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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

50 sombras de Paqui

Las entradas se venden como churros, mujeres de todas las edades se agolpan en las colas de las salas donde se proyecta la película. Leo también en los periódicos que la recaudación del film no deja de aumentar de forma obscena.

Yo, haciendo de tripas corazón y riñéndome a mí misma por contemplar la escena de forma condescendiente, me digo que, oye, igual me sorprende la historia, que aún no la he visto; ¿que he leído críticas devastadoras?, sí, pero joder, ¿quién sabe?, no quiero cerrarme en banda, yo he venido aquí a abrirme, a que me den hostias en los prejuicios, a que el argumento me ate a la butaca. Le echo valor y me digo que sí, que allá voy.

Me siento a solas, nerviosa, no quiero a nadie cerca, quiero intimidad y concentración, quiero tener dos horas superhot, dos horas que me hagan –como algunas afirman– liberarme sexualmente. Oigo mucho que hay mujeres que han redescubierto su sexualidad gracias a la trilogía 50 sombras de Grey y que ahora disfrutan la sexualidad de una forma más plena. Yo quiero de eso. Yo siempre estoy dispuesta a ampliar miras en todos los sentidos; en el sexual, también.

La película empieza. Un señor guapísimo se está vistiendo al ritmo de una canción de blues, se enfunda en un traje de chaqueta carísimo y se anuda la corbata con una calma supersensual; ahí está, es el señor Grey. Su personaje está interpretado por Jamie Dornan, al que conozco por ser el protagonista de The Fall, una serie donde interpreta a un estrangulador que asesina en serie a varias mujeres. Al parecer, al pobre hombre le están adjudicando papeles de acosador sexual, quizás porque al tener una apariencia tan espectacular, los productores sospechan que el target, al ser femenino, será más benévolo y no mostrará el mismo rechazo cuando abuse de mujeres como si lo hiciera Torrente. O vaya usted a saber.

Después aparece ella, pavisosa como pocas cosas he visto, recogiéndose el pelo en una casta coleta con manos temblorosas al son del mismo blues y vistiendo una blusa con motivos infantiles. No dudo en la capacidad interpretativa de Dakota Johnson, pero si le ha tocado meterse en la piel de Anastasia Steele –que es el personaje con menos sangre que existe después del que encarna Richard Gere en Pretty Woman–, mucho más, imagino, no puede hacer. Me pregunto cuántas vueltas no tendrá que dar la película para sacar pasión de estos dos. Pero es pronto, me digo.

EL HOMBRE y Pavisosa

Desde el inicio de la película se ahonda en tantos tópicos, clichés y estereotipos que hay momentos en los que tengo que reprimir las ganas de sacar el móvil y hacer chistes en Twitter. Es complicado no tirar la toalla antes de los primeros quince minutos y aceptar que te vas a ir de allí sin un triste subidón. Excitación, cero; credibilidad, nula: erotismo, inexistente. Lo que sí te surge es una incipiente urticaria cuando entiendes que la forma de maquillar el acoso y el control que Grey ejerce sobre Steele va a ser –¿cómo no?– meterlo todo en un fantástico pack con lazo rojo donde se puede leer sin mucho esfuerzo “Amor Verdadero”.

Ella siente una atracción irresistible por Grey desde el primer instante en que lo ve y da por hecho que la pasión y el amor han de ser eso. Ella sabe que nadie como Grey la ha deseado tanto antes porque nadie antes la había sacado a rastras estando ella de borrachera con los amigos, nadie la había cargado antes en su hombro como Grey cual si fuera un saco papas solo porque se le hubiera roto un tacón, o la había montado en helicópteros y avionetas para llevarla –pilotando él mismo– al mismísimo cielo. Porque esa es otra, Grey no tiene aún 30 años pero sí todas las habilitaciones aeronáuticas necesarias para volar cualquier aparato con hélices.

Grey junto a su helicóptero “Grey”

Quedaba claro, a ninguna de las que hemos visto esta película nos han deseado tantísimo, era un hecho. Esa pasión, ese amor en ciernes, no lo hemos experimentado nunca, al menos yo, que ni siquiera uso tacón y cuando salgo a emborracharme con mis amigos llego a casa porque me tengo que encargar yo misma de pillar un taxi. De helicópteros, mejor ni hablamos. Dios mío, ¿qué me ha pasado?, ¿por qué yo no he encontrado el amor verdadero?, ¿qué he hecho mal?, ¿es porque uso minifalda en vez de camisas con ribetitos?, ¿es porque no sé someterme adecuadamente?

Para más inri, ella es una mezcla entre Betty la Fea y Pepe Viyuela: es recatada, virgen, tartamudea, tropieza a menudo y en una ocasión incluso cae al suelo. Grey es algo entre MacGyver y Kennedy: poderoso, rico, exitoso... Es el salvador, el jefe, el piloto de aeronaves y, no lo descarto en próximas entregas, patrón de barco o ministro de Economía en Grecia. Es EL HOMBRE.

