Aznar, motomami

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Aznar pilla un micrófono y toda España queda en shock. Es como Rosalía, solo que ella tiene doce Grammys latinos y él, la Faes y un sueldazo en NewsCorp; le quedó faltando la Medalla de Oro del Congreso de EEUU, aunque es justo reconocer que lo dio todo, incluso un buen mordisco de fondos públicos, por conseguirla. Su voz, a veces, suena como si hablase a través de la puerta de plástico de un Poliklin y la energía que transmite es justo esa: la de que algo va mal –un Poliklin nunca trae nada bueno–. La de Rosalía no, claro, hablo de Aznar. Ha dicho, con la alegría que le caracteriza, que España se rompe y que se rompe España, y que si eso pasa, la cosa va a ponerse amuchalíptica

En resumidas cuentas: Aznar cree que un pacto con Junts no va a traer nada bueno a España si el socio no es Feijóo; que la sociedad civil está diametralmente en contra de tal pacto y que, además, lo va a demostrar, acudiendo en masa a un mitin organizado por el Partido Popular o a una manifestación de un par de miles de asistentes, como aquella historia en la Plaza de Colón, pero con mucha menos gente e imagino que compuesta por un batiburrillo de representantes de la Liga de los Incels Extraordinarios, tres o cuatro comunidades de vecinos de Núñez de Balboa, un par de autobuses de jubilados de Ávila, algún youtuber, el alcalde de Alcantarilla (Murcia) –que siempre se apunta de estos saraos–, y una avalancha de gente mal conjuntada de marcas carísimas, camisas abiertas –si hace calor– o trencas cerradas hasta el tobillo –si hace frío–. Los Proud Boys españoles han estudiado un MBA, curran llevando cafés en un think tank chunguísimo y ganan el triple que tú. No llevarán un AR-15, pero pueden comprar un cargamento. Esta semana hice una crónica en una corrida de toros, sé de lo que hablo. Si hay lío con Vox es, sobre todo, porque en el PP han entendido que la proporción de votantes moderados que tienen se tambalea cada vez que entran en el juego los de Abascal, que son expertos en colocar marcos en la agenda mediática que son una ratonera para los populares. 

La derecha advierte que un pacto con Junts saldrá caro a Pedro Sánchez, y es verdad, porque solamente con la turra que prometen dar otros cuatro años es como para pensárselo. No entenderé jamás la estrategia de derrocar un gobierno dando vergüenza ajena. Es decir, hay un tope, un límite de gente a la que puedas convencer diciendo chorradas. De momento, la capacidad del PP para movilizar el voto está mermada por la presencia de Vox, que a la vez amplifica la participación en la izquierda. Esto quiere decir –y confío en que en Génova sepan esto– que salvo el escenario del tamayazo, el de la repetición electoral o el del Asalto al Capitolio, lo más cerca que va a estar Feijóo del Palacio de la Moncloa va a ser en las visitas oficiales como líder de la oposición.  

Del escenario del tamayazo hablamos hace unos días, es tan cutre que no es factible; la repetición electoral depende más de hasta qué punto quieran tirarse el farol los de Puigdemont y fingir que son capaces de rechazar a PP y PSOE y llevarnos a unas segundas elecciones y después llegar a sus elecciones autonómicas y pretender no extinguirse: esa idea es tan delirante como pretender asaltar el congreso con Roma Gallardo escoltado por un par de chavales de los Escolapios. El crossover más ambicioso de la historia, después del de Daniel Sancho y Froilán. Sobre esto, yo no culpo a Sancho: con un marrón así, Froilán también habría sido mi primera opción. El cuarto en la línea de sucesión al trono es el amigo al que llamas cuando la poli solo te deja hacer una llamada. Con un tipo como él al mando, me hago carlista, si hace falta.

La derecha alternativa (alt-right) española, es más indie que alternativa; quiere ser punki, pero no pasa del metal cristiano. Son un McDonalds de estofados, lo mejor de Torrelodones con lo peor de Louisiana; son unos alicates, que diría mi amigo Ernesto. Gente de gustos delicados, como la pureza racial de la Sirenita, o los golpes de Estado, o las criptodictaduras anarcofrenopáticas como la de Bukele. Gente de mano blanda pidiendo mano dura.

Aznar remueve una cazuela burbujeante en su aquelarre de Faes y las pulseritas de España se agotan en las tiendas. Lo de los expresidentes es toda una lotería. Cuando nace uno, los dioses lanzan una moneda al aire. Aznar y González son los Mortadelo y Filemón –González es Filemón– de las conjuras antiprogresistas: burdas, mal enfocadas y con una potencia sobreactuada pero, a fin de cuentas, senil. No están tan mayores –González sí–, pero los expresidentes del gobierno siempre tienen ese aire del fantasma de las navidades pasadas; son esa figura, anclada en los años de su legislatura, que suelen aparecer para decir “os lo dije” o “esto conmigo –o con otro señor, depende a quién preguntes– no pasaba”. 

Aznar es el canto del canario de la mina, o aquella alarma que inventó Homer Simpson que sonará cada tres segundos a no ser que las cosas no vayan como Dios manda. En su discurso del otro día, a mí me quedaron claras dos cosas: que sobreestima su prestigio, su poder de convocatoria y su look sin bigote. Como Rosalía, Aznar también habla a veces con un acento estadounidense graciosísimo y ninguno de los dos está pasando su mejor momento.