Querido Alfonso Rojo
Decía la detective superintendente Stella Gibson (Gillian Anderson) en 'The Fall', parafraseando a Margaret Atwood: “Men are afraid that women will laugh at them. Women are afraid that men will kill them”, lo que traducido al castellano viene a decir que los hombres tienen miedo de que una mujer se ría de ellos y lo que temen las mujeres es que un hombre las mate.
Querido Alfonso Rojo:
Periodista, escritor, tertuliano y director de Periodista Digital, creo que, efectivamente, es usted uno de esos hombres de los que habla Atwood, que temen que una mujer pueda reírse de ellos. Aún hay más de los que nos gustaría como usted, pero si esta carta lleva su nombre es porque me molesta particularmente usted y el hecho de que su sueldo por agredir a mujeres públicamente, en muchas ocasiones, esté pagado con dinero de mis impuestos.
Haciendo un rápido recorrido por sus greatest hits de sólo el último año, una se hace una visión bastante completa de cómo respira usted y la parte de la sociedad que representa.
El pasado abril llamó “gordita” a la portavoz de la PAH, Ada Colau, en prime time en un programa de televisión. Vive usted, señor Rojo, en un mundo paralelo al mío, en el que una mujer tiene o deja de tener credibilidad dependiendo de los cánones de belleza preestablecidos. Un mundo donde, además, descalificar a alguien le da automáticamente la razón al que descalifica. Luego vienen las sorpresas, claro, y piensa usted que el ruido que se forma por el choque de su mundo con la realidad, es culpa de los “126.000 piojosos” que seguimos a Colau en Twitter. Gordas y piojosos. Desarma usted a cualquiera con tamaños argumentos.
Pero sigamos. Porque sólo unos meses después y, a raíz de la polémica entre Beatriz Montañez y Bertín Osborne sobre el Gobierno de Venezuela, aprovechó para insultar a Montañez (de los posibles siempre elige usted a la mujer, por supuesto), llamándola “tonta desde que sus padres eran novios”. Madre mía, qué gracia innata, qué ocurrencia más salá. Estas comparaciones sólo se le pueden ocurrir a alguien claramente superior. Una cosa sí le diré: que use usted la técnica de meter un chascarrillo rancio (muy arraigados en el humor de derechas) para disimular sus agresiones no hace que sean menos agresiones o que usted sea menos machista. En esta ocasión no nos explicó por qué sus declaraciones también desataron la polémica; me hubiera gustado que teorizara otra vez sobre esto, ya que Montañez no tiene seguidores piojosos ni cuenta en Twitter.
También hace sólo unos meses, publicó en su medio una noticia en la que llamaba “pardilla” a una mujer que había sido víctima de abusos sexuales, incluyendo una foto de una chica (que no era la de la víctima) que practicaba BDSM. Tiene usted, además de otros problemas, un cacao maravillao tremendo en lo que a sexo y violencia real se refiere, señor Rojo. Y esta vez fueron los piojosos de la FAPE los que le tiraron de las orejas.
Para terminar de batir récords y, de nuevo pagado con dinero público, agrede a otra mujer (también joven, casualmente), llamándola gorda (qué cosa más loca lo suyo con el peso de las mujeres, señor Rojo, ¿ha ido a mirarse eso?) en Castilla-La Mancha TV, tele pública.
Qué elegancia. Qué saber estar. Qué católico, apostólico y romano.
(Y qué dolor, también, cuando es otra mujer la que lo consiente y reprende a la víctima en vez de al agresor).
Su público reirá por el atrevimiento (“Huy, lo que le ha dicho, fíjate qué malote, qué políticamente incorrecto. Bravo”), pero la mayoría no, señor Rojo, la mayoría sólo vemos a un hombre con miedo a que una mujer pueda dejarle en ridículo. Que descalifica el físico de jóvenes porque necesita noquearlas: crearles una inseguridad que no las deje seguir desarrollando sus argumentos porque si los desarrolla, ¿qué pasará con los suyos? ¿Qué le queda a usted si una mujer objetivamente más preparada argumenta y le deja en evidencia? No quiero ni imaginar lo que debe de ser sentir tal bochorno.
Me fascina, sin embargo, que no entienda ni sospeche siquiera, que lo que vemos muchos es a un hombre que se siente desnudo y temeroso cuando invitan a una mujer a sentarse en la misma mesa que él para debatir como iguales. Estará usted acostumbrado a que cuando debe relacionarse con una mujer, ésta es su subordinada, su mujer o su criada, y usted siempre desempeñará un rol de indiscutible superioridad al de ellas. Pero ésa es sólo su minirrealidad. Una minirrealidad donde piensas, Alfonso, que las polémicas que se generan en torno a ti no son tu responsabilidad sino la de los ciudadanos que reclaman su derecho a no pagar por volverte a ver agrediendo a una mujer (ni a nadie).
Muchas sólo vemos a un ser pequeñito que mira la escena sin entender por qué sus recursos misóginos cada vez son menos aceptados por una sociedad que antes parecía llevar bien esa inseguridad tuya disfrazada de soberbia. Lamentablemente para ti, esto está cambiando. Esta sociedad que parecía no reconocer tu miedo a que puedan reírse de lo pequeño que eres, ya ve tu miedo y tu tamaño. Y por eso empiezan a echarte de los platós.
Alfonso, propongo que contemples la opción de quedarte en casa: en la tuya, y dejes de entrar en la nuestra para insultarnos y hacer que encima paguemos la cuenta. Ahórrate lo que tanto temes: la vergüenza de que nos riamos de ti y te echemos, porque a ti y a los tuyos, no te quepa ninguna duda, os vamos a echar.