Cuando el miedo cambia de género
¿Por qué se revuelven tantos hombres contra el feminismo, incluso sabiendo su definición? ¿Por qué se ponen tan violentos y agresivos en conversaciones o en redes sociales? ¿De qué hablamos cuando decimos “tienen miedo a perder sus privilegios”?
La mayoría de hombres no son conscientes de los privilegios que traen con su género. De hecho, prueben a preguntar a cualquier conocido, les garantizo que hay un 99% de posibilidades de que diga que él no tiene de eso. Si continúan la conversación y empiezan a enumerarle sus privilegios, verán cómo automáticamente comenzará a inventar excusas. Si le hablan de que copan las directivas de la gran mayoría de empresas y organismos, él apelará a la meritocracia y les dirá que eso es porque lo merecerán más. Si le sacan el tema de la brecha salarial, él les dirá que os quejáis de eso pero no de entrar gratis en las discotecas. Si habláis de violaciones él les responderá con lo primero que le venga a la cabeza (suele ser que a los hombres se les viola en cárceles todos los días y nadie dice nada).
¿Por qué pasa esto? ¿Por qué tanta inventiva y excusas peregrinas? ¿Por qué tanto esfuerzo y energías en, no sólo negar la evidencia, sino también idear argumentos para convencer a su interlocutora de lo equivocada que está? Y, ¿por qué es tan común que todos reaccionen de la misma forma, repitiendo incluso los mismos mantras?
En realidad es simple. Citaré una vez más a Virginia Woolf que, como es una feminista del siglo pasado, cuenta como de las buenas, de ésas que “sí que luchaban por la igualdad, y no las de ahora”. Pues bien, Woolf decía: “Las mujeres han servido todos estos siglos de espejos que poseían el poder mágico y delicioso de reflejar la figura de un hombre el doble de su tamaño real”.
Si el feminismo, en cualquiera de sus formas (desde pelear por el derecho al voto hasta revolverse contra un sistema que pretende controlarnos con depilaciones abrasivas o capas de maquillaje), consigue sus propósitos, ¿en qué quedará su masculinidad?
Si empezamos a ser cada vez más iguales, ¿con quién se compararán para sentirse “mejores”?
Si construimos un sistema que no controle a las mujeres, ¿dónde quedará su poder de controlar?
Si todas las mujeres se empoderaran y repartieran al 50% los cuidados y las tareas domésticas, ¿cuánto se vería reducido su tiempo de ocio?
Si las mujeres dejáramos de ser objetos, ¿qué los haría a ellos sujetos? Si nosotras llegamos a ser consideradas personas con los mismos derechos y posibilidades, ¿dónde quedan sus oportunidades extras por ser hombre?
Y si las mujeres accedemos de la misma forma que los hombres al mercado laboral (y ahora citaré a Juan Rosell, presidente de la CEOE) “¿cómo creamos más empleo para que haya trabajo para todos?”
El machismo nos necesita quietas donde estamos porque para que nosotras ganemos lo que nos corresponde ellos necesitan perder lo que nunca fue suyo. Por eso pierden toda esa energía (echen un ojo al tiempo que invierten muchos de ellos en los comentarios de artículos como éste, por ejemplo) en convencernos de lo contrario y cómo se revuelven de forma tan obvia... Es lógico, claro, saben muy bien que si nos negamos a estar debajo sujetando los andamios del sistema, ellos se tambalearán hasta caer al mismo suelo que nosotras pisamos. Son muy pocos los que están dispuestos a caer, y muchos menos aún los que saltan sin necesidad de que se les empuje.
La parte buena es que las mujeres no necesitamos convencerlos de que bajen, como ellos a nosotras de que aguantemos, nos bastará con concienciarnos entre nosotras y convencernos de que tenemos que dejar de soportar todo ese peso. El resto vendrá solo.