El papel del aliado feminista

Cada vez más hombres se interesan por el feminismo. Está claro que las gafas moradas te las puedes poner independientemente de tu género. Eso no quita, sin embargo, que haya entre ellos mucha confusión con respecto a su papel en la lucha feminista.

Muchos lo han entendido a la primera, a otros les cuesta más comprender exactamente su cometido, pero preguntan; muchos andan con miedo a decir algo inapropiado y otros, directamente, se quejan por no poder participar en la lucha de la misma forma que las mujeres. Éstos últimos, entre todos, son los únicos que crean conflictos.

Suelen ser hombres que se autodenominan “feministas” (pero, espera, ¿un hombre puede ser feminista?, quizás esto da para otro artículo) pero protestan reiteradamente cuando no pueden ser parte protagonista en actos feministas, como las manifestaciones no mixtas (aquellas que se convocan solo para mujeres). En el 7N, por poner solo un ejemplo, cuya cabecera estuvo integrada exclusivamente por mujeres, muchos pusieron el grito en el cielo por esta discriminación hacia los hombres. También cada año, durante las carreras por el Día de la Mujer, hay siempre protestas porque no se les deja participar.

Lo viven como una afrenta, dejando entrever muchas veces un tufillo a “encima que soy feminista”. Como si ser feminista fuera un favor que nos hacen a nosotras. Como si la igualdad no fuera algo deseable y justo para todos independientemente de tu género, sino algo que apoyas porque eres así de majo.

Obviamente, esto indica no haber entendido demasiado. Querer la misma visibilidad y protagonismo que la mujer hasta en el único día dedicado a ellas no tiene sentido si de verdad se ha entendido que son ellas las que están invisibilizadas en una sociedad donde ellos están sobrerrepresentados. Si un hombre se siente agraviado porque hay espacios donde no se le requiere, es síntoma de que tiene aún mucho trabajo interno por hacer.

También pasa en cualquier debate o conversación sobre feminismo. Acostumbrados a tener siempre voz y voto, se topan a veces con situaciones en las que su opinión no cuenta, simplemente por su categoría de hombre. Se ofenden porque las feministas no tienen en cuenta qué tienen ellos que sentenciar sobre sus propias experiencias u opiniones. No es difícil encontrar respuestas del tipo “es que parece que lo que queréis es que estemos callados y asintiendo”.

Esto es verdad a medias. El feminismo no pretende silenciar a los hombres. Lo que busca es que los hombres escuchen, y para eso, primero hay que guardar silencio. En el momento en que, como hombre, pones en cuestión las proclamas feministas, cuestionas sus formas o intentas hacerte oír por encima de ellas, ya no estás apoyando la causa feminista, estás entorpeciéndola. Del aliado feminista se espera que esté en segunda fila, que acepte su posición de privilegio y actúe en consecuencia, y que se revise constantemente actitudes machistas, actitudes que es imposible que no tenga.

Si hasta nosotras estamos en constante deconstrucción porque también hemos crecido en el mismo sistema patriarcal, ¿cómo cabe esperar que el feminismo dé por sentado que pueda haber hombres que están por completo desprendidos de machismo? ¿Cómo va el feminismo a considerar siquiera, que hay hombres con la capacidad de aportar a la lucha de la misma forma que lo puede hacer una mujer que es, al fin y al cabo, la que tiene la experiencia de opresión? Es más, aunque existiera un hombre que ha vivido impermeable al patriarcado, sigue siendo privilegiado: no sabe qué es ser mujer y lo que ello conlleva.

Cuando un hombre resta importancia al discurso de una feminista, cuando minusvalora o no empatiza con su experiencia, cuando la juzga o la pone en duda, no sólo no aporta al feminismo, sino que lo boicotea. Y esto se da con demasiada frecuencia dentro de espacios feministas. En cualquier conversación sobre feminismo en redes, sin ir más lejos.

Kelley Temple, una activista feminista de Reino Unido, tiene una frase que resume este conflicto recurrente de forma contundente y pedagógica: “Los hombres que quieren ser feministas no necesitan que se les dé un espacio en el feminismo. Necesitan coger el espacio que tienen en la sociedad y hacerlo feminista”.

Es fácil ser aliado del feminismo: no se trata de reservar el feminismo a ciertos lugares en los que sabes que serás laureado, sino de llevar la causa feminista a tu día a día, a esos espacios donde haces uso de tus privilegios y tu voz sí que cuenta más que la de una mujer. La parte difícil es darte cuenta entonces de que, justo en esos espacios, no encontrarás laureles precisamente.