Aznar y la Gürtel: se me olvidó que te olvidé

Quizá porque la distancia es el olvido o quizá porque Aznar se ha abandonado al negacionismo tan al uso en esta era de la posverdad, pero el rehabilitado referente del centro-derecha español despachó en el Congreso su relación con la trama Gürtel con una frase –“no conozco a Correa ni le contraté”- que se contradice abiertamente con las investigaciones que se han desarrollado en los tribunales durante los últimos diez años.

Hubo un tiempo en que Francisco Correa era “el amigo del presidente”, como le definió en el juicio de la Gürtel el exconcejal de Majadahonda José Luis Peñas, el hombre que grabó a los corruptos y despúes llevó las cintas a la policía. Según su relato, la organización de los mítines de Aznar era la “pantalla” que Correa utilizó para ir introduciéndose en municipios madrileños como Majadahonda o Pozuelo, en los que el saqueo de las cuentas públicas con contratos amañados se compensaba con regalos para las campañas electorales de sus candidatos. De ahí que el PP acabara siendo condenado por lucrarse con 245.000 euros que le pagó la trama corrupta.

Pero Correa sigue siendo fiel a quien le dio de comer durante los años en los que él y los suyos se sentían los mejores y, aunque nunca ha identificado a Aznar -ni siquiera a su yerno, Alejandro Agag- como su gran valedor en el PP, tampoco ha ocultado su relación con el expresidente. En 2009, ante el magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Madrid Antonio Pedreira, afirmó textualmente: “Viajábamos fuera con ellos, acompañando al señor Aznar en sus viajes internacionales y se creó una relación bastante buena”.

En el juicio, siete años después, esa relación “bastante buena” se había transformado en su cabeza en simples intercambios de miradas y sonrisas cuando los dos se cruzaban en los pasillos de Génova. “Él me miraba, yo le miraba, nos saludábamos, una sonrisa y punto”, aseguró Correa durante su declaración, en la que matizó, con el prisma de la distancia y la amenaza de la cárcel que se cernía sobre su cabeza, que no se podia decir que los dos fueran “amigos íntimos”.

No eran amigos íntimos, según la versión revisitada de Correa, pero el líder de la Gürtel aseguró ante los tres magistrados que le condenaron que, cuando Aznar mandaba, la sede de Génova era como “su casa”. “Me pasaba más tiempo allí que en mi oficina, más de 25 horas al día”, explicó. Tan familiar era su presencia que el líder de la red corrupta, al que ahora Aznar no recuerda haber conocido, entraba a la sede del PP por el garaje y metía los “maletines llenos de dinero” que llevaba a los tesoreros Álvaro Lapuerta y Luis Bárcenas, en concepto de comisiones, sin pasar por el escáner de seguridad de la puerta principal.

Todo según su propio testimonio, que la sentencia dio por válido, y el de su lugarteniente, Álvaro Pérez, ‘el Bigotes’, al que los periodistas que cubrían los actos de Aznar veían subir y bajar del autobús electoral y conocían, por su rasgo físico más característico, con el apodo de ‘el Domador’. Pérez se atribuyó en el juicio el mérito de haber cambiado la imagen “rancia” que tenía el PP, de haberle quitado a Aznar “su cara de mala leche” iluminándole mejor –“hasta el punto de que había gente que pensaba que se había hecho un ‘lifting’- y de conseguir, finalmente, ”sacarle guapo“.

El Correa de 2016, que no recordaba más que el intercambio de saludos protocolarios con el presidente, no se parece demasiado al de 2002, que fue uno de los invitados destacados de la suntuosa boda en El Escorial entre Agag y Ana Aznar Botella, que ofició el entonces cardenal de Madrid Antonio María Rouco Varela. Correa, que en el juicio reconoció su “estrecha” relación con el novio cuando le recordaron un vídeo casero en el que navegaba feliz con la pareja mientras el exconsejero madrileño Alberto López Viejo aprovechaba para darse el filete con su mujer, se dejó en el enlace 32.452,42 euros, según el sumario.

El hombre al que le gustaba que le llamaran ‘Don Vito’ fue desprendido con los contrayentes pero no tanto con sus empleados porque en la factura que abonó gustoso aparecía una nota manuscrita que decía: “Se tienen que llevar el bocata el 5 de septiembre para la cena”. A los novios, sin embargo, les pagó la iluminación del convite, la instalación de generadores y la actuación de un cantante flamenco llamado Tito Muñoz. Uno de sus grandes o pequeños éxitos, que el artista quizá interpretó aquella noche de septiembre, llevaba por título -ironías de la vida y presagio de lo que le pasó a Aznar en el Congreso- “Se me olvidó que te olvidé”.