Que las banderas no impidan ver el bosque
El coronavirus vuelve a extenderse sin control, la crisis económica es de envergadura, no hay medios o pericia o coraje de emplearlos adecuadamente, vivimos tiznados de mentiras y ni siquiera son estos nuestros únicos problemas. Más de 31 millones de contagiados en el mundo y próximos a contabilizar un millón de muertos. España vuelve a estar en lugares de cabeza en casos confirmados, no en fallecidos. Caen las bolsas por temor a nuevos confinamientos generalizados, el IBEX español apenas supera ya los 6.600 puntos. La incertidumbre es máxima. Madrid tiene el inconveniente añadido de una Isabel Díaz Ayuso al frente, España a un Pablo Casado encabezando una derecha ultra depravada, y, si nos atenemos a la reunión entre banderas al Sol de Madrid este lunes, un gobierno central que firma un pacto de no agresión preocupante. Las estrategias serán las que serán pero la realidad es de quitar el sueño.
Todo el enorme sacrificio que la sociedad realizó para bajar la curva de la COVID-19 empezó a esfumarse cuando se pensó que no se podía perder un verano de dar aire a la economía aunque fuera con riesgo para la salud. Desde el comienzo ha sido ése el problema: elegir entre la bolsa o la vida. Verdaderamente complejo por cuantos factores concurren. La economía se animó bien poco en verano bajo el peso del coronavirus y aquí estamos de nuevo en la disyuntiva con la terrible sensación de que la apuesta ahora es tirar la toalla tratando de minimizar los daños. El clima político, con una feroz oposición que hizo sudar el estado de alarma hasta que lo negó, influye decisivamente y poco se puede hacer sin cambiar los obstáculos fundamentales.
Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de Madrid que enarboló las cacerolas contra Sánchez, hace un discurso triunfalista, incluso en la famosa reunión de la tregua, mientras se muestra desbordada por el caos que tanto ayudó a formar. Con una proclama de nacionalismo madrileño de una puerilidad cercana a la niña del papá agente de una empresa de seguros. Su pacto de no agresión sigue incluyendo acusaciones cargadas de mentiras, y un discurso xenófobo, cruel y ultraderechista que nos heló la sangre y que confirmaba el caracter clasista de sus zonas de restricciones. Menos mal que no era un tema ideológico, se dijo. Sus arbitrarias medidas son de dudosa eficacia y nos crean una inseguridad más que justificada. Veremos si no hay que confinar a toda la Comunidad con el arma de doble filo que supone en salud, por el lado negativo de la inactividad. No se puede blanquear la gestión de Ayuso y sus colaboradores en el desastre por ninguna estrategia política, si es el caso. Madrid es la comunidad más afectada por el coronavirus de Europa.
El problema –en Madrid, en España y en todo el globo terráqueo- no se arregla cerrando parques donde respirar y dejando abierto el bingo. No se soluciona con policía que vigile mascarillas, distancias y protestas, sino con un sistema sanitario potente que revierta la tijera que lo desmanteló. Dice Ayuso que no hay médicos cuando la mitad de cuantos se presentan al MIR no obtienen plaza y el sistema no absorbe a los titulados que salen de la universidad. Muchos se van de España a trabajar desde hace años ya. Por miles. Sobrecargados de trabajo aquí por el ratio menor de profesionales, están mucho peor pagados: en varios países cobran más del doble que aquí, y en EEUU hasta cinco veces más. Pero sobre todo son las condiciones de trabajo: al menos 61 médicos murieron y más 52.000 resultaron contagiados de coronavirus en la primera ola de la pandemia. Les vimos “protegerse” hasta con bolsas de plástico cuando ni EPIs tenían al principio. Ayuso, sin ir más lejos, echó y no volvió a contratar a los que, apenas por mil euros al mes, mitigaron la papeleta de la ola anterior de COVID-19. “He tenido 71 contratos en 28 meses”, le dice a Olga Rodríguez un médico en ElDiario.es. Los médicos y todo el personal están “achicando agua de un sistema que naufraga”, al que fueron hundiendo deliberadamente por dar negocio a la sanidad privada. Miente Ayuso, y Aguado, y su consejero de Sanidad. La Atención Primaria también está colapsada. Y las consecuencias para la salud son nefastas por el desamparo en el que se quedan otras patologías; para la salud mental también, ante la indefensión que produce.
Y no se puede pedir dinero y darle 4,5 millones al mundo del toro, 1.500 por vaca, mientras se quiere montar hospitales de pandemia con médicos voluntarios. Ni se puede bajar impuestos –a ricos y pobres por igual- y pensar en disponer de medios para solventar las necesidades perentorias. E, insisto, ocurre en Madrid, en Andalucía, y en el planeta Tierra si no se establece un orden de prioridades humano y no se echa a los incapaces y malintencionados de gestiones de trascendencia.
Visto cómo el coronavirus desnudó a un sistema, el capitalismo, que resta lo esencial a la sociedad en favor del lucro de unos pocos, lo sensato hubiera sido regresar a políticas que pensaran más en las personas. Empezarlas si fuera el caso. Contra toda lógica, los profesionales realmente necesarios fueron apartados, y lo siguen siendo en una sociedad mediatizada por la mentira y los intereses espurios. Esa prensa que defiende gestiones infectas contribuye a este preocupante presente e incierto futuro. Y hay mentes obtusas que solucionan sus problemas lanzando a todos al abismo. Es un absoluto contrasentido optar por más neoliberalismo. Hasta se presta oídos a los fascismos irracionales.
Médicos, todo el personal sanitario que se precise, medios materiales; profesores, más medios, transporte público más frecuente y seguro, dinero para lo esencial, cabeza para emplearlo y limpieza de gestión. Aire para respirar, fuerzas que den seguridad, periodismo que informe en lugar de labrarse sus parcelitas. Tertulias que avienten su vocación de disuadir el pensamiento crítico. Radios, televisiones y webs que dejen de lanzar avutardas, zanahorias o puro veneno para confundir a los más vulnerables de entendimiento. Justicia que castigue y haga pagar la corrupción, incluida la de los valores y derechos fundamentales que la política sucia pervierte a diario, como ese PP empeñado en enfangar al tronco del propio sistema judicial . Coraje para afrontarlo, sin excusas, desde los centros de poder. Porque, por supuesto, se puede gestionar mejor los grandes problemas pero hay una diferencia fundamental entre hacerlo desde una dirección honesta y un mando lleno de sombras.
Es la bolsa o la vida, la vida o la vida. Son tiempos muy difíciles, con la amenaza de una condena a muerte arbitraria por un virus. Por su causa, a la pobreza que también destruye. La humanidad ha vivido épocas enormemente duras y a la vez ha brindado ejemplos que alientan a insistir en los objetivos. Estos días ha fallecido, a los 87 años, Ruth Bader Ginsburg, una mujer que a través de enormes dificultades llegó a ser jueza de la Corte Suprema de Estados Unidos. Mucho más aún: cambió la historia de su país y los derechos legales de las mujeres. En su alegato final en la primera causa que defendía ante un tribunal, la que fuera tan decisiva, dijo, según la película Una cuestión de género que recrea su vida:
“No les pedimos que cambien el país, eso ya ha pasado sin permiso de ningún tribunal: les estamos pidiendo que protejan el derecho del país a cambiar”.
A veces, así se despeja el camino. Lo que no se puede es mirar para otro lado. A menudo tantas banderas sin resquicio de luz impiden ver la realidad y a cuantos en ella se encuentran en serio peligro.
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