar cada simiente, pero no hay mayor placer que arrancar calabacines.

Todo lo discurrido no nació de la nada. En la Feria del Libro de este año, un día de los que la temperatura en El Retiro alcanzó la del interior de un volcán activo, me hice con el libro de Santiago Lorenzo titulado Los asquerosos. En sus páginas, me encontré con un tal Manuel que tenía algo de mí, algo de mis padres, algo de los hijos que no tengo y de mi pueblo. El protagonista, un chico más o menos de mi edad, se ve obligado a abandonar Madrid y termina viviendo en una villa baldía, en un municipio de la España Vaciada. Allí Manuel lucha contra domingueros, coetáneos materialistas, autoridades que se benefician de la Ley Mordaza... asquerosos en definitiva.

Lo leí del tirón y quise ser como él, héroe solitario y escribiente de extrañas reinterpretaciones teatrales. Anhelé mi pueblo, aún estando en él, porque supe que la idea era imposible y que dos o tres días más tarde estaría de vuelta en Madrid, con sus metros, sus calores veraniegos y las dudas existenciales que te asaltan al atravesar la M30.

Mi pueblo, uno muy pequeño del sur de Teruel, seguiría con su aislamiento perpetuo, con su falta de transportes y su abundancia de promesas políticas incumplidas 300 kilómetros más allá. La España Vaciada no es una casualidad, es una suma infinita de falta de inversión y de planes estatales incumplidos. Aunque a Manuel, el protagonista de Los asquerosos, la despoblación le vino de perlas, para la mayoría de las personas se traduce en obstáculos sanitarios, educativos o laborales.

Pocos días después, la ya casi presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, creadora de clásicos como los atascos en el centro hacen que Madrid sea más bohemia, propuso en Twitter adoptar pueblos en verano, sin pensar en sus inviernos.

“Tener pueblo es atesorar recuerdos de verano, amigos y familia para toda la vida”, hasta aquí todo bien. “En cuanto pueda, quiero organizar una campaña para que todos los ciudadanos sin pueblo adopten uno de los tantos que tiene Madrid, como los 42 de la Sierra Norte, para muchos desconocidos”, y acompañó el texto con tres fotos con regusto a postureo.

La gente tardó pocos minutos en criticar su cándida propuesta y en recordarle que la solución tiene que ver con inversiones en servicios básicos y no con la llegada de domingueros. Los pueblos necesitan menos “asquerosos” y muchos más médicos.