Campofrío, un año más, ha vuelto a encumbrarse. Ya lo hizo hace unos años, e Iñigo Sáenz de Ugarte lo analizó de manera impecable aquí.
En el anuncio de estas Navidades han ido un paso más allá. Un despropósito a todos los niveles donde han tocado todo el espectro de opresiones habidas y por haber, mezclando opresores y oprimidos, y comparando el resultado con meras opiniones personales, tan banales como ser del Sevilla o del Betis. Es como si hubieran contratado de publicistas a un miembro de Ciudadanos, otro de la Falange y al torero Francisco Rivera.
El vídeo comienza con un rojo y una fascista gritando “fascista” y “rojo” respectivamente. Luego añaden a una vegetariana y un consumidor de carne, una nacionalista española y un nacionalista catalán, una manifestante y un antidisturbio, una taurina y un antitaurino, un hombre de izquierdas y una mujer de derechas, una creyente y un ateo, y un sevillista y una bética.
“En este país, las personas de diferente ideología, credo o forma de vida, están condenadas al desacuerdo”, dice el anuncio, y a continuación empiezan a lanzarse términos despectivos los unos a las otras haciendo referencia a su característica principal.
Lo aberrante, además de que compara ser de una u otra cosa como meras opiniones inocuas y sin ningún tipo de consecuencias, es que el anuncio acaba mostrando cómo esas personas que se insultaban son, en realidad, parejas. Parejas todas heterosexuales y blancas, no se vayan a creer que se han basado en el siglo XXI para rodar el spot.
Insinuar que ser fascista es lo mismo que ser rojo, que son compatibles o comparables y, por tanto, personas de ambas ideologías se pueden entender y hasta amar, es directamente un insulto a la inteligencia y a la memoria de nuestro país. Decir que es bello centrarse en lo bueno de alguien e ignorar lo malo -como si el fascismo fuera un defectillo como la tacañería- es invisibilizar que en nuestro país existen familias que aún buscan a sus muertos, precisamente porque fueron asesinados y enterrados por los fascistas. Es reírse de ellos, y también reírse de la mitad del país que intentó frenar su golpe de estado y que fueron represaliados, encarcelados, torturados y asesinados.
Presentar a un antitaurino que está en contra del maltrato, del abuso y del asesinato de animales -para la fiesta de unos pocos-, y equipararlo a una persona que disfruta de cómo acuchillan entre vítores a un toro es un insulto sólo dirigido al primero, y una clara apología de la negación del derecho a la vida de los animales. Es un “¿No te gustan los toros? No vayas”. Como si no salieran del bolsillo de todos los antitaurinos las subvenciones para que la tauromaquia siga viva.
Lo mismo pasa con la vegetariana y el consumidor de carne. Meras opciones sin ningún tipo de consecuencias. Como si la industria cárnica no fuera la culpable de contribuir al calentamiento global en un 18%. Como si el consumo de carne no escondiera un sufrimiento animal aberrante completamente innecesario para tener una alimentación sana en el primer mundo.
No contentos con eso, representan la opresión policial y el derecho a manifestarse en forma de otro matrimonio. Porque es loable que una mujer, que se manifiesta para defender unos derechos constantemente cercenados por el Gobierno, se enamore de aquel miembro de la UIP que carga de forma desproporcionada e innecesaria contra manifestantes pacíficos. Y sí, cualquiera de los que hemos estado en manifestaciones estos años tiene la experiencia y pruebas de todos los colores de que las intervenciones policiales han sido en su mayoría gratuitas y exageradas. “Me gusta el orden en las calles”, dice el antidisturbios. Una vez más, se disfraza la opresión en forma de gustos personales, como si dependiera de preferencias, como si la calle fuera de él y tuviera el derecho a disolver manifestaciones a su antojo sólo porque le gusta.
Como guinda del pastel, aparecen dos personas de diferentes equipos de fútbol, equiparando todo lo anterior con esta opción personal, que no oprime a nadie ni abusa de ningún colectivo ya oprimido.
Esta fingida equidistancia no es más que un claro posicionamiento político en la ya conocida derecha española, un mensaje hostil disfrazado de paz para esos que guardan “viejos rencores”, que diría Felipe. Porque el anuncio de Campofrío y el mensaje del rey están basados en lo mismo: “Olvidaos ya, ¡pesaos!”. Pero, claro, que olvidemos los rojos, por supuesto, los que pelean en la calle, los que luchan por los derechos de los animales, los que protestan y quieren un mundo mejor, sin opresiones, sin abusos y con justicia. Porque ellos no tienen nada que olvidar: ellos gobiernan, ellos son reyes, ellos son ciudadanos sin familiares desaparecidos, ellos son españoles sin más necesidad que la de que esta otra mitad dejemos de dar la lata y les dejemos disfrutar de su perpetua paz y comodidad sin interrupciones.
Felipe nos invitó a no reabrir viejas heridas, como si las heridas de este país alguna vez se hubieran cerrado. Es una falacia cruel donde -como Campofrío- da a entender que ya sanamos y que, quien busca justicia social, simplemente está trayendo dolor donde ya no lo hay.
Tanto el anuncio como el discurso están dirigidos a nosotros, a nosotras, a lo rojos, a las personas que alzan la voz y que no quieren reconciliarse con lo irreconciliable. Porque entenderse y amar a quienes sólo piensan en su propio bienestar por encima del sufrimiento de otros es relegar al olvido a esos otros, abandonarlos, ya sean familiares en cunetas, manifestantes en Sol intentando no perder derechos, toros siendo lanceados con nuestros impuestos o animales siendo descuartizados mientras nos cargamos el planeta.