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Banda sonora familiar

En un tiempo en que todavía podía abrazar, y tomar cañas con mis amigos, fui a comer a casa de mi madre. Me quedé adormilada en el sofá, y entré en uno de mis trances favoritos. Ese nirvana al que te llevan los sonidos de la casa de tu niñez. Tu madre trasteando platos en la cocina. El griterío de los niños del cole de enfrente, el ralentí del autobús en el semáforo… Todo se va perdiendo, se va quedando en plano de fondo mientras te dejas caer en el sueño.

Esa era la banda sonora cuando me quedaba en casa porque estaba enferma. Banda sonora inédita para mí, porque eran horas en las que no solía estar allí. Un acompañamiento sonoro sinónimo de cuidados, de sentirme segura, confortada, porque estaban mis padres y esas cuatro paredes que me protegerían siempre.

Escribía Natalia Ginzburg sobre el léxico familiar que es único para cada una de ellas. Igual que cada familia es infeliz a su manera, también cada una tiene esas expresiones, esos códigos que solo ellos entienden como las dos miradas que se cruzan y hablan sin hablar. Y en cada hogar, hay un ruido propio.

Estos días de trabajo desde casa, nos estamos colando sin querer en esos entornos familiares. En esas bandas sonoras propias de cada casa, que se cuelan de fondo en las conexiones de los telediarios con expertos. O en las declaraciones de los políticos. O las conexiones de la radio, donde se escuchan los pajaritos del jardín, los sonidos de la calle, una cafetera o el chup chup de un puchero hirviendo.

Las reuniones por videoconferencia te permiten seguir el contenido e irte fijando en el póster que tiene tu jefe colgado en la pared del fondo de su estudio, o el gotelé del piso alquilado de tu compañero, o el pedazo de terraza que tiene el community manager pese a ser el último que ha llegado…

En las noticias he visto cómo hablaba una portavoz de un sindicato y de fondo un adolescente se cortaba una rebanada de pan en su cocina office, o intento leer los títulos de los libros detrás de la alcaldesa Colau... Es entretenido ver la tele estos días, si consigues abstraerte del contenido y atravesar el espejo para meterte en esas casas. El confinamiento ha matado el postureo, y parece abrir un telón en el que los balcones son escenarios improvisados, en los que intentamos confirmar que seguimos siendo corpóreos tras las pantallas. Salimos a aplaudir para agradecer, pero también para confirmar que seguimos aquí.

Las cuatro paredes de mi infancia me daban sensación de protección. Era como el un, dos, tres, salve. Ahora vuelvo a apelar a esta sensación cuando lo único que me protege son otras cuatro paredes, las de mi casa, en las que casi nunca estoy porque además de trabajar fuera y estar entre Madrid y Barcelona, me gusta mucho callejear y quedar con amigos. Por eso agradezco tanto a todos y todas las que a través de esas ventanas abiertas, conexiones de tele y radio, me dejáis pasear por un momento por vuestros comedores, salones, balcones… Es un respiro, ver vuestras cuatro paredes y escuchar vuestras bandas sonoras. Me da seguridad. ¡Ánimo!