La portada de mañana
Acceder
Israel no da respiro a la población de Gaza mientras se dilatan las negociaciones
Los salarios más altos aportarán una “cuota de solidaridad” para pensiones
Opinión - Por el WhatsApp muere el pez. Por Isaac Rosa

¿Aznar de rositas? Historia de una revuelta cívica

A las diez de la mañana del 14 de marzo de 2004, José María Aznar y Ana Botella llegaron al colegio electoral en el que les corresponde votar a los empadronados en el Palacio de la Moncloa. En un aula de la calle Buen Suceso les correspondía depositar su papeleta electoral. La primera dama bajó del coche llorando, mientras escuchaba los gritos que acusaban a su marido de mentiroso, de asesino, de sinvergüenza y que también se dirigían a ella. No parecía llorar por el atentado del 11M, por sentir el dolor de tantas familias destrozadas; posiblemente lloraba de vergüenza, de lo lejos que estaba aquel momento de lo que ella debía haber imaginado para su salida y la de su marido de la Moncloa. Quizá pensó que su camino hacia la expresidencia sería con orgullo, con reconocimiento, con la admiración de la clase social para la que habían gobernado; pero eran una vergüenza para el mundo, al menos para el mundo decente.

Han pasado algo más de diez años de los atentados del 11M y todavía son muchas las cuestiones sin aclarar acerca de cómo fue gestionado por el Gobierno de José María Aznar, que trató de convertir la tragedia en una oportunidad electoral para garantizar que su partido siguiera gobernando España con mayoría absoluta.

Aquellos cuatro días de marzo de 2004 fueron vertiginosos, por el dolor, por la impotencia, por el miedo y la desprotección, por la tristeza que fue una metralla emocional que arrasó cualquier quietud, por la mezquina gestión de un Gobierno que decidió tratar de conseguir “un escaño por cada muerto”, como se afirma que dijo en la sede de la calle Génova un dirigente del PP, según el libro de María Jesús Güemes y Pablo A. Iglesias, Si yo fuera Presidente. Mariano Rajoy: una oposición a la Moncloa, que con ese contenido fue presentado por el hoy presidente del Senado, Pío García Escudero, con la presencia de otros notables populares. 

El Gobierno mintió desde el primer momento, desde el primer minuto, desde su primera declaración, consciente de que no quería volver a necesitar del apoyo parlamentario de vascos y catalanes para sus objetivos políticos. Y también para sus objetivos personales; si vemos las fechas de sus tramas corruptas entonces trabajaban a toda máquina, con opulencia, dejando que este país caminara hacia la crisis sin poner un mínimo freno, mientras sus cuentas en paraísos fiscales devoraban los frutos de su falta de escrúpulos.

Las pruebas son numerosas; el inmediato viaje de la policía israelí hacia Madrid para conocer de primera mano el modus operandi de los terroristas, la omisión de ETA que hizo Juan Carlos de Borbón en su primera aparición pública y la aparición de pruebas que fueron despistadas o descolocadas en el tiempo.

Con las bombas explotadas, los servicios de urgencia movilizados, y el dolor destrozando vidas, sueños, de tantas familias, el Gobierno tomó como primera decisión gestionar la comunicación de las investigaciones cuando podía perfectamente haberlo delegado en los responsables de la policía y de los servicios sanitarios. Se trataba de una inercia que procedía del uso partidista que habían hecho de las víctimas del terrorismo.

Así que con José María Aznar al mando, toda la maquinaria del Gobierno y la dirección del Partido Popular se pusieron a trabajar manos a la obra para construir una gran mentira, una enorme falsedad; si la sociedad conocía la conexión de los atentados con la intervención española en la guerra de Irak, perdían las elecciones, si conseguían defender la autoría de ETA hasta los comicios, mayoría absoluta.

Las llamadas a los corresponsales para insistir en la autoría de ETA, las comunicaciones a las embajadas, a Naciones Unidas, a los directores de los medios nacionales, una vez tomada la decisión de llevar adelante su gran engaño, no escatimaron en medios.

