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Aznar, fenomenal todo

¿Por qué reaparece Aznar en este momento? Pero, sobre todo, ¿por qué los medios dan cobertura a Aznar, le siguen ese juego de campaña programada para volver a una primera página que no merece? Aprovechándose de la manifiesta ineptitud de Mariano Rajoy, José María Aznar reaparece para pescar en río revuelto. En trío revuelto, podríamos decir, a la vista de la reunión que mantuvieron hace unos días en la Moncloa el presidente del Gobierno y el ex presidente autodenominado socialista Felipe González. Solo faltaba él y una foto para añadir a la colección de tríos, con la de las Azores del susodicho (devenido en amigo Ánsar), Georges W. Bush (posiblemente, el peor presidente de la Historia de los Estados Unidos de América y, probablemente, el presidente con más cara de bobo de la Historia de la Humanidad) y Toni Blair (que es al socialismo más o menos lo mismo que González).

Entre que dicen que el tiempo lo cura todo y que este es un país con una desmemoria apabullante, reaparece ahora José María Aznar y no solo parece que está plenamente legitimado para hacerlo, e incluso para leerle la cartilla a Rajoy, sino para que todos los focos se posen sobre él. Qué sonrojante servidumbre, la de los focos. Y, claro, como tonto del todo no es, el amigo Ánsar aprovecha y dice que está dispuesto a volver a la política y lanza una propuesta que es una bomba de relojería puesta en el maletero del jefe del Ejecutivo: bajar los impuestos. Viene así sacando pecho musculado para dejar aún más en evidencia la flacidez de Rajoy. Pero que su entrevista en Antena 3 la hayan visto 2.200.000 personas es más una muestra de morbo televiso que de tirón político: me juego el disfraz de Tizona a que la audiencia se habría duplicado si la entrevista se la hubieran hecho a Belén Esteban, hipotética tercera fuerza política de este país. Así que, menos lobos.

Porque Aznar no merece otros focos que los que refresquen la memoria. Debemos recordar que el Aznar de hoy es el mismo que metió a España, en contra de la inmensa voluntad popular y hasta la del Papa, en la guerra contra Irak, una guerra basada en mentiras tan clamorosas como la de las armas de destrucción masiva. Aznar es el mismo que manipuló y tergiversó con fines electoralistas las informaciones sobre la autoría de los atentados del 11-M en Madrid. Aznar es el mismo que despreció las amenazas islamistas por su apoyo a la guerra de Irak. Aznar es el mismo que plantó los pies encima de la mesa en el rancho de Bush. Aznar es el mismo que habla tejano. Aznar es el mismo del que se mofaban a saco los espías norteamericanos, como han demostrado los correos publicados por Wikileaks.

Aznar es el mismo que se iba a vacaciones con Berlusconi a su finca de Cerdeña. Aznar es el mismo que pagó esa amistad promoviendo la entrada de Forza Italia en el Partido Popular Europeo. Aznar es el mismo que siendo presidente le celebró a su hija en El Escorial una boda espectáculo con el mercader Agag, una boda de corte institucional propia de Carmencita Franco, una boda que se ha demostrado que fue financiada en parte por la corrupción de la trama Gürtel, varios de cuyos imputados asistieron al numerito disfrazados de caballeros. Aznar es el mismo que, a su vez, se disfrazó de Cid Campeador, uno de los pocos extremos que hay que agradecerle, por lo que al solaz nacional se refiere. Aznar es el mismo que, ahí es nada, declaró: “Castilla es la vanguardia, la innovación, el espíritu de aventura y el universalismo”.

Aznar es el mismo que confesó hablar catalán en la intimidad. Aznar es el mismo que colocó a una mujer inepta, la suya, Ana Botella, como número 2 en la candidatura del PP al Ayuntamiento de Madrid, posición que le procuró posteriormente la alcaldía. Aznar es el mismo que quiere volver a la política “si España está realmente desesperada” pero que con cinco adolescentes muertas en el Madrid Arena no vio desesperación suficiente como para aconsejar a esa mujer, la suya, Ana Botella, que no se fueran de finde a un spa. Aznar es el mismo que, aunque presidía el Gobierno, tardó un mes en pasarse por Galicia cuando el Prestige se convirtió en el mayor desastre ecológico que sufría su queridísima España. Aznar es el mismo que tenía de ministro de Defensa a Trillo cuando se produjo el desastre técnico, humano y político del Yak-42 e instó a “dejar en paz a los muertos”. Aznar es el mismo que aprobó los pagos en negro que figuran en los papeles de Bárcenas.

Aznar es el mismo que se está forrando a base de dar conferencias en calidad “líder mundial” por cuanta Universidad y Fundación le contrate, toda vez que presuntamente su Gobierno se gastó dos millones de euros en una campaña para promocionar su imagen en Estados Unidos y le fuera concedida la medada de oro del Congreso de aquel país. Aznar es el mismo que proclama que la civilización occidental es “mejor que otras”. Aznar es el mismo que alerta sobre el “poder destructor” de las ideas de la izquierda, que, asegura, se “alía con el islamismo radical”. Aznar es el mismo que considera la familia como algo formado por únicamente por “hombre y mujer”. Aznar es el mismo que niega el cambio climático, tachando las alertas al respecto de “nueva religión”. Aznar es el mismo, el único presidente de un gobierno español, que ha llamado a ETA “movimiento de liberación vasco”, qué lapsus más tonto. Aznar es el mismo que hace a los estudiantes en la Universidad de Oviedo ese gesto de la mano con el dedo corazón enhiesto que significa mandar a alguien a tomar por culo.

Y así hasta la saciedad. El mismo Aznar de siempre: un patriota de pacotilla que bajo el colchón de la palabra España esconde una fortuna amasada mano a mano con Murdoch o con Endesa, entre otras empresas con las que colabora en calidad de asesor, conferenciante y comisionista. La sociedad Famaztella (Familia Aznar Botella) hace caja como pocas en los tiempos que corren. Porque los negocios les van bien, muy bien. Así que, excepto su Rajoy, fenomenal todo. Pero, ¿para cuándo los focos sobre sus relaciones, sus cuentas, sus chanchullos, sus nostalgia de una España de Cid Campeador? Eso sí que sería fenomenal. Fenomenal todo.