La barbarie y el silencio de los gobiernos

25 de septiembre de 2020 23:04 h

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Conste que vivimos en un mundo así. Como éste. Para lo bueno y para lo malo. Hay mucho de bueno, siempre insisto, pero lo malo parece cada vez más impune y cada vez más estatal. Y esto, sobre muchas otras cosas, aterra. Como soy medio española y medio mexicana, a menudo me preguntan sobre la corrupción en México (cada vez menos, aquí también se nos empieza a caer la cara de vergüenza) y a menudo respondo que la única diferencia es que es visible desde muchos aspectos y que por lo tanto la sociedad se escandaliza menos. No porque nos duele menos sino porque lo sabemos más y llevamos más tiempo combatiendo la metástasis que supone para un país la corrupción de sus políticas y políticos.

Aquí en Europa, increíblemente, todavía nos sorprendemos de estar haciendo o tolerando según qué cosas. Y por supuesto que de vez en cuando hay llamados de atención para recordárnoslo. Y, sobre todo, muchas, muchísimas personas que evidencian la corrupción y la falta de responsabilidad (porque no, no es sólo solidaridad) constantemente. Y aun así seguimos creyendo que la vieja Europa tiene unos valores distintos. Yo diría que tiene unos derechos distintos, de los valores no estoy tan segura. De hecho, Daniela Rea, una periodista mexicana amiga mía, me dijo un día una frase que no he olvidado más: “Tan civilizados como se sienten no serán en Europa si han hecho dos guerras mundiales”. Hay miles de respuestas posibles, que lo que ocurre en Europa impacta al mundo, que las grandes guerras son grandes negocios que hacen los países con más recursos y varias cosas así… no importan. La verdad es que en Europa se han generado dos grandes guerras que han modificado el planeta. ¿Se hubiera hecho desde los países emergentes (qué desfachatez llamarlos así cuando seguimos inmersos en el tercer mundo, pero en fin) si las condiciones hubieran sido las opuestas? Seguramente sí, pero las cosas han ocurrido así y vivimos en un país y un continente como éste. Conste. Con lo bueno y con lo malo. 

Una de las atrocidades más esperpénticas contra las que han tenido que luchar ONG de diversos lugares del mundo que trabajan ayudando a escapar en situaciones lamentables a miles y miles y miles de personas que escapan de las guerras, el odio y la pobreza, en el Mediterráneo, es ésta. En agosto se publicó, y desde entonces nunca le hemos hecho el caso que merece, y después de que el Gobierno de Grecia lo negara sistemáticamente durante seis meses, digo, en agosto finalmente se pudo demostrar cómo estaba haciendo Grecia las devoluciones en caliente.

He estado en Grecia, he visitado campos de refugiadas y refugiados, he podido sentir la increíble solidaridad y comprensión de la ciudadanía griega y me he maravillado. Pero ahora estoy hablando de su gobierno, y su gobierno desde enero de 2020 (por lo menos) está devolviendo a las y los inmigrantes en caliente así: llegan con un cansancio que no podemos ni imaginar, unas esperanzas delgadas pero constantes, una tristeza profunda y casi nada, finalmente, tras mafias, terror y amenazas, a Europa. Y en caliente el gobierno de Grecia los regresa al mar en botes inflables con cobertura para el sol y algunos víveres. ¿Los han visto? Casi nadie, no. Porque es una de las muchas cosas que estamos viviendo en silencio porque todavía estamos en aquel punto de 'no puedo creer que esté sucediendo algo así'. Sí, por supuesto que está sucediendo algo así, en este mundo lleno de personas buenas que hacen las cosas bien hechas. No porque seamos un asco de especie o porque “mira lo que hace la gente” (como si nosotras y nosotros no fuéramos gente), sino porque la economía es así de voraz y así de impune. Familias a la deriva con víveres para pocos días y un toldo para protegerse del sol.

Cuando las ONG finalmente lo pudieron demostrar, después de meses de que Grecia lo estuviera negando, Atenas dijo que las devoluciones en caliente (que es el argot legal para decir el rechazo, el desamparo, la no implicación y la falta absoluta de responsabilidad) no tenían nada de ilegal. ¿La razón? Se amparan en una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos del pasado febrero que le dio permiso a España para hacer lo mismo. La “única diferencia”, insistió el Gobierno de Grecia, es que los regresan al mar, a la deriva, en botes salvavidas. En agosto, finalmente, las y los defensores de derechos humanos que trabajan en la zona, pudieron hacer fotos y vídeos para demostrarlo.

Ahora díganme ustedes cuánto costaría convertir esta acción de barbarie que encarna el rechazo en un discurso paternalista que diga que “por lo menos les damos una posibilidad de salvarse, les damos víveres, etc”. Nada. Justificar la barbarie en Europa no es nada nuevo. En la entrada de Auschwitz había una frase grabada en hierro que decía: “El trabajo te hace libre”. Y en las calles conquistadas o propias del imperio nazi del mal había carteles que decía: “Ningún alemán sin casa y sin comida” como propaganda de los campos. ¿Nos escandaliza que siga ocurriendo? Por suerte, sí. Pero sucede infinitamente más veces de las que sabemos. Conste. Vivimos en un continente también así.