Lo cierto es que yo esperaba al menos algo de acción, erotismo, porno..., no sé, algo nuevo. Pero no, la película es una alternancia aburrida de facepalms y comportamientos machistas disfrazados de historia de amor. Un lamentable relato de control, paternalismo y normalización de roles patriarcales y violencia de género aderezados con tres latigazos mal dados que no dejan ni marca. Y no, con violencia no me refiero a esos tres latigazos precisamente. Esta película no solo ha debido de cabrear a muchas mujeres y hombres, sino también a los fans del BDSM y del porno, por publicidad engañosa. Cierto es, también, que el libro parece tener escenas más fuertes que la película, que ni siquiera ha sido catalogada como cine X, sino como género 'romance'.

Una de las veces en las que Grey carga con Steele

En muchos momentos, la ridiculez de la historia es tal que tienes que reírte a tu pesar, como el momento glorioso en el que Grey le dice a ella a qué ginecólogo ir y qué pastillas anticonceptivas tomar. Podríamos resumir 50 sombras de Grey en que es una historia aburridísima sobre el pene de un señor y su firme creencia de que la protagonista ha de someterse a él porque de eso va el mundo.

Me pregunto cuántos ejemplares habría vendido su autora si el relato contara la misma historia –con los mismos detalles y situaciones– pero con una prota femenina. 50 sombras de Paqui. Una mujer hierática que dirige una gran multinacional y que, entre otras posesiones de valor incalculable, posee su propio Cessna que pilota día sí, día también. Una historia en la que esta Paqui, un día, se siente terrible e inexplicablemente atraída por un becario que tartamudea al hablar con ella y hasta cae al suelo de bruces de la misma inseguridad que le provoca tenerla cerca.

Un relato de una mujer que no parece sentir ni padecer, pero que siente un irrefrenable deseo sexual por un chaval que no es capaz de levantar la mirada del suelo. Quien dice “deseo sexual”, dice “voy a tu barrio y merodeo hasta que te encuentro y te digo cuándo vamos a vernos de nuevo”. Que el becario, en vez de correr en la dirección contraria porque el asunto ya es un poco escalofriante, acepte emocionadísimo.

Una trilogía en la que Paqui no deje a Pepe ni a sol ni a sombra, que a pesar de ser una completa desconocida se crea con el derecho de controlarlo a través de llamadas de teléfono y baterías de preguntas tipo “¿dónde has estado?”, “¿te has acostado con aquella chica?” , “¿y con esa otra?”, “¿aquella de allí es tu novia?”. Que Pepe, lejísimos de molestarse o asustarse, le ponga ojillos de cordero degollado y confiese que no ha estado con ninguna porque en realidad es ¡virgen!, y que ella no pueda ser más feliz al enterarse e incluso jadee emocionadísima, ya que la sola idea de ser ella la que desvirgue al chico le hace perder los papeles (la primera vez que vemos emocionado por algo a Grey es en este instante, cuando ella le dice que es virgen).

Que Paqui, no contenta con desflorar a Pepe, le proponga firmar un contrato (¡un contrato!) en el que él ha de dejarse sodomizar por ella y su colorido abanico de juguetes sexuales sin recibir nada a cambio y sin derecho a reclamar luego ni un abracito. Un contrato donde, además, acepte ser sometido a latigazos y donde le otorgue a la doña todo el derecho a fustigarle el escroto las veces que ella crea oportuno. Que Pepe no parezca muy convencido pero que sea tal la atracción por esta mujer que lo acosa, lo espía y se cuela en su casa de forma ilegal, que lo firma. Lógico, no podéis decir que no. Es que es amor.

Añadamos a la historia, que a él le parezca de lo más romántico que Paqui aparezca en los lugares donde él pasa el rato con los colegas y lo saque en brazos –quiera él o no–, delante de todos, porque ella considera que ya ha bebido demasiado.

Es difícil creer que un hombre a estas alturas de la historia haya aguantado todo esto, más sabiendo que hasta ahora lo único que ha hecho es recibir palos y humillaciones y ninguna recompensa, ya que por mucho que él hace saber a Paqui que lo que quiere es ir a cenar o al cine algún día, ella le deja claro mil veces que no es algo en lo que esté interesada porque a ella, si la sacas de sodomizar a hombres, la pobre, pues mira, se siente un poco fuera del agua.

Es más difícil de entender aún si englobamos a Pepe y Paqui en una sociedad en la que 70 hombres mueren a manos de sus mujeres cada año y un hombre es abusado y violado cada ocho horas, cada día del año.

Y ya pierde completamente la gracia si, además, añadiéramos que el autor de la historia de Paqui y Pepe es un hombre, y son millones de hombres de todo el mundo, a su vez, los que se pelean por comprar los libros y películas donde se describe cómo Paqui anula y humilla sistemáticamente a Pepe.

Me pregunto cómo sería la crítica de un relato así, cómo serían las ventas y si, en vez de romance, no estaría catalogado como género de terror.