El Banko de España
Siempre he pensado que hubo un malentendido con la foto icónica de Rodrigo Rato tocando la campanita en la salida a Bolsa de Bankia: creíamos que era un gesto festivo, y en realidad era un toque de alarma. Como en los pueblos, cuando hay un incendio y doblan las campanas para avisar a la gente, Rato daba el campanazo para que todo el mundo se pusiese a cubierto una vez soltado el banco a su suerte. “¡Sálvese quien pueda!”.
Pero los pequeños inversores no huyeron, creyeron que era una campana festiva y acudieron a comprar, convencidos de que aquello era un buen negocio: cómo no iba a serlo, si lo avalaba el Gobierno, lo validaban los supervisores, lo compraban con gusto los inversores institucionales, y lo voceaban los directores de oficina, en tiempos en que los clientes todavía nos fiábamos de ellos a ciegas. Un buen negocio, y una ganga, pues Bankia rebajó el precio de la acción un 60% justo antes de salir.
“Hazte bankero”, anunciaba alegre la campaña publicitaria, y 300.000 pequeños inversores se convirtieron en “bankeros”. Desde entonces, “bankero” ha quedado en el lenguaje popular como sinónimo de pringao, primo, el que paga el pato de la fiesta de los banqueros sin k. Así fue: nada más tocar la campana empezó a hundirse el banco y el valor de la acción, hasta acabar en el rescate un año después. Como tocó nacionalizar Bankia, hemos acabado siendo todos “bankeros”, pagando tanto el rescate como la devolución del dinero a los accionistas estafados.
Quién iba a pensar que aquella salida a Bolsa era un bluf, que sus cuentas estaban maquilladas, sus activos sobrevalorados y sus carteras podridas de ladrillo tóxico… Pues si repasan la prensa de aquel 2011, hay cientos de artículos que ponían en duda que Bankia valiese lo que decía. Yo mismo publiqué uno el mismo día del campanazo, avisando de que si tardaba dos días más, no colocarían las acciones ni regaladas. Y no lo recuerdo ahora para presumir de listo, al contrario: si yo, que soy un analfabeto financiero, veía que el rey bancario estaba desnudo, qué no verían los expertos, y qué no sabrían los supervisores del Banco de España o la CNMV.
Pero ahora va el juez y dice que no, que los supervisores no se enteraron de la trampa. Se ve que el gobernador del Banco de España se conformó con leer el folleto de oferta de acciones, que presumía de “muy saludable solvencia” y “prometedores beneficios”. Cómo iba a pensar el Banco de España que aquello era publicidad engañosa (como denunció 15MpaRato; lo cuentan en el muy interesante “Votar y cobrar”). Tan crédulo era el supervisor bancario que desoyó a sus propios inspectores.
Creíamos que el Banco de España se dedicaba a esas cosas, a supervisar, revisar cuentas y vigilar que los bancos no nos la cuelen. Y resulta que no, que el Banco de España era tan incauto como los pequeños accionistas. Otro pringao, vaya, otro “bankero”.