En Madrid estaba, le llamaremos, Ciudadano Pásalo, un licenciado en Ciencias Políticas y Sociología, politizado pero nunca militante de un partido, empezando a ver las dobleces de la actuación del Gobierno, del trabajo de Alfredo Urdaci, del texto de la pancarta elegida para la manifestación “Con las víctimas, por la Constitución, por la derrota del terrorismo”, destinado a que el nacionalismo vasco se desmarcara de ella y convertir ese conflicto en una coartada para sus mentiras. Es más, la manifestación se convocó de la estación de Atocha a la Plaza de Colón; en ese trayecto, de todas las farolas colgaban carteles electorales con los rostros de Mariano Rajoy y Rodrigo Rato, que aparecieron intermitente pero permanentemente en todas las retransmisiones en directo, especialmente en la de Telemadrid.

Así llegó el sábado 13, y aunque los medios internacionales comenzaban a hablar claramente de la autoría islamista, el cerrojazo del PP seguía operando y sólo un periódico hablaba claramente de la que autoría no era de ETA.

Esa madrugada el Ciudadano Pásalo se despertó. Llevaba dos días conectado a una radio y viendo hasta dos canales de televisión a la vez. No paraba de darle vueltas a algo que estaba ocurriendo delante de las narices de toda la ciudadanía. Lo hablaba con su amigos, compañeros de estudios con los que había compartido otras travesuras política, como el gigantesco globo con el que una Nochevieja estuvieron a punto de tapar el reloj de la Puerta del Sol, minutos antes de las 12 campanadas, del que colgaban palabras que defendían derechos sociales.

Habían hablado de cómo romper ese cerco y esa noche, en su desvelo, redactó un mensaje en el que quería decir varias cosas y que tardó bastante rato en ajustar a los 145 caracteres  –¿Aznar de rositas?¿Lo llaman jornada de reflexión y Urdaci trabajao?Hoy 13M,18h. Sede PP,c/Génova 13.Sin partidos. Silencio por la verdad¡Pásalo!– que le aceptaba su teléfono móvil. Por la mañana llamó por teléfono a dos amigos y uno de ellos, compañero de la facultad y profesor de Ciencias Políticas, le recomendó que retrasara una hora la convocatoria porque a las cinco le parecía muy temprano, así que la cambió a las seis. Guarda el móvil en el bolsillo y fue a visitar a su padre, dudando de si llevaría o no a cabo el envío.

En casa de su padre leyó el periódico, con la tele encendida, con el auricular que llevaba tres días pegado a su oído, con esa sensación de angustiosa intensidad y de indignación por ver cómo se acercaba el día de las elecciones y, mientras las familias comenzaban a velar los cadáveres de los primeros identificados, el Gobierno seguía tejiendo la tela de su gran mentira, después de tres días de maniobras, enredos, desmentidos e incluso insultos hacia quienes asomaban un mínimo atisbo de dudar de su buena voluntad.

Poco después del mediodía, el entonces portavoz del Gobierno, Eduardo Zaplana, llevó a cabo una comparecencia pública que era un acto electoral encubierto. Los populares tenían que aguantar la respiración menos de 24 horas y llegarían a su meta, con los colegios electorales abiertos y su mentira operando como la versión mayoritaria de los hechos. Mariano Rajoy, en ese jornada de reflexión, parecía entrevistado en el diario El Mundo con un titular que decía: “Tengo la convicción moral de que ha sido ETA” y un destacado en el que decía que España necesitaba una mayoría estable.

El Ciudadano Pásalo escuchó atentamente las declaraciones de Zaplana, en las que aseguró: “Resulta que algunos parece que quieren descartar que pueda ser la banda criminal y asesina ETA, cuando todo apunta y hay líneas de investigación en marcha, de las que se ha dado cuenta, que no nos debería causar ninguna sorpresa que fueran los criminales de ETA”. En ese momento, la indignación del Ciudadano Pásalo se desbordó, sacó su teléfono móvil del bolsillo, fue a la carpeta de mensajes guardados, rescató el de Aznar de Rositas y uno por uno de fue enviándolo a 17 personas, con la emoción de quien está transgrediendo algo importante, con la indignación de quien, como miles de ciudadanos, necesitaba reaccionar ante lo que estaba ocurriendo, con el temor de que aquello pudiera desencadenar algunas consecuencias incontrolables, con la rabia acumulada durante los cuatro años de despotismo absoluto de José María Aznar, pero sin saber ni poder imaginar que aquel gesto iba a desencadenar un enorme gesto de dignidad.

(Continuará)

Si alguien tiene alguna información sobre esos días que aportar puede escribir a CiudadanoPasalo@gmail